El desafío de escuchar y cambiar
Hace muchos años que la inseguridad está interlineada entre las tres mayores preocupaciones sociales. Y en dicho lapso generalmente ha ocupado el primer lugar. Actualmente no es la excepción. Que las mujeres adopten una actitud más racional y pragmática en esta cuestión no es extraño. Por el contrario, la victimología da cuenta de su mayor vulnerabilidad frente al delincuente, pero también de su mayor fortaleza y compromiso para requerir soluciones eficaces de los organismos responsables.
Lamentablemente se sigue escuchando de altos funcionarios del Ministerio de Seguridad de la Nación que la sensación de inseguridad es fuerte, pero es menor a la tasa de delitos y que nuestro país está entre los tres mas seguros de la región.
Dos reflexiones al respecto. La primera, muy analizada por la criminología y la psicología criminal, nos indica que la mayoría de las sociedades muestran un temor al delito mayor que sus índices. Lógica consecuencia pues de un miedo a algo que nos toca o nos roza y que conlleva un fuerte impacto psicológico que, muchas veces, se torna indeleble.
Y la segunda carece de seriedad frente a la ausencia en los últimos tres años de estadísticas criminales y encuestas de victimización oficiales, que no permiten científicamente a las autoridades confrontar con la propia diagnosis que realiza la sociedad ni hacer comparaciones con otros países.
Estaremos mejor que algunos y peor que otros, pero en paulatino deterioro, que es lo que nos debiera preocupar y ocupar. Por demás, aún cuando se pretenda sugerir que la construcción del miedo o la sensación de inseguridad que lo genera es por el enfoque y reiteración comunicacional, lo cierto es que dichos sentimientos negativos se nutren mayoritariamente de la desconfianza ciudadana en torno de la falta tanto de voluntad política como de capacidad en adoptar medidas concretas y eficaces para resolver o mejorar la seguridad, tal como surge del estudio de Managment & Fit.
El miedo al delito edificado por una realidad cotidiana y la falta de confianza en las instituciones, alimenta un reclamo social bastante generalizado de mano dura, que tiene como destinatario al sistema penal (justicia, policía y cárcel) y que ha dado cuenta de su fracaso para resolver, como eje principal, el tema de la seguridad, no sólo porque su funcionamiento no resulta óptimo, sino porque la mano -ni dura ni blanda- debe utilizarse para resolver las causas que generan el delito. Con anticuerpos que no contiene el sistema penal y que genéticamente se hallan hurgando en las causas que lo originan.
Allí se erige con toda su pluridimensión y eficacia la prevención del delito, ausente en el quehacer gubernamental. Hacia ese horizonte estratégico debemos avanzar sin más demoras.
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