Ese no es su nombre, y tampoco lleva el apellido de su padre, pero fue quien estaba a cargo, en el territorio, de las operaciones de la banda que dominaba los búnkeres donde se vendieron las dosis de la droga mezclada con carfentanilo, el opioide que se usa para dormir elefantes
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Se hace llamar Dylan, pero ese no es su nombre. Es hijo de Miguel Ángel “Mameluco” Villalba, pero no lleva ese apellido. Su prontuario muestra una causa por tenencia ilegal de arma de guerra y otra por encubrimiento. También, un ataque a tiros en el 2016 del que le costó recuperarse.
Después está su historia extraoficial: la que lo relaciona con el crimen de Claudio -hace diez años, cuando los dos eran menores-, por el que se hizo cargo un amigo. También está la versión que quiere contar él, la que dibuja con tatuajes en su cuerpo: un Cupido en la panza, muchas estrellas de varios colores en el antebrazo derecho, un rosario en la muñeca izquierda y un AK-47 en el brazo izquierdo.
Tal vez no lo sepa, pero en el sur de Francia y en el Magreb, el norte africano que estuvo bajo dominio galo por algunos siglos, los traficantes, a la hora de contratar a un sicario para un trabajo sucio, piden por un “Kaláshnikov”. O tal vez sí sepa ese código y ese fusil de asalto de origen ruso que inmortalizó en su piel cuente lo que su legajo no revela. Luca Nahuel Baigorria cumplió 28 años esta semana, pero no lo pudo festejar como quería: se encuentra prófugo desde que la jueza federal Alicia Vence firmó, el 22 de febrero pasado, la orden de captura en su contra.
A “Dylan”, hasta ahora, lo busca por formar parte de la banda que encabezaba “Mameluco” desde la Unidad 36 de Rawson, Chubut. Pero más temprano que tarde podría acusarlo por la crisis sanitaria que desató la droga que trajo de Colombia, como le contó Nati a Fran en la escucha telefónica del 24 de enero en manos de la Dirección Unidad Especial de Lucha contra el Narcotráfico de Los Polvorines.
-Acá hay un ‘bondi’
-¿Qué pasó?
-El Dylan y El Boli trajeron una droga de Colombia, viste, como pasta base...
-Sí.
-Y preguntaron quién quería fumar, y dice El Perro, y fue a parar al hospital, re duro quedó, re acelerado...
-Ah, no...
-Y después el hermano de Mocho, Mosqui, tomó y también fue a parar al hospital.
-Decile que me convide un poco a mí.
-No, nene, sabés cómo te deja, re mal.
La Bonaerense tuvo nueve días para escuchar esa comunicación 9 del CD 385 del 24 de enero a las 20.33.11 entre los dos “transas” para darse cuenta de que algo estaba pasando, pero, como reconstruyó LA NACION, recién lo informó el 4 de febrero. Ya era demasiado tarde: por esa “droga fea”, dos días antes murieron casi en el acto 24 personas en Puerta 8 y otras 95 fueron internadas en los hospitales de la zona.
“Dylan” estuvo un par de temporadas en la cárcel de Magdalena junto a su medio hermano, Iván. Desde que recuperó la libertad, el 20 de septiembre del año pasado, tuvo dos barrios a su cargo: Villa Lanzone y Villa Lavalle. O los tenía. Hasta el fatídico 2 de febrero. La jueza Vence procesó en marzo a “Mameluco”, al “Salvaje”, al “Boli” y a otros trece por actividades compatibles con el narcomenudeo en esos y otros puntos de venta. Mientras, espera el peritaje químico que se realiza sobre las bolsitas incautadas para saber si esas dosis de cocaína también estaban cortadas con carfentanilo, la mezcla explosiva que provocó el desastre, con 24 consumidores de la zona noroeste del conurbano muertos y otros cientos intoxicados y salvados en las guardias de los hospitales públicos.
Tras la “remarcación de precios” ordenada por “Mameluco” a mitad de enero, los “transas” pasaron a vender las dosis a 250 pesos. Cada bolsita rosa o celeste podía tener entre 0,0393 -la nada misma- y 0,1769 de cocaína con una pureza de entre el 15% y el 56%. Con 25% de aumento de un saque y con puntos de venta que funcionaban 24×7, los Villalba se aseguraban que el negocio siguiera siendo millonario para cubrir sus gastos, los de la familia y los de la nómina de la Bonaerense.
Como a la banda la estaban “caminando” desde 2020, una de las tantas coimas a la Bonaerense quedó registrada por la misma policía:
–¿Dónde están ustedes?
–Acá, en el 18, los tienen a los dos, viste, estaban…
–¿Eh?
–Los tienen a los dos.
–¿En dónde?
–A los dos los tienen acá, fuimos a Tres de Febrero, no estaba la chata. Todavía no la habían llevado.
–Ya los tienen ahí, boludo, 500 “lucas” piden para largarlos.
–¿Ah sí? Y, bueno, hay que ponerlas. Llamá al ‘Salvaje’. ‘Salvaje’ dijo que no hay problema.
–Y, bueno, tienen que ir a llevar la plata a la comisaría, nada más.
–Bueno, listo...
Aquel 27 de diciembre de 2021, Modesto Pare y Ruiz arregló con su hijo Matías, alias “Mocho”, para que él o el “Perro” fueran a la comisaría 1ª de San Martín a pagarles a los uniformados para que liberaran a Federico Ariel Luna. “Salvaje”, decían, lo había autorizado. Lo que no sabían esos “transas” ni esos policías era que esa conversación estaba siendo escuchada por una oficial principal de la dirección de Narcotráfico.
Al día siguiente, “Mocho” cumplió: dejó un sobre con los 500 mil pesos a los de la comisaría y, un rato después, Luna se fue caminando como si nada hubiera pasado. Pero lo que tampoco sabían unos ni otros era que ese “peaje” estaba siendo vigilado por agentes encubiertos de la Dirección General de Operaciones Antidrogas de la Policía Federal.
La jueza Vence decidió sumar a la Federal cuando sospechó que la Bonaerense protegía a los de “Mameluco”. De hecho, ni siquiera pidió la colaboración de divisiones de la zona: a la dirección de Los Polvorines, entonces, le agregó la de la Hidrovía. Más lejos, imposible.
Algo parecido había hecho la persona que, de manera anónima, denunció en 2020 que “una persona conocida como Javier Alejandro Pacheco, alias ‘Rengo’, quien reside en una casa de la calle Zapiola, sin numeración, entre Mendoza y Pío XII, de Paso del Rey, realiza actividades compatibles con la venta de estupefacientes en Morón, Moreno y San Martín a bordo de una Toyota Hilux roja”.
Para eso se fue hasta la DDI del Tráfico de Drogas Ilícitas y Crimen Organizado Ezeiza, a cargo del comisario Maximiliano Anauati, casualmente -o no tanto-, hermano de los abogados de Max Alí Alegre, alias “Alicho”, justamente, enemigo a muerte del “Rengo” en la zona oeste.
Pero la Federal también tiene sus “desviados”: como Ricardo Ariel González, el oficial inspector de Mercedes ejecutado el 20 de julio de 2021 dentro de su Peugeot Partner en Loma Hermosa. Enterado de que Pacheco ofrecía 10 millones de pesos para quien pudiera encargarse de Alicho por haberlo delatado, el policía fue en busca de un sicario para que hiciera el trabajo sucio, pero en la oscuridad de la noche, el “Kaláshnikov” al final disparó para el mejor postor.
El sicario venía con mensaje incluido: “‘Rengo’ Pacheco: ¿10 millones por mí? Acá tenés tus 10 millones. Atentamente: San Martín”. Para qué agregar más.
Con los Villalba, Pacheco y Alegre tras las rejas, las segundas y terceras líneas coparon el territorio. Y “Dylan” y “Boli” por parte de “Mameluco”, se desplegaron en la 18, Lanzone y Lavalle. Por culpa de soltar a la venta la cocaína con carfentanilo duraron solo cuatro meses. “Boli” ya cayó; “Dylan” aún no, pero el negocio sigue. Tiene que seguir. Las coimas no se pagan solas.
Aunque el director de Asuntos Internos de la Policía Bonaerense, Darío Díaz, sumarió, desafectó y detuvo el 23 de febrero al comisario Jorge Vasalli, hasta entonces jefe de la comisaría 5ª de Billinghurst, por darle “cobertura” al clan Villalba, nada cambió. Todo lo contrario: LA NACION pudo reconstruir que la tarde del viernes 18 de marzo, policías bonaerenses pararon a “Kako”, otro medio hermano de “Dylan”, y lo llevaron a esa misma comisaría, ahora a cargo del comisario Ojeda, pero como no tenían orden de captura en su contra, lo dejaron ir. Antes de soltarlo le sacaron un bolso lleno de plata.
Si los uniformados hubieran seguido a “Kako” en vez de cobrarle el último “peaje”, tal vez habrían llegado hasta “Dylan”: al día siguiente tenían el cumpleaños de un familiar en una quinta. Ahora solo unos pocos saben dónde está el dueño de la droga letal.
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