Habla Catalina Peña: la promesa a San Antonio detrás del almuerzo y las dudas de la abuela de Loan por el largo camino al naranjal
Recibió a LA NACION en su campo de El Algarrobal; solo se puede llegar a su casa con permiso; dice que su hija no quiere que hable y afirma que pidió un arma para protegerse porque está sola en el campo
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NUEVE DE JULIO, Corrientes. Una promesa a San Antonio por un celular que había desaparecido y que fue encontrado tras encomendarse al santo, fue el motivo de la convocatoria al almuerzo en la casa de Catalina Peña del 13 de junio, día en el que su nieto, Loan Danilo, desapareció.
“En mayo perdí mi celular. Ya habían pasado seis días que no aparecía. Estaba sentada en el patio, vi pasar las dos gallinas y le dije a San Antonio que si aparecía mi teléfono se las iba a ofrendar a él. Al rato nomás, me llamaron de Nueve de Julio para decirme que había aparecido y a la tarde me lo trajeron acá. Cumplí con él y me vino a castigar más grande y me hizo perder a este nieto.”, relata a LA NACION Catalina Peña, la abuela del niño y anfitriona de aquel encuentro en el que, para la Justicia, se orquestó un plan para raptar al chico de cinco años con fines de trata.
Catalina camina por su terreno, muestra el altar en el que le hace ofrendas al santo y señala, a menos de 20 metros del lugar mismo donde se desarrolló aquel almuerzo, los árboles llenos de naranjas y mandarinas. Ella misma no puede explicarse por qué habiendo tantos cítricos al alcance de la mano los adultos se llevaron a Loan y a los otros chicos a 600 metros de su casa, allí donde a su nieto menor se le perdió el rastro hace 12 días.
El perímetro de su campo está custodiado por policías que tienen la orden de no dejar pasar a nadie sin permiso especial. La propia Catalina dice que su hija no quiere que hable con nadie y que hasta Victoria –Caillava, la ahora exfuncionaria que hace tiempo le gestionó un pozo para sacar agua, que fue la invitada especial al almuerzo de la discordia y que ahora está presa por este caso– le pidió que no dijera nada más porque la estaba “enterrando”.
Pero ella está sola en su campo rodeado de naranjales. Y tiene miedo. Al punto de que pide un arma para poder cuidarse. “Ahora le estaba pidiendo un arma al secretario de Gobierno y me dijo que sí, pero no sé cuándo. Si siento un ruido ahí... ahora no espero más nada. Si puedo pegaré un tiro, nomás”, dice.
La postal en El Algarrobal es la opuesta a la que había hasta el viernes pasado. Los 4,6 kilómetros que separan el ingreso al campo de la ruta 123 están cortados al tránsito y solo con permiso se puede llegar hasta el lugar donde aún se ve media docena de efectivos de la policía de Corrientes y de fuerzas federales.
“A mí no me dejaron ir a buscarlo al naranjal”, cuenta Catalina a LA NACION. Junto con este cronista desanda el camino que 12 días atrás hizo Loan con otros chicos y con al menos tres adultos (Antonio Bernardino Benítez, Daniel “Fierrito” Ramírez y Mónica Carmen Millapi) que primero fueron detenidos por abandono de persona y ayer fueron procesados como partícipes necesarios de captación de menores con fines de trata.
Llegar hasta el sector donde está el naranjal, le toma 12 minutos a Catalina. Sin embargo, identificar el árbol exacto al que fueron a recoger la fruta la tarde del jueves 13 de junio, le toma cerca de 10 minutos más. De vueltas, ingresa en diferentes montes hasta que logra encontrar el árbol frutal, pero que el único rastro de frutas que tiene es una larga caña de bambú con la cual habrían bajado las naranjas del añoso árbol.
En los casi 600 metros que separan el patio de la casa de Catalina, que vive sola hace 20 años, hasta el naranjal se pasa por caminos públicos y luego se ingresa a un campo privado.
“No entiendo por qué vinieron a buscar naranjas acá”, repite una y otra vez en el recorrido. La frase toma otro sentido cuando, al ingresar a su casa, se observan a menos de 20 metros de donde fue el almuerzo, media docena de árboles frutales que incluyen naranjas, mandarinas y hasta membrillos.
Catalina es una mujer que, con paso lento pero firme, se abre paso por el campo hasta llegar al lugar donde llevaron al niño antes de que fuera raptado. Es verborrágica, pero hace silencios largos cuando no quiere responder a viva voz algo que pueda generar conmoción. Sin embargo, con su mirada asiente o desaprueba. “Mi hija no quiere que hable más. Victoria tampoco, me dijo que la estaba enterrando”, asegura a LA NACION.
Hace tiempo que no ve a María Noguera, la madre de Loan. Y a su hijo lo ve poco. Eso explica que Loan no conociera la casa y el campo de su abuela. Con respecto a los motivos de ese distanciamiento, Catalina no elude la pregunta sobre los rumores que corren en Nueve de Julio: que Loan es fruto de una infidelidad.
Es enfática: afirma que eso es falso y que Loan sí es su nieto. “Lleva mi apellido”, refrenda. Y, enseguida, intenta cerrar la cuestión sobre el distanciamiento. “No nos vemos, no nos hablamos, no sabemos nada. Cuando viene mi hijo a verme un día domingo, entonces nomás nos vemos. Porque si no, no nos vemos, no nos visitamos. Yo me voy a la casa y ella no viene. Es así. Pero antes venía a los 20 de julio, para la fiesta que hago por Santa Librada, pero después no vino más. Se alejó. Se alejó”.
Detrás del patio donde se dio el almuerzo, en una habitación de unos 12 metros cuadrados, se levantan una serie de altares con imágenes de diferentes santos a los que Catalina venera. Ante la consulta de cuál es más devota, dice que de todos, pero que tras la desaparición de Loan le está pidiendo ayuda a la Virgen desatanudos.
Catalina, aún no descarta que Loan pueda estar en el campo y haya tenido un final misterioso. “Dicen que hay duendes en el campo, yo directamente te digo que el diablo, como se dice, lo habrá desviado del camino, no sé. El pomberito”.
La mujer, que no quiso revelar su edad exacta, dijo sentir “bronca” por toda la situación que viven desde la desaparición de Loan y que se siente mal. Ante la pregunta sobre por qué tenía ese sentimiento, respondió: “Porque no tuvo que pasar algo así en este tiempo de vida. Que le hagan una maldad y no sé. No creo tampoco que victoria tengo algo que ver. Ella es mi prima hermana. Nos reencontramos. No creo y no pienso eso de ella. Se pusieron a tirarle todo, sangre por la camioneta y que le enterraron los objetos. Eso hacen lo que no nos quieren. Cuando no nos quieren, hace cualquier cosa la gente”.
Para cerrar su defensa a una de las detenidas más complicadas en el expediente, utiliza una expresión en guaraní que repite en más de una oportunidad: “Acá hay un engaú [mentira o engaño], como decimos nosotros”.
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