El estruendo de dos disparos en medio del campo, las primeras chispas de lo que luego sería una fogata y el inconfundible sonido de una moto que aceleraba por la exruta N°1 fueron indicios inequívocos de que algo andaba mal en Villa del Carmen, un pueblo del departamento Chacabuco, en la zona serrana de San Luis que limita con Córdoba.
Era casi la medianoche del 11 de julio de 2009 y quienes vieron y oyeron aquello no podían saber, entonces, que acababa de concretarse un femicidio que conmocionaría a la sociedad puntana y que recién tuvo sentencia casi una década después.
Aquel sábado, a las 21.30, Brenda Jimena Arias, de 19 años, le avisó a su madre, Elva Garayalde, que saldría a comer y jugar al pool con amigos y volvería pasada la medianoche. Acababa de escribir una carta para su novio, en la que le decía que la relación sentimental entre ellos estaba terminada. Quería despejarse, sacarse de encima esa angustia. Así que tomó su abrigo, las llaves, el celular y partió.
Al llegar al lugar de la cita pactada vio la puerta cerrada. En aquel año, los casos de gripe A habían aumentado considerablemente y ante esa amenaza los locales bailables del pueblo estaban clausurados. Por eso Brenda, esa noche, no salió con su habitual grupo de amigos que solían ir a bailar a la capital puntana. Cancelada la cita, entonces, decidió regresar a su casa. En el cruce de la calle Padre Rocha y la exruta N°1 se la vio por última vez.
A las 4.50 del domingo 12, el celular de la madre de Brenda sonó con un mensaje de texto que decía: "Estoy en Tilisarao, voy a la tarde". Pero los padres sospecharon: no era así como ella escribía. Confirmaron sus sospechas cuando la chica no apareció.
Durante dos semanas el nombre de Brenda estuvo en boca de todo el pueblo. Se pegaron carteles que describían cómo había salido vestida aquel sábado a la noche: jean celeste, remera larga blanca y un saco de tipo torero de color chocolate, zapatillas Adidas blancas y tres anillos.
A la semana, el celular de Elva sonó otra vez con un supuesto mensaje de su hija; esta vez decía que estaba cansada y que quería irse lejos. Su corazón y su mente de madre le decían que no era Brenda la que escribía eso. Con dolor, sabría días después que su intuición era acertada.
"Nunca se encontró su teléfono. Desde la desaparición, el asesino mandó mensajes a la familia Arias diciéndoles que Brenda estaba lejos de casa. Cuando se activaba el celular, las antenas indicaban que el asesino manipulaba el teléfono desde su casa y desde su lugar de trabajo", contaría más tarde el jefe del Departamento de Investigación de Concarán, Sergio Aguilar.
El 27 de julio de 2009, dos semanas después de la desaparición, un testigo encontró restos humanos al norte de Villa del Carmen. Huesos y cenizas y, un poco más lejos, un reloj, el bretel de un corpiño y unos anillos. Era ella.
Inicialmente, el foco de la investigación apuntó al exnovio de Brenda, César Darío Albelo, el joven para el que había escrito su última carta. Pero él pudo probar que al momento de la desaparición estaba en otra localidad. Varios testigos avalaron su coartada.
Las personas que la vieron por última vez
La investigación policial fue de gran complejidad: por acción del fuego habían desaparecido todos los tejidos corporales de la víctima que podrían haber dado respuesta a la causa de muerte.
Sí se encontró un dato clave: la noche de su desaparición, Brenda se iba a encontrar con Carolina Pereyra y Juan José Murúa, una pareja amiga suya.
La víctima estudiaba peluquería y habitualmente hacía cortes de pelo a domicilio. Según testigos, la tarde que desapareció anduvo en moto con Carolina antes de ir a atender a un cliente. Quedaron en encontrarse a la noche, pero esa cita no se concretó; al menos, no con su amiga.
En la madrugada de la desaparición, los bomberos de Villa del Carmen fueron alertados por un foco de incendio en la ruta. Cerca de las dos de la mañana los efectivos combatieron con éxito un incendio provocado por la quema de pastizales.
Con el paso del tiempo aparecieron testigos que, en un primer momento, no se habían animado a declarar o no relacionaron lo que vieron con el final de la joven. Estos testimonios, incorporados casi al final de la causa, permitieron corroborar la secuencia criminal.
Uno de los testigos, Rodolfo Alfredo Picapietra, dijo que había salido a cazar al campo con un amigo y que creía que ya era la madrugada del domingo 12 de julio cuando escucharon voces de dos personas que discutían y, acto seguido, el sonido de dos disparos. Los cazadores permanecieron inmóviles un instante, hasta que decidieron agitar sus linternas para no convertirse en el blanco de las balas. Inmediatamente oyeron el ruido una moto que se alejaba.
Otro vecino de la zona declaró que cerca de las cinco de la mañana descubrió otro incendio pero de mayores proporciones que el primero.
De la investigación, a la que accedió LA NACIÓN, se desprende que Brenda "sufrió al menos un disparo de arma de fuego que le provocó un sangrado de magnitud que permitió que la sangre se alojara en la malla del reloj que llevaba en el momento de su muerte".
La víctima estaba semidesnuda –uno de los breteles de su corpiño no fue alcanzado por el fuego y se encontró junto con los restos óseos dos semanas después de la desaparición– y el cadáver fue arrastrado después del tiro mortal.
Para deshacerse del cuerpo del delito el asesino inició un incendio; primero prendió un foco y luego, otro. Se probó que para acelerar el proceso de incineración del cadáver usó combustible.
La personalidad del sospechoso
Cuando se pudo saber con certeza a quiénes había visto Brenda por última vez, la atención se enfocó en Murúa, de 29 años, que era empleado de una empresa avícola de Villa del Carmen.
Varios testigos declararon que Murúa era "acosador, violento, problemático", que estaba "interesado" en Brenda, que "la cargoseaba" y era "capaz de todo", y que era "insistidor con las chicas".
Los relatos se reforzaron con la declaración de una amiga de la víctima, que afirmó que Murúa se le había insinuado a Brenda, que había querido darle un beso y que la chica estaba nerviosa por la situación y no quería que la dejaran sola con él.
Sin embargo, los investigadores del caso creen que la noche del 11 de julio de 2009, cuando la chica volvía a su casa, probablemente se haya encontrado con él.
El viaje corto que demoró ocho horas
Teóricamente, Murúa había arreglado ir con un amigo a cazar. Para eso debía buscar su carabina en el paraje Boca del Río, a ocho kilómetros de Villa del Carmen.
Él andaba en una motocicleta Motomel 110. A la tarde dejó a Carolina Pereyra en la casa de un matrimonio amigo. Prometió regresar antes de irse de caza, pero recién apareció a las 2 del domingo 12 de julio. Argumentó que un par de animales habían ingresado en su terreno causando un enorme desorden.
A los investigadores puntanos les resultó extraña tal demora, pues Murúa había dicho que iría a Boca del Río a las 18 y hacer un trayecto de solo ocho kilómetros, breve para una moto, le demandó unas ocho horas.
Para la Justicia de San Luis, en ese rango horario tuvo tiempo "más que propicio para dar muerte a Brenda, prender el foco ígneo desde la banquina, arrastrar el cuerpo y prender el segundo fuego para agilizar la incineración del cadáver".
Los cruces telefónicos y un elemento metálico
A ese fuerte indicio se sumó la actividad de los teléfonos celulares, una "prueba indubitada", según Romina Quatroque, secretaria judicial que participó de la instrucción del caso.
Según la Justicia "se pudo determinar que desde las 19.57 hasta las 22.26 del 11 de julio de 2009 Brenda y Murúa se comunicaban constantemente desde sus respectivos celulares, y que los días 12, 13 y 15 de julio el patrón de movimiento del teléfono de Brenda coincidió con los del imputado". Se concluyó que Murúa se había quedado con el teléfono de la víctima, con el que envió esos mensajes que la madre de la chica recibió tras la desaparición.
"Cuando Murúa iba a trabajar a la avícola, el teléfono de Brenda se asociaba a esa antena; pero hubo un día en que faltó al trabajo, y entonces el teléfono de Brenda se asoció a la casa de Murúa. El teléfono impactaba en paralelo con el movimiento físico de Murúa", explicó Quatroque.
Además, el Departamento de Criminalística de la Universidad de San Luis realizó un peritaje químico sobre un resto amorfo de metal hallado en la escena del crimen: contenía bario, antimonio y plomo, los mismos elementos de una munición de carabina calibre 22 como la de Murúa.
El acusado nunca confesó el crimen, pero tampoco ofreció elementos para fundamentar su inocencia. Procesado en julio de 2017 por la jueza penal de Concarán Patricia Besso, fue enjuiciado.
En noviembre del año pasado, la Cámara del Crimen de Concarán lo condenó a 38 años y dos meses de prisión por el "homicidio simple mediante empleo de arma de fuego" de Brenda Arias.
En 2009, año del crimen, no existía el agravante de femicidio y, según explicó Quatroque, fue complicado darle la justa calificación legal al caso. "Al no tener cuerpo, no pudimos saber si fue envenenada o violada, no sumar agravantes para una cadena perpetua", afirmó.
Sospechoso de otra muerte y una desaparición
Tras la muerte de Brenda, Murúa se mudó a Los Hornillos, Córdoba. Allí también está investigado por violencia de género -había golpeado a su esposa, Carolina- y es sospechoso de un nuevo femicidio: el de Marisol Reartes, de 18 años, que la mañana del 2 de febrero de 2014 desapareció con su hija, Luz Oliva, de 2, en el paraje Los Pozos, jurisdicción de Villa de las Rosas.
La Fiscalía de Villa Dolores indicó que existen "indicios suficientes para sostener una acusación [contra Murúa]". La hipótesis más sólida apunta hacia él y su hermano, casado con una hermana de Marisol. Para la Justicia, la víctima habría tenido una relación sentimental con Murúa, aunque no se logró establecer si ese vínculo había finalizado.
Él también tiene una causa por agredir a su esposa y una denuncia por un intento de abuso sexual contra una de sus sobrinas. Con el teléfono intervenido, Murúa le dijo en una conversación a una mujer que le iba a pasar "lo mismo que a Brenda".
El 29 de diciembre del año pasado se comprobó que un cráneo hallado dos meses antes en la zona del dique La Viña pertenece a Marisol Reartes. No hay datos sobre el paradero de su hija, pero en la fiscalía temen lo peor: "No hay pistas de que esté fallecida, pero pensamos que siguió la misma suerte que su mamá".
Pese al trabajo policial y judicial, el caso de Marisol Reartes y Luz Oliva se maneja bajo el sistema de recompensas y el aporte de datos útiles permitiría avanzar hacia su resolución.
Para brindar información:
Policía: 3544-426216 y 3544-426212
Fiscalía: 3544-421201 al 204 interno 72042 al 72047
- Muerte y fuego en Villa del Carmen:
Brenda Arias, de 19 años, desapareció el 11 de julio de 2009 y 17 días después se encontraron sus restos al norte de Villa Del Carmen, San Luis. Su cuerpo fue calcinado y en el lugar había un elemento metálico con los mismos componentes que los de una bala.
- La sentencia:
Juan José Murúa fue condenado a 38 años y dos meses de cárcel por el homicidio de la joven. Aunque nunca se encontró el celular de la víctima, se pudo comprobar que el acusado lo manejó en los días posteriores al crimen. Murúa no pudo probar qué hizo durante las ocho horas en que estuvo fuera del pueblo. La Justicia consideró ese tiempo suficiente para que pudiera matar a Brenda, arrastrar su cuerpo y prenderlo fuego, antes de ir a buscar a su pareja.
- Desaparición y muerte en Córdoba:
Murúa también está señalado por la desaparición de Marisol Reartes, de 18 años, y su hija Luz Oliva, de dos. En octubre de 2018 se encontró un cráneo en la zona del dique La Viña y se comprobó que pertenece a Reartes. Hasta el momento no hay rastros del paradero de su hija.
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