El crimen de Fernando Báez Sosa: En Dolores, los bares fueron cajas de resonancia en un caso de fuerte impacto social
Vecinos y familiares de víctimas del delito apoyaron a los padres de Fernando
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DOLORES.– Lo siguieron como un partido final de esos que hacen historia. En un bar repleto, con mesas completas y compartidas entre desconocidos, ansiedad, nervios y, llegado el momento, un grito de celebración, con puños apretados y en alto, más abrazos.
“Perpetua es un gol”, había advertido un rato antes Verónica Amodio, que junto a Adriana Martínez vinieron desde Mar del Plata sin otro incentivo que acompañar el reclamo de justicia por el crimen de Fernando Báez Sosa.
Y vaya si se festejó cuando, desde los dos grandes televisores de la confitería Mingo’s, frente a la plaza principal, escucharon que cinco de los acusados tendrían la máxima condena que prevé el Código Penal argentino. “Vinimos a esperar un juicio en el que todos paguen por igual”, señalaron Griselda y Alfonsina Ríos, que llegaron desde Villa Madero, partido de La Matanza.
Los insultos arrasaron con el audio de las pantallas cuando se escuchó la segunda mitad de la sentencia, con tres de los imputados con penas menores. “No…”, “hijos de p…”, se escuchó en un rincón y otro del bar.
“La justicia se quedó corta”, plantea Rubén Crego, papá de Lautaro, asesinado por un automovilista que en 2021 lo embistió luego de cruzar un semáforo en rojo. “Está libre, y mientras mi hijo agonizaba él se tomaba vacaciones”, contó, indignado. Muchos familiares de víctimas de delitos llegaron aquí para apoyar a los padres de Báez Sosa en un camino que ellos recorrieron antes.
Severiana López es paraguaya y viajó desde Vicente López con una bandera de su país, grande como el deseo de “una condena ejemplar”. “Fue poco, los otros tres también merecían la pena más dura”, dijo a la nacion un rato después, cuando la suerte de los acusados estaba confirmada.
Desde temprano se vivió el arribo de grupos desde distintos puntos de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal, en muchos casos motorizados por historias trágicas familiares que los identifican con esta causa. Y otros, por el solo hecho de adherir a un reclamo de justicia en un caso emblemático por su trascendencia pública y particularidades.
Más de 400 personas siguieron la lectura del fallo entre La Ley, el clásico bar de la esquina de tribunales, y Mingo’s, en Belgrano y Castelli. Justo al lado del hotel donde se alojan Graciela Sosa y Silvino Báez, a quienes aplaudirían luego al grito de “justicia, justicia”, cuando regresaron tras escuchar el fallo.
Muchos se tuvieron que acomodar desde las veredas, para observar a través de los amplios ventanales, ante la falta de lugar puertas adentro. “No se escucha”, lamentaban. Y se dejaron llevar por esa ovación que desde el interior acompañó a la lectura de pena para Máximo Thomsen, Matías Benicelli, Enzo Comelli, Luciano y Ciro Pertossi. “Vamos”, se escuchó. “Que se pudran en la cárcel”, pidieron desde afuera, entre aplausos.
En esa esquina más alejada de la sala de audiencias se había dispuesto una segunda valla como límite a los ajenos, en este caso también convertida en una suerte de santuario, pero con banderas que recuerdan a otras víctimas de delitos.
Allí, Sergio vendía otras banderas con la imagen de Fernando Báez Sosa. “No es un tema lindo, pero se venden, la gente quiere expresarse”, comentó a la nación mientras caminaba por la plaza con las últimas diez que le quedaban.
Acalorados en un local gastronómico sin aire acondicionado en una tarde con casi 30 grados, lloraban varios de alegría en una mesa de La Ley cuando llegó la lectura del segundo lote de condenados, Ayrton Viollaz, Lucas Pertossi y Blas Cinalli. El secretario del tribunal confirmó que deberán cumplir una condena de 15 años de prisión y entre la gente que apoyaba a la familia Báez Sosa tuvo gusto a poco. “La p… madre, cagones”, amagó a gritar y bajó el tono un hombre que tenía en una mano una foto en blanco y negro de Fernando Báez Sosa y con la otra pegaba una palmada de bronca contra la mesa.
Apoyo de otra víctima
“Hay que seguir reclamando porque las pruebas están a la vista”, dice Cristian Dupuy, que pocos días atrás escuchó la condena por homicidio calificado para las asesinas de Lucio Dupuy, su pequeño hijo. Nada menos que la madre del niño y la joven que es pareja de ella.
“El pueblo y la Argentina querían que paguen todos y la sociedad queda muy disconforme con el fallo para quienes mataron a Fernando”, afirmó a lanacion.
Ramón Dupuy, el abuelo del menor asesinado de La Pampa, también llegó a esta ciudad a abrazar a Graciela y Silvino: “Estaremos conformes cuando cumplan la condena que merecen”, les dijo cuando pudo saludarlos en el hall del palacio judicial, donde también se cruzó con Juan Carlos Blumberg, padre de Axel, asesinado tras un secuestro en 2004.
Graciela Arce, que montó un santuario de recuerdo a Báez Sosa cercano a la sede judicial ,donde se desarrolló este debate durante más de un mes, sintetizó la opinión de muchos que pasan delante de las pancartas con la imagen del joven asesinado: “Tuvo sabor a poco, pero estuvo bien”. Y también utilizó el fútbol para explicar sensaciones. “Lo de hoy fue un gol, perpetua para todos es el campeonato que tenemos que ganar”, dijo a la nacion.
“Esperábamos perpetua para los ocho”, comentó Sara Troncoso, madre de Valentino Troncoso, niño asesinado en el distrito de Malvinas Argentinas y que espera una condena ejemplar para su padrastro, detenido. “La Justicia, como pasó acá, no se puede quedar corta”, aseguró a la nacion.
Resumió ella en buena medida la sensación que dejó entre quienes vivieron desde aquí, bien cerca de los padres de Fernando, un fallo que la propia querella valoró por la contundencia de las condenas y por acompañar en buena medida los fundamentos presentados en su alegato, pero que consideró, de todas maneras, insuficiente.
La bronca estalló cuando el videograph de las pantallas advirtió que Thomsen se descompensó y se pidió un médico en sala de audiencias para que lo asistiera. Ahí sí, entonces, desde las mesas se multiplicaron los insultos y las acusaciones extremas.
“Ahh… bue, sigue la farsa”, dijo uno. “Que no lo atienda nadie, que lo dejen tirado como un perro”, gritó otro desde el fondo. “Que se muera”, soltó una señora, y otro hombre de voz ronca no tuvo piedad en su pensamiento: “Que lo tapen con diarios”, reclamó.ß
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