El dilema para el médico cuando el paciente es Dios
Los médicos atendemos a los pacientes en el contexto de un contrato consensual, denominado "locación de servicios" por el Código Civil: esto significa que alguien requiere ser atendido por su salud y concurre al profesional, que presta sus servicios a cambio de una retribución. En forma intrínseca, implica algo llamado affectio societatis, que refiere a dos o más partes unidas por un objetivo común, que es recuperar la salud.
Ahora bien, en todo caso en el que dicha atención debe ser prestada a una celebrity, ocurre con frecuencia que el profesional médico siente algo "especial", como un desafío o un momento de ser "mejor" que lo ordinario. Y el problema surge cuando, dentro del marco de la responsabilidad profesional el galeno pierde la objetividad y la perspectiva en su labor, y deja de hacer y tomar las prevenciones y precauciones que habitualmente toma con cualquier otro paciente, la mal llamada mala praxis.
Ese sería el punto exacto en el que el profesional debería renunciar a seguir atendiendo a este paciente, pues su juicio crítico podría verse severamente interferido por sus emociones y las circunstancias, situación perfectamente entendible dado que de un médico que es humano.
Si a lo descripto sumamos que la persona a ser atendida es nada menos que el mismo "Dios", porque así es llamado por una multitud de personas no solo de su país sino de todo el mundo, una persona reconocida como una divinidad por propios y extraños y alabada donde quiera que pisa el planeta, estamos en presencia de la hipérbole del desbalance de una normal relación médico-paciente.
Con más razón, el profesional interviniente debe reexaminar sus objetivos y su rol profesional, y si el mismo, en el más mínimo detalle, es desobedecido o entorpecido por actitudes del paciente, complicando los cuidados que se le prodigan o deben prodigar, por más que se trate del mismo Dios llegado a este mundo la única forma de evitar un error o errores que podrían ser fatales es anunciar, sencillamente, que no se puede seguir atendiendo a Dios, y encontrar entonces a otro colega que, con mayor objetividad y ciencia, pueda asumir la ingente tarea.
En mi opinión, hacer lo contrario es encaminarse directamente a una situación de responsabilidad profesional que producirá en forma inevitable daños a propios y extraños, y que estará bien alejada del propósito original de la tarea médica, que es curar.
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