El fantasma del narcoterror. Allanaron un edificio para detener a la banda que planeó el ataque contra un colectivo en Rosario
La policía ingresó por asalto en una de las torres del barrio Fonavi más grande del país como parte de los más de 30 allanamientos contra el grupo criminal comandado desde la cárcel por René “El Brujo” Ungaro; en un departamento vacío encontraron 10 kilos de cocaína
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ROSARIO.- Cuando los policías irrumpieron en la Torre 8 del Fonavi más grande del país, donde viven más de 50.000 personas en el sur de esta ciudad, encontraron 10 kilos de cocaína en un departamento que estaba vacío. El hallazgo se produjo en el marco de los más de 30 allanamientos en ese sector de la ciudad contra la banda que lidera René “El Brujo” Ungaro, un narco que está preso en el penal de Marcos Paz y que, se sospecha, habría planeado junto a otro preso que está en la cárcel de Piñero el ataque a balazos contra un colectivo.
Los allanamientos fueron ordenados por los fiscales Gisela Paolicelli, Franco Carbone y Ramiro González Raggio, y ejecutados por la Policía de Investigaciones (PdI) y la División de Asuntos Internos, con colaboración de la Tropa de Operaciones Especiales (TOE). El origen de la causa es un hecho que ocurrió a principios de este mes, cuando un adolescente de 16 años atacó a tiros un ómnibus de la línea 146 bandera roja.
Este hecho provocó preocupación en el gobierno de Santa Fe, ya que reavivó el fantasma de lo que ocurrió a principios de marzo pasado, cuando desde la cárcel de Piñero y Ezeiza presos vinculados a Esteban Lindor Alvarado ordenaron matar a cuatro trabajadores públicos al azar: dos taxistas, un chofer de colectivos y un empleado de una estación de servicio.
Estas maniobras mafiosas generaron pánico en la sociedad y el terror paralizó a Rosario. La seguidilla de asesinatos, considerado un desafío del crimen organizado en represalia a los mayores controles a los presos de alto perfil en las cárceles provinciales, obligó a la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, a reforzar el Operativo Bandera.
Desde ese momento, tras el masivo desembarco de fuerzas federales, los homicidios bajaron de manera abrupta en Rosario. En los primeros ocho meses del año el descenso de los asesinatos fue de más del 62% con respecto al año pasado.
El adolescente que disparó contra el colectivo a principios de este mes fue detenido unas horas después en un departamento del complejo Fonavi de Sánchez de Thompson al 100 bis, cerca del lugar del atentado, junto a dos adultos que también quedaron arrestados por la posesión de 39 envoltorios de cocaína, un chaleco balístico, una balanza de precisión, cuatro chips de telefonía y dinero en efectivo.
Esa zona fue blanco de los nuevos allanamientos. Una de las sospechas es que un recluso del penal de Piñero habría ordenado el ataque contra el colectivo. Este preso, que está en uno de los sectores considerados de alto perfil, tiene vínculo con El Brujo Ungaro, que dominó ese sector de la ciudad durante mucho tiempo.
Los investigadores secuestraron el teléfono del menor, en el que encontraron un video que el mismo chico grabó en el momento de disparar contra el ómnibus. Los “soldaditos” filman para acreditar el cumplimiento de la misión ante quienes les encargan los atentados. Esa filmación habría sido enviada al recluso de Piñero, que cuando allanaron el pabellón rompió el teléfono y lo arrojó a la cloaca.
El chico detenido, que fue la clave para avanzar en la investigación, carga con un apodo conocido en la zona sur: “Soretito”. Los adolescentes están dentro del mercado de la muerte desde hace tiempo. Cuando se habla de crimen organizado en Rosario de manera general muchos piensan –incluida parte de la dirigencia política– en un sistema que se enfrenta al Estado con herramientas y estrategias sofisticadas, propias de una mafia, que en Rosario, en realidad, nunca llegó a consolidarse.
El error está en desconocer a los protagonistas de una violencia que se alimenta de la venta de drogas al menudeo y de otros emprendimientos criminales que son rústicos, precarios, y que denotan que sin una mínima complicidad no podrían persistir mucho tiempo. Y es justamente eso lo que evidencia la permanencia del negocio ilegal de jóvenes que matan como forma de una subsistencia macabra.
A cambio de un pago de 30.000 pesos, un sicario y su hijo asesinaron, por orden de Ungaro, a dos mujeres que esperaban el colectivo en la zona que fue allanada este martes. El Brujo había dado las directivas desde el penal de Ezeiza, días antes de ser trasladado a Rawson. El objetivo era disparar contra “cualquiera”, sin importar quién fuera el blanco.
La lejanía y soledad de la Patagonia había encendido la rabia de este hombre que nació en el barrio La Tablada, en la zona sur de Rosario, y que proviene de una familia que estuvo enredada en los inicios de la expansión del negocio de la venta de drogas.
Por solo 30 dólares Fernando Cortez, de 45 años, y su hijo Lautaro, de 20, cumplieron con la orden de matar a cualquiera que se atravesara en su camino. El 23 de julio de 2022, Claudia Deldebbio y su hija Virginia Ferreyra, profesora de danzas árabes, esperaban el colectivo en la plaza Rodolfo Walsh, en el barrio Municipal. Claudia, de 58 años, había preferido acompañar a su hija a la parada por temor a la inseguridad.
Ambas estaban de pie cuando un auto paró a unos metros de donde se encontraban. Lautaro Cortez se bajó del vehículo que conducía su padre y comenzó a disparar contra la torre Nº11, donde viven varios “transas” que venden droga en la zona. El joven de 19 años les preguntó a las dos mujeres: “¿Y ustedes qué miran?”. Y comenzó a dispararles, para cumplir la orden que les había dado Ungaro. Claudia falleció en el acto, a causa de las heridas de bala, y su hija agonizó casi dos meses y falleció el 24 de septiembre de 2022.
Los Cortez, finalmente, no solo fueron acusados del doble homicidio, sino que también se les atribuyó haber baleado el Centro Municipal de Distrito Sur el 4 de septiembre de 2022. Ese atentado también fue instigado, según la acusación, por Ungaro, que proviene de una familia de mafiosos y narcos de la zona sur de Rosario.
El Brujo fue condenado por narcotráfico y por haber asesinado, en 2010, al jefe de la barra de Newell’s, Roberto “Pimpi” Camino. Luego se alió con otra familia de narcos de la zona: el clan Funes. Y desde la cárcel, donde estuvo gran parte de su vida, continuó administrando la violencia y sus negocios.
Esta trama exhibe con nitidez la naturalidad con la que se usa la violencia extrema en Rosario, que se vale de mano de obra barata, de personas que nacieron y se criaron fuera del sistema. Es un sicariato prácticamente de subsistencia. Por eso cuesta tan poco dinero matar en Rosario, donde en lo que va de este año se produjeron 205 homicidios.
El jueves pasado, a la tarde, fue asesinado en la zona sur de la ciudad Leandro Lanieri, de 17 años. Lo ejecutaron a balazos en la esquina de Chacabuco y Biedma, un lugar donde la muerte está siempre cerca.
El negocio de la violencia, por el que fluye el aceitado mercado de la venta de drogas, se retroalimenta de perfiles como el de los Cortez. O como el de Lautaro Arenas, acusado de ejecutar al “arrepentido” Carlos Argüelles. Este joven de 19 años nunca tuvo un empleo ni educación: es analfabeto. Pertenece a esa flota de jóvenes que están fuera del sistema, que solo son integrados por los narcos en el negocio criminal.
Este tipo de sicarios prestan ese servicio de matar, pero muchas veces no pertenecen a una banda determinada. Cumplen un trabajo “tercerizado” en un universo en el que otras personas ejecutan funciones paralelas, como hacer tareas de inteligencia previa al crimen. Así pasó con el crimen de Argüelles en enero del años pasado, en el que el taxista Jorge Ojeda se encargaba de estudiar los movimientos de la víctima.
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