Eduardo Trasante: el pastor que reza con quienes mataron a su hijo
Visita en la cárcel a los acusados del crimen; "terminamos abrazados y llorando", confiesa
"Fue una batalla interna", dice con voz firme Eduardo Trasante, padre de Jeremías y Jairo, sus dos hijos, asesinados el 1º de enero de 2012, el primero, y el 2 de febrero pasado, el otro. Esa guerra la libró "en su mente", recuerda, para poder estar cara a cara con los dos acusados de matar a Jeremías. Él es capellán de una iglesia evangélica en los penales de Rosario. Admite que aquél fue "el desafío más grande" de su vida. "Ellos pidieron hablar conmigo y acepté. Después de varias charlas terminamos abrazados y llorando juntos", dice este hombre, que vive en Villa Moreno, a media cuadra de donde asesinaron a su hijo.
Trasante se sienta en un banco de cemento al borde de una cancha de fútbol vacía, solitaria de jugadores ocasionales. Allí comenzó, en la madrugada del primer día de 2012, una tragedia que no deja de perseguirlo. Un grupo de narcos encabezado por Sergio Rodríguez, el "Quemado", llegó allí en busca del atacante de su hijo Maximiliano. Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez tomaban una cerveza en ese banco: fueron acribillados. Ese triple crimen cambió todo en Villa Moreno, a costa de las marchas que organizó Trasante con los integrantes del Movimiento 26 de Julio, donde militaba Jeremías.
Pero la tragedia que persigue a Eduardo Trasante siguió su camino. El 2 de febrero pasado fue asesinado Jairo, de 17 años, su otro hijo. Lo mataron de un disparo en el abdomen en una pelea en un boliche, en pleno centro rosarino.
Recuerda hoy: "Dos detenidos por el triple crimen [de Villa Moreno] pidieron hablar conmigo. Estaban alojados en el pabellón A y en el Nº 8 de la Alcaidía Mayor de la Jefatura de Rosario. Luego fueron trasladados a Piñero. Desde la muerte de Jeremías fui a verlos una vez por semana".
-¿Qué conversaba con ellos y cuál era su interés en hablar con los asesinos de su hijos?
-A mí me interesa la vida. Si el individuo cambia su manera de pensar, modifica su forma de vivir. Nosotros tratamos de llevar la mente del hombre a un renunciamiento y liberación de aquellas cosas que lo llevaron a delinquir y a caer en las adicciones.
-¿Fue un desafío para usted esta decisión? Porque hablaba con los homicidas, pero a la vez organizaba marchas en reclamo de justicia...
-Para mí, fue una batalla interna muy dura. Mis pensamientos iban acompañados de sentimientos. Todo esto chocaba en mi cabeza. Me aparecían imágenes. Me preguntaba: ¿cómo lo hizo? ¿Era él quien portaba la ametralladora? Jeremías fue el único de los tres chicos asesinados que tenía impactos de bala de ametralladora y un tiro en la sien de calibre 9 milímetros. Entonces, hubo dos personas que esgrimieron armas. Se cree que Rodríguez portaba la ametralladora, pero otro joven que estaba con él tenía una pistola. Yo después traté de librar la batalla y de no ir en contra de mis principios y mis ideales. En medio de la amargura y del dolor se cruzaron otras cosas. Pero por suerte cuidé mi corazón. Como dice el dicho: "Los problemas hay que dejarlos en la puerta de tu casa". Así debe ser. La muerte de mis hijos era mi problema. Yo creo en el cambio. A algunas personas les cuesta más, con resultados que les pueden durar toda la vida, y a otras no.
-¿Los dos presos asumieron frente de usted haber matado a su hijo?
-Al principio ellos lo negaban. Pero con el correr de los días esto cambió, luego de que entendieron que yo llevaba una palabra conciliadora. En la iglesia yo tengo muchas personas que han sido narcotraficantes y delincuentes muy pesados que hoy son otras personas. Ellos se dieron a conocer y esperaban de mí una reacción diferente. Se sorprendieron. Terminamos abrazados y llorando. A partir de ese día empezaron a cambiar. Nosotros dijimos públicamente que los asesinos estaban perdonados. Con el correr de las semanas hubo una apertura y me contaron grandes verdades, la realidad que vivían en su casa, con sus familiares, sus adicciones.
-Generó lazos de confianza...
-Hay que compartir y ser transparente. En la cultura "tumbera" hay mucha desconfianza. A uno lo "estudian", lo miden. No es fácil poder entablar una relación.
-Si estos dos presos le hubiesen confesado un hecho terrible que pudiera servir para el esclarecimiento del triple crimen, ¿usted lo habría contado a la Justicia?
-No, en absoluto. Yo soy un confesor. Creo que si algo tiene que salir a la luz, Dios lo va a sacar. Dios no transa y siempre va a hacer justicia. Eso es lo que le decimos a la gente que tiene la cabeza batallada cuando piensa hacer justicia por mano propia. Esto no se arregla con más injusticia y violencia. Creo que hay valores que por un montón de situaciones se han ido perdiendo, a los que se sumaron un montón de anomalías. Por ausencias de pensamiento y de formación, hoy se viven experiencias que en Rosario provocaron mucho dolor y que se han extendido por todo el país.
-¿Es duro seguir viviendo en el barrio donde mataron a Jeremías?
-Cuando nosotros vinimos a vivir aquí, yo, de alguna manera, fui resistido por abogar por la paz y estar en contra de los vicios. Hace cinco años este barrio estaba muy convulsionado. Era muy violento. Había muchos quioscos de droga y un malestar muy importante. Nosotros no íbamos en contra de la gente, sino en contra de estos problemas. El triple crimen quebró el corazón de la gente del barrio. Fue muy notable. Los que no me saludaban comenzaron a acercarse. Esto ocurrió por cómo querían a estos chicos, que trabajaban en el barrio con algo que no tenía nada que ver con lo religioso. Jeremías, con su militancia política, tuvo relación mucho más rápido con la gente del barrio. Ahora es diferente. Se ha pacificado y ha cambiado mucho.
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