"El suboficial quiere vendar al condenado. Este grita: "Venda, no". Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso". Así describió Roberto Arlt el momento en que aquel hombre enfrentó al pelotón de fusilamiento, sin saber que se convertiría en un mito.
Corría 1931. Llegó el "¡Preparen! ¡Apunten!...", y antes del final, y con la vista fija en sus verdugos, el condenado grita "¡Evviva l'anarchia!", ¡Viva la anarquía!. Los proyectiles de la salva de fusiles Mauser lo alcanzan, lo doblegan. Ese tórrido 1° de febrero, mientras del otro lado del mundo nacía Boris Yeltsin -que, 60 años, después, sería presidente de la Federación Rusa-, las balas de las tropas del gobierno de facto de José Félix Uriburu segaron la vida de Severino Di Giovanni en la vieja Penitenciaría de la avenida Las Heras. Allí donde hoy hay verde y escuelas, entonces había muerte.
A los 29 años, este inmigrante italiano se convirtió en un ícono del anarquismo argentino. Un acratismo que, con mucho menos visibilidad y con otros métodos, aún anida en los centros urbanos y, en ocasiones y con acciones más efectistas que efectivas, muestra su rostro violento, como en el doble ataque explosivo de hace ocho días en el cementerio de la Recoleta -en coincidencia con el asesinato de Ramón Falcón a manos del anarcoobrero Simón Radowitzky, el 14 de noviembre de 1909- y en la casa del juez federal Claudio Bonadio, en represalia por el procesamiento de activistas que participaron de las violentas protestas en el Congreso por la reforma previsional en diciembre de 2017.
Nacido el 17 de marzo de 1901 en Chieti, Di Giovanni fue un aficionado a la doctrina anarquista desde muy joven, lo que lo convirtió en un perseguido por los Camisas Negras de Benito Mussolini. Por eso escapó de Italia y llegó a la Argentina en 1922 junto con su esposa, Teresa Masciulli, con quien tuvo dos hijos. Se instaló en Morón y consiguió trabajo como tipógrafo en una imprenta.
A poco de su arribo comenzó a estar en el foco de la policía por su activismo y por hechos que le fueron atribuidos. Una de sus primeras acciones públicas, que pusieron su nombre en la prensa escrita, ocurrió el 6 de junio de 1925. Irrumpió en el Teatro Colón en medio de un discurso de Luigi Aldrovandi, el embajador italiano, en un acto en el que también se encontraba el presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear. Lanzó volantes con proclamas anarquistas y resistió a puño limpio su detención, mientras insultaba al diplomático fascista.
El rechazo que este hecho provocó en la sociedad porteña de la época no lo amedrentó. Convertido en periodista, comenzó a editar Culmine, un diario anarquista. Desde esas páginas comenzó su militancia contra la pena de muerte impuesta en los Estados Unidos a sus compatriotas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
Fue por más. En mayo de 1926, cerca de la medianoche, una bomba estalló en la puerta de la embajada norteamericana, ubicada entonces en la esquina de Arroyo y Carlos Pellegrini. No hubo víctimas mortales, pero Di Giovanni quedó vinculado al hecho y, ya bajo el escrutinio policial permanente, se vio obligado a cambiar de domicilio periódicamente.
En ese raid conoció a la familia Scarfó, a la que le alquiló una habitación. Este encuentro sería determinante en la vida del anarquista: los hermanos Paulino y Alejandro se convirtieron en fieles amigos y discípulos de Di Giovanni. Y América, la más chica de los Scarfó, se convirtió en su amor eterno.
"...Perdernos entre el verdor, lejos, lejos... caminar del brazo en esta aurora hacia un horizonte intangible e inalcanzable, siempre unidos, siempre fuertemente ligados como dos hiedras sorbiéndonos la propia existencia una a la otra, y cantar la rapsodia heroica de la vida difícil". Palabras como esa le dedicaba a Fina, en 1928. Ese fragmento es parte del libro Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, del periodista e historiador Osvaldo Bayer. En él hay detalles de este romance que acompañó al anarquista hasta la muerte.
En medio de su lucha contra el sistema, el anarquista se hacía tiempo para encontrarse con la chica, con quien compartía largas charlas sobre ideología, literatura y poesía. Varias décadas después, en julio de 1999, Fina recuperaría, a sus 86 años, aquellas encendidas cartas que Severino le escribía. Habían sido secuestradas por la policía en 1931, cuando allanaron la quinta en la que vivía, y permanecieron en el museo de la Policía Federal todos esos años.
Hace casi veinte años LA NACION pudo hablar con ella.
-¿Cómo recuerda a Severino?
-Lo tengo en mi corazón. No era un bandolero, como se dijo: era antifascista. Vivía por sus ideales. Siento que con él y con mi hermano Paulino la humanidad perdió a dos héroes.
Paulino fue ejecutado un día después que Di Giovanni.
La violencia en escalada
Di Giovanni era, más allá de sus actos, un intelectual. Como periodista publicó notas en el periódico L'Avvenire, de la colectividad anarquista italiana. Y estuvo a cargo de la librería Culmine.
A pesar de las mudanzas permanentes en las que se había embarcado en 1927 para huir de la ley, que lo convertía en el enemigo público número uno, halló la manera de publicar desde la clandestinidad, y con seudónimos, en periódicos anarquistas de Francia y los Estados Unidos.
Pero su situación era cada día más complicada. Lo buscaba la policía, señalado por el gobierno italiano como un hombre peligroso, y estaba enfrentado con excompañeros de lucha por las internas entre los grupos anarquistas, sobre todo con quienes abogaban por medidas pacíficas. Ante cada crimen vinculado con el anarquismo, la foto de Severino aparecía en todos los diarios.
Algunos de los crímenes que se le adjudicaron, además del atentado a la embajada norteamericana, fueron el ataque al monumento a Washington; la bomba en la casa del jefe de investigaciones de la policía, Eduardo Santiago, y los atentados del 24 de diciembre de 1927 en el City Bank y el Banco de Boston.
Los primeros atentados no tuvieron víctimas, pero la violencia fue en escalada y comenzó a cobrarse vidas. En mayo de 1928, una bomba en la embajada de Italia provocó la muerte de nueve personas y dejó heridas a 34.
El 22 de octubre de 1929 hubo un atentado contra el comisario rosarino Juan Velar, al que los anarquistas acusaban de torturar a detenidos. Lo esperaron en una esquina y le dispararon con un trabuco en la cara. Quedó desfigurado y murió días después.
También se le adjudicaron varios robos, como el asalto al Banco Avellaneda, el 27 de mayo de 1930; el golpe a la compañía de ómnibus La Central, de donde se robaron 17.500 pesos, y el atraco a la comisión pagadora de Obras Sanitarias, en el que se llevaron 283.000 pesos, murieron dos personas y hubo dos heridos.
Hacía solo un mes del golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen, y el Ejército estaba en la calle, por lo que nadie esperaba semejante osadía. El hecho ocurrió frente al Tiro Federal, donde practicaban soldados del Regimiento 1 de Infantería e infantes del Regimiento 2 efectuaban ejercicios con buena parte de la Policía Montada. La reacción de unos 200 integrantes de la fuerza de seguridad fue inmediata, pero los asaltantes escaparon.
La caída
Aunque resistía, la llegada del primer gobierno de facto del siglo XX cambió muchos planes anarquistas. Varios diarios ácratas fueron cerrados y muchos de sus periodistas eligieron el exilio en Uruguay. Severino no. Dobló la apuesta: por primera vez imprimió el diario en castellano y no en italiano, para que todos entendieran...
El 29 de enero de 1931, a las 19, los agentes José Gregorio Sarrieta y Ramón Cinza se cruzaron con Di Giovanni -que llevaba las copias para la impresión de un libro. Lo reconocieron y dieron la voz de alto, pero Severino comenzó a disparar y escapó por la calle Sarmiento. Según las crónicas de la época, dobló a la izquierda en Riobamba y a la derecha por Cangallo para ingresar en un hospedaje ubicado al 1975. Los policías lo siguieron, pero aguardaron en la calle. Pidieron refuerzos.
Antonio Ceferino García, de la seccional 5», intentó abrir la puerta y Di Giovanni le acertó un disparo en el pecho. Murió horas más tarde en el hospital. Siguieron los disparos y uno alcanzó a una niña de 13 años, Delia Berardone, que también murió.
Di Giovanni se internó en el hospedaje y desde la terraza saltó a un garaje con entrada en la calle Sarmiento. Allí fue detenido.
En pocas horas se decidió su suerte: fue condenado a muerte por un tribunal militar. La sentencia fue firmada por el presidente de facto, el general Uriburu y su ministro de Guerra, el general Francisco Medina.
Sin mostrar ningún atisbo de desesperación ante su destino ya sellado, Di Giovanni pidió ver a su mujer y a sus hijos. Aunque al principio se lo negaron, fue la propia América Scarfó la que consiguió el permiso. También logró que fuera a verlo Teresa.
El 1° de febrero de 1931, mientras en la Penitenciaría preparaban la ejecución del anarquista, afuera la gente se aglomeraba: querían presenciar ese momento. Hubo varios periodistas que cubrieron el acto, pero quizás haya sido Arlt quien registró con más precisión la histórica situación.
Varias personas se acomodaron para ser testigos del fusilamiento, como si fuese un espectáculo. La crónica de Arlt, casi hasta el final solo descriptiva, repara en la llegada de "un señor que ha venido de frac"; la evocación de esa presencia le allana el final: "Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: 'Está prohibido reírse'; 'Está prohibido concurrir con zapatos de baile'".
Algunos de los crímenes que se le adjudicaron:
Los crímenes por los que acusaron a Di Giovanni El comisario Juan Garibotto le tomó declaración a Di Giovanni. Según los informes policiales, el italiano reconoció haber participado en la mayoría de los crímenes. Sin embargo, los agentes saben que los condenados a muerte suelen asumir las culpas para librar a sus compañeros en futuros procesos.
- 16 de mayo de 1926: atentado en la embajada de los Estados Unidos, sin víctimas. Cerca de la medianoche explotó un artefacto armado en el casco de una bala de cañón. Decenas de piezas metálicas se incrustan en las paredes, pero nadie resulta herido.
- 22 de julio de 1927: atentado en el monumento a Washington, sin víctimas. También ocurrió de noche y en momentos que no transitaba gente. La base del monumento quedó destruida. Otro artefacto explotó unos minutos más tarde sobre la calle Perú y se rompieron los cristales de tres grandes vidrieras, pero no hubo heridos.
- 16 de agosto de 1927: puso una bomba en la casa del jefe de investigaciones de la policía, Eduardo Santiago. La casa quedó destruida, pero estaba vacía y no hubo víctimas.
- 24 de diciembre de 1927: bombas en el City Bank y el Banco de Boston. Fue el primero de los atentados efectuado en lugares en los que transitaba público. El primer artefacto estalló al mediodía y el segundo cuatro minutos después. Las esquirlas metálicas provocaron heridas en 23 personas.
- Mayo de 1928: envía una encomienda bomba al presidio de Usuhaia, dirigida al director del penal, Juan José Piccini. Eran en reclamo por la libertad de Simón Radowitzky. El paquete fue detonado fuera de la cárcel y no hubo heridos.
- 23 de mayo de 1928: bomba en el consulado de Italia. El más grave de todos los crímenes de Di Giovanni. Provocó la muerte a nueve personas y dejó 34 heridos. El estallido se produjo a las 11.42, cuando había unas 200 personas en el subsuelo, el sector en el que se tramitaban los pasaportes. Según investigaciones posteriores se supo que el objetivo era el cónsul general Capanni, que salió ileso. Horas más tarde, una bomba en una valija apareció en una farmacia en La Boca. Un niño que encontró el artefacto comenzó a jugar con ella y la desactivó milagrosamente.
- 14 de octubre de 1928: atentado al vapor Apipé, sin víctimas. La bomba fue desactivada por la policía luego de recibir un llamado anónimo que alertó sobre la presencia del explosivo.
- 23 de abril de 1929: asesinato Giulio Montagna, un ex compañero que supuestamente lo delató.
- 22 de octubre de 1929: atentado contra el comisario rosarino Juan Velar. El policía había sido acusado por los anarquistas por torturar a los detenidos. Lo esperaron en una esquina y le dispararon con un trabuco en la cara. Quedó desfigurado y murió días después.
- 25 de octubre de 1929: asesinato de Emilio López Arango, periodista del periódico anarquista La Protesta. Según una investigación de Osvaldo Bayer, hay cartas en las que el mismo Di Giovanni da a entender que él cometió el crimen.
- 20 de enero de 1930: asesinato de Agostino Cremonessi. Cuando ya estaba detenido, poco antes de la ejecución, Di Giovanni dijo que la prensa se equivocaba al asignarle ese crimen.
- 27 de mayo de 1930: intento de asalto al Banco de Avellaneda.
- 20 de junio de 1930: asalto a la compañía de ómnibus La Central, en el que se robaron 17.500 pesos.
- 2 de octubre de 1930: asalto a la comisión pagadora de Obras Sanitarias. Mueren dos personas y otras dos resultan heridas. Se robaron 283.000 pesos.
La ejecución: la noticia en LA NACION
Protagonistas de tiempos difíciles
Severino Di Giovanni, anarquista italiano
Nació en Chieti, Italia, el 17 de marzo de 1901; en 1922, tras la marcha sobre Roma de Mussolini, salió de su país hacia la Argentina con su esposa y prima, Teresa Masciulli; fue fusilado y murió al grito de "¡Viva la anarquía!"
América Scarfó, novia de Di Giovanni
Tenía 14 años cuando Di Giovanni fue a vivir a su casa. Se enamoró perdidamente de él; ese amor quedó reflejado en cartas que Severino le escribió y que solo pudo recuperar en 1999; Fina murió en 2006
Paulino Scarfó, lugarteniente de Di Giovanni
Cuando Severino llegó a vivir a su casa abrazó la acción anarquista. Fue detenido en la quinta de Adrogué en la que vivía todo el grupo de Di Giovanni; aunque su madre pidió clemencia, lo fusilaron el 2 de enero de 1931
Neoanarquistas: reaparecen en las puertas del G-20
Varios grupos persisten en los círculos ácratas locales; preocupa su potencial peligrosidad
Los atentados con explosivos caseros son una "marca registrada" de la acción de los grupos anarquistas que creen en la violencia de hecho como medio de expresión contra "la ley y el orden" del sistema capitalista occidental.
Hay, al respecto, una larga tradición en el país. Hace más de 100 años, por ejemplo, el obrero de ascendencia ucraniana Simón Radowitzky hizo explotar el coche que trasladaba a Ramón L. Falcón. Hace poco más de una semana, y para conmemorar aquel ataque, una pareja de "neolibertarios" quiso hacer volar por el aire el mausoleo en el que reposan los restos del coronel que dirigía la policía. Pero les salió mal, y el explosivo casero detonó en las manos y a un metro de la cara de Anahí Esperanza Salcedo, que todavía está internada, en grave estado, en el Hospital Argerich.
Aquel sonado ataque reactivó las alarmas sobre la seguridad de cara a la próxima Cumbre del G-20, que dentro de una semana, y durante dos días, convertirá a Buenos Aires en una "ciudad sitiada". Puso en el foco, también, la eventual capacidad de los grupos anarquistas que, siguiendo la tradición de Di Giovanni, aún anidan en el tejido urbano y promueven, con palabras y, a veces, con hechos, aquello de "incendiar la sociedad", terminar con los bienes y la concepción de vida burguesa capitalista.
Como publicó LA NACION esta semana en una extensa nota de Daniel Gallo, "los grupos anarquistas como los Obelos, el sector atrapado en el edificio tomado en la calle Pavón al 2300 que participó en los ataques explosivos de la semana pasada, son la preocupación central en el esquema de seguridad callejera" de cara al vasto operativo de prevención montado para "blindar" la ciudad de eventuales conflictos durante la cumbre ecuménica.
"La cueva de Pavón la conocíamos y hay una cuantas más que son similares, pero si ningún juez da una orden nada podemos hacer", indicó un oficial que calculó que unos 300 activistas componen hoy el escenario local del anarquismo.
Esos grupos como los Obelos no tienen vínculos con partidos políticos ni con sectores tradicionales de la izquierda combativa argentina. De hecho, son rechazados en las marchas, por lo que no forman parte de las reuniones de Confluencia Fuera el G-20 y FMI (que organiza la "contramarcha" que, en principio, se hará en el Congreso la semana próxima), y son señalados como "los infiltrados" que rompen las manifestaciones con su violencia inesperada, con lo que generan violentas respuestas policiales.
Se detectó, en los últimos meses, una fuerte actividad de lazos de grupos anarquistas locales con sus pares de Chile y Uruguay, que intentarían llegar a Buenos Aires para sumarse a las protestas.
Entre los sectores ácratas circula el manual de operaciones Black Bloc, denominación "genérica" para grupos anarquistas internacionales con objetivos comunes y sin mando unificado. "La violencia no activa es contrarrevolucionaria", se afirma en ese libelo que desde la primera oración se aleja de todo tipo de protesta pacífica, hasta el punto que prácticamente consideran "enemigos" a quienes se manifiestan sin causar destrozos. Su plan, como lo fue el de Severino, es sembrar violencia.
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