En septiembre de 1982, Ricardo Melogno mató a cuatro choferes, tres de ellos, en Mataderos; nunca dijo por qué lo hizo, apenas esbozó que “sentía” que debía hacerlo; 35 años después, el escritor lo entrevistó varias veces en el neuropsiquiátrico de la cárcel y grabó 90 horas de conversaciones con él
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“Es el taxi que viene”, pensó Ricardo Melogno, parado en la vereda de la avenida Rivadavia, a metros de la General Paz. Con un gesto automático paró el auto, se subió y le indicó al chofer una dirección de Lomas del Mirador, cerca de la parroquia de San Pantaleón. Era noche cerrada, en septiembre de 1982. Cuando llegaron a destino, en La Matanza, y el conductor se dio vuelta para cobrarle, el pasajero, de 20 años, le disparó en la sien con una pistola calibre 22. Melogno se quedó diez minutos dentro del coche y fumó en silencio hasta que decidió echar a andar. Caminó 50 cuadras hasta el bar Los Dos Hermanos, de Mataderos, donde pidió una suprema napolitana con papas fritas y mousse de chocolate de postre. El festín que, desde ese hecho inaugural, se permitió cada vez que mató. Después se fue a dormir al Parque Alberdi.
Fue el primero de los cuatro asesinatos de taxistas ejecutados por Melogno. Los otros tres se sucedieron en el lapso de una semana en Mataderos. Las víctimas siempre eran encontradas de la misma forma: sus cuerpos caídos sobre el asiento delantero, siempre con un tiro en la sien. Los autos, con las luces y el motor apagados.
“Yo pensaba que morir era el destino de esas personas”, dijo Melogno al escritor Carlos Busqued, que entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015 grabó 90 horas de conversaciones con el asesino de taxistas en el pabellón del programa de salud mental del penal de Ezeiza. El resultado fue Magnetizado, libro editado por Anagrama.
Melogno le contó a Busqued que no escuchaba voces en su cabeza que le dijeran "es el que viene". Sí recordaba esa instancia de decisión como un "sentimiento, una necesidad interna".
“A veces, ponele, ves un plato de comida y ver esa cosa te da hambre. Esto era al revés. Algo interno: mediodía, te hace ruido la panza, sentís algo. ¿Qué es? Hambre. Esto era un poco lo mismo. Una sensación física. No tengo otra manera de explicarlo”, sostiene hoy Melogno.
Entonces, después de disparar fumaba dos cigarrillos como para "acompañar" a la víctima y asegurarse de que estuviera muerta.
Tras los crímenes, Melogno, que poco antes de comenzar a matar había hecho el servicio militar en el Batallón 601 de Villa Martelli, siempre repitió “el ritual” de ir a comer una suprema napolitana con papas fritas y mousse de chocolate. Para él “era una celebración” por lo hecho.
El bar donde cenaba en esas ocasiones era una parada de taxistas. El asesino comía rodeado de choferes, que después del segundo hecho se organizaron y llevaban sogas para “cazarlo”.
La pistola, según contó en Magnetizado, fue lo único que se llevó de su casa cuando se fue a vivir a la calle y dormía en plazas, sobre todo en el Parque Alberdi, a metros de la comisaría 42ª, donde trabajaban parte de los policías que buscaban prácticamente a ciegas al asesino de taxistas.
"A veces, ponele, ves un plato de comida y ver esa cosa te da hambre. Esto era al revés. Algo interno: mediodía, te hace ruido la panza, sentís algo. ¿Qué es? Hambre. Esto era un poco lo mismo. Una sensación física. No tengo otra manera de explicarlo"
Ricardo Melogno
El año pasado, y después de pasar 35 años preso, Melogno salió del Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza y fue derivado a una clínica psiquiátrica privada, según informaron fuentes del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
El miércoles 29 de septiembre de 1982, LA NACION publicó la nota titulada “Tres taxistas han sido asesinado en Mataderos”.
"Las autoridades de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal y de la comisaría 42ª, en cuya jurisdicción ocurrieron los hechos, investigan tres homicidios de características similares cometidos en el término de cuatro días y de los que resultaron víctimas sendos taxistas, que fueron hallados muertos de un balazo en la cabeza en el interior de sus vehículos, en el barrio de Mataderos", describía ese reportaje.
Luego se sabría que, cronológicamente, el primer asesinato de Melogno fue el de Lomas del Mirador. Los crímenes de Mataderos se encadenaron entre el 23 y el 27 de septiembre de 1982.
- La primera víctima de la Capital fue hallada en Pola al 1500. Ángel Redondo tenía 51 años, estaba casado y era peón de una flota de taxis. Su homicidio ocurrió en horas de la madrugada del 23 de septiembre, tres meses después del final de la trágica Guerra de Malvinas.
- La siguiente víctima, Carlos Alberto Cauderano, tenía 33 años. Al igual que Redondo, manejaba un Fiat 125. Fue hallado agonizante dentro del coche que conducía, en Oliden al 1800.
- La tercera víctima, Juan de la Santísima Trinidad Gálvez, un español de 56 años, fue encontrada dentro de un Peugeot 404 en Basualdo y Tapalqué.
"Después de la primera muerte, las otras vinieron por inercia. A partir de la primera muerte nunca desapareció el impulso. Vivirlo como un sufrimiento o parecerme mal algo no, no existía eso. Era algo natural. Algo que estaba ahí. No había ansiedad en todo esto, para nada. Era estar parado viendo pasar el tiempo, en mi mambo, y de repente sentir esa cosa en el cuerpo: ‘Es el que viene’", le respondió Melogno a Busqued cuando el escritor le preguntó si se cuestionó de algún modo ese impulso de matar cuando apareció por segunda vez.
Altar
Si bien en un primer momento la policía sospechó que el móvil de los asesinatos había sido el robo, la hipótesis fue descartada. El asesino no se llevaba la recaudación de los choferes; solo les sacaba las cédulas de identidad. Luego se sabría que se llevaba los documentos a un depósito que tenía su padre, donde hizo una suerte de altar macabro.
Melogno le explicó a Busqued que cuando los investigadores le preguntaron por qué guardaba los documentos que lo incriminaban, respondió que había hecho una especie de altarcito (sic) y que era como una “defensa contra las almas” de los taxistas asesinados.
Mientras sucedían los crímenes, la Policía Federal lanzó una cacería. Según publicó el diario Clarín en octubre de 1982, llegaron a detener a 17 personas; ninguna era el hombre buscado.
Los sospechosos eran detenidos porque sus fisonomías tenían rasgos similares a los del identikit del asesino que habían hecho detectives de la Federal después del testimonio de un taxista que había sido atacado con un cuchillo por un pasajero en Oliden y Remedios. El sobreviviente hizo una descripción de su agresor. Pero el retrato hecho por los dibujantes de la Federal no tenía ningún parecido con Melogno.
A pesar de que la policía había montado una suerte de “cordón de seguridad” en torno a Mataderos, los operativos fracasaron y el homicida seguía libre. Melogno estaba fuera de su radar: al asesino, al final, lo entregó su familia.
El 15 de octubre de 1982 un joven se presentó en el Palacio de Tribunales y le contó al juez Miguel Ángel Caminos (hoy, integrante de un tribunal oral) que el asesino de taxistas era su hermano y que en ese mismo instante desayunaba en un departamento de Espinosa al 1800, en el barrio de Villa Crespo, en el límite con La Paternal.
Lo más rápido que pudo, el juez Caminos se presentó en la comisaría 3ª y le pidió al jefe de la seccional una comitiva para hacer un operativo. Cuando el magistrado abrió la puerta del departamento de Villa Crespo, encontró a Melogno parado en el medio del living.
“Súpose que el sujeto se confesó autor de las muertes de Redondo, Cauderano y Gálvez”, publicó LA NACION el 16 de octubre de 1982. Esa admisión fue el principio de sus 35 años de encierro.
Carlos Busqued: “La historia la conocí contada por él”
Después de dispararle al taxista Carlos Alberto Cauderano, su tercera víctima, como era su costumbre Ricardo Melogno caminó 150 metros hasta el bar Los Dos Hermanos, de la avenida Directorio y Larrazábal, para cenar una suprema a la napolitana con papas. Cuando empezó a comer sintió que los cubiertos se quedaban pegados en las manos. “¡La mierda, estoy magnetizado, qué me pasó!”, rumiaba, sin saber qué era.
Pero no, Melogno no estaba magnetizado. Sus manos estaban empapadas de sangre y por eso se le pegaban el cuchillo y el tenedor. Tenía sangre en la campera y en el pantalón. Y así comía, rodeado de taxistas que se juraban cazarlo y darle su merecido.
Aquel pensamiento de Melogno de hace 35 años se hizo libro. Magnetizado, editado por Anagrama, es el resultado de 90 horas de conversación entre el asesino de taxistas y el escritor Carlos Busqued. LA NACION, vía correo electrónico, entrevistó al autor para hablar de esa experiencia.
–En 1982, cuando el caso se hizo público, ¿lo siguió como lector o se encontró con la historia mucho después?
–No, en ese momento vivía en Chaco. No leíamos mucho los diarios de la Capital. Acá primero conversé varias veces con Ricardo y recién después fui a buscar los diarios a la Biblioteca Nacional. La historia la conocí primero contada por él, después fui a revisar los diarios y fuimos profundizando.
–Cuando empezó a visitarlo en la cárcel, ¿ya tenía pensado hacer el libro o el proyecto nació después?
–En un principio fui por la curiosidad del encuentro con una persona que había vivido una aventura tan extraña. El encuentro surgió a partir de una idea en el contexto de su proceso terapéutico (llevaba diez años sin medicación psiquiátrica y trabajando) para que ordenara la historia, que para él mismo era un conjunto de episodios desordenados, con faltantes e incógnitas. Si bien la posibilidad de un libro era una de los motivaciones del encuentro, el tema fue tomando cuerpo recién con la sucesión de entrevistas.
–¿Cómo fueron esos encuentros en la cárcel?
–Como era un proyecto autorizado por el Juzgado de Ejecución Penal N° 1 de Morón pudimos conseguir horarios fuera de la visita y un lugar un poco más tranquilo para charlar en las instalaciones del hospital penitenciario. Eran sesiones de conversación que duraban alrededor de cuatro horas. Iba cada 15 días, más o menos. Se fumaba mucho y se tomaba mucho mate. Por lo demás, fue una conversación de tono normal, sin mayor exotismo. Ricardo es una persona amable, pero sobria en su comportamiento.
–Una vez publicado Magnetizado, ¿sabe si Ricardo Melogno lo leyó? ¿Sabe qué le pareció?
–Ricardo leyó una versión más larga, un archivo de Word impreso en hojas A4 que eran unas 65 páginas más largo que lo que terminó saliendo en el libro. Me dijo que estaba bien y me señaló un párrafo que aparecía repetido en dos lugares. Después, sí, cuando se publicó obviamente le llevé un ejemplar.
–¿Qué le llamó la atención de la historia como para escribir un libro?
–Me parece que su componente esencial es la extrañeza: lo infrecuente de su caso clínico, lo insistente del formato de los crímenes acompañado de su falta de motivo. La falta, incluso, de un motivo inferible. El clima crepuscular en su cabeza durante el mes que vivió en la calle. Y, posteriormente, su paso por instituciones de terror, como la Unidad 20 del Hospital Borda. Su tránsito a la estabilización, también misterioso. La lucidez con la que habla y lo extraño del fenómeno del que fue protagonista.
–¿Qué sensaciones le quedaron después de esos encuentros?
–Es una historia muy triste. Y por otra parte noté que muchas veces las personas “normales” que deciden sobre los “enfermos” pueden llegar a ser aterradoras. El poder determina si estás enfermo o no. Si tenés la misma enfermedad que el poder no estás enfermo.
A pesar de tantos encuentros, Busqued nunca consiguió saber por qué mató Melogno.
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