Disfraces, “miguelitos” y escape a Paraguay: así se planificó el ataque a la cárcel
Claudio Mansilla, el preso que se fugó con otros siete internos el domingo, habría previsto irse a Asunción tras el golpe al penal, según indicaron fuentes judiciales; tres reclusos fueron recapturados
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ROSARIO. El ataque a la cárcel de Piñero, a 20 kilómetros de Rosario, de donde se fugaron este domingo ocho presos -tres de ellos fueron recapturados-, fue planeado con precisión: los internos que escaparon en los dos autos que los esperaban fuera del penal se disfrazaron y mientras huían arrojaron varios kilos de clavos miguelitos para evitar que los siguieran.
Parte del plan incluyó que Claudio “Morocho” Mansilla, de 38 años, a quien los atacantes habrían ido a rescatar de la cárcel, pueda llegar a Paraguay, según revelan escuchas al teléfono de este hombre que debía ser trasladado este lunes a las 7.30 de la mañana hasta el Centro de Justicia Penal, donde estaba siendo juzgado por el doble crimen de dos adolescentes, en 2018. Además, Mansilla estaba siendo investigado desde mayo por encargar el crimen de Mauricio Gómez, por cuya cabeza pagó 100.000 pesos desde la cárcel, según revelaron a LA NACION fuentes judiciales.
Por las características del golpe a la Unidad Penal Nº11, que no tiene antecedentes en la historia de Santa Fe, los investigadores tienen la hipótesis de que la fuga la podría haber planificado Sergio Cañete, un experto ladrón de bancos que también escapó el domingo, y el financiador del plan podría haber sido el propio Mansilla, que tiene “espalda económica” por las bocas de expendio de droga que posee en la zona oeste de la ciudad. Esa pista surgió a partir de que en uno de los autos que los atacantes abandonaron en un camino rural para seguir en otro vehículo se encontró una peluca que los fugitivos olvidaron en el auto.
Cañete fue condenado a 19 años de prisión en 2018 por tres robos a bancos en cuatro meses durante 2015. En ese raid de asaltos protagonizó golpes al banco Municipal de Rosario, al Macro de la localidad de Roldán -a 30 kilómetros de Rosario- y al Credicoop de Pérez, vecino a esta ciudad. El Mono Cañete fue detenido el 27 de agosto de 2018 cuando escapaba del último robo, que había tenido escenas de película.
Para llamar la atención de la comisaría de Pérez, Cañete usó el maniquí de una mujer, que fue arrojado a la calle. Llamó a la comisaría y denunció que había una mujer muerta tirada en Las Campanillas y avenida del Rosario. Cuando los móviles policiales fueron al lugar, Cañete ingresó al banco vestido de traje y con otros dos miembros de la banda, uno de ellos en silla de ruedas, se llevó el dinero.
“Cuando robaba no tenía necesidad de disfrazarse y lo hacía porque le gustaba montar la escena”, contó un fiscal. Cañete fue recapturado esta madrugada. Estaba escondido en un baúl de un Honda Civic, apretujado con otro compañero de fuga Joel Rojas. Una mujer manejaba el auto cuando fue interceptado por la policía.
El “líder”
Mansilla tiene un perfil diferente del de Cañete: es un hombre ligado al narcotráfico, con vínculos estrechos con René Ungaro, uno de los líderes de las bandas narcocriminales más pesadas de Rosario. Ya se fugó en 2011 de la cárcel de Coronda. Su actual pareja, Jéssica González, presa en la unidad Nº5, es la que tiene la relación más cercana con la gente de Ungaro. Ella era la que manejaba la venta de números para que ingresen las visitas a la cárcel.
El Morocho y otros siete presos salieron a través del alambrado que un joven de 30 años, que murió por un disparo de un agente penitenciario, abrió con una amoladora, mientras el resto de los atacantes disparaba contra las garitas. Este lunes fueron recapturados tres presos que huyeron el domingo.
Durante la tarde de este lunes fue detenido en la localidad de Carmen, en el sur de Santa Fe, Alejandro Schmittlein, cuando transitaba con una camioneta blanca.
Refuerzo de seguridad
El secretario de Asuntos Penitenciarios, Walter Gálvez, explicó a LA NACION que este lunes comenzaron a realizar cambios en la seguridad del penal. “Después del ataque del domingo quedaron en evidencia las fallas que tiene la Unidad Penal Nº11. Esto marcó una bisagra y queremos evitar que este tipo de ataques se repitan”, afirmó el funcionario. Detalló que, por ejemplo, las garitas en los perímetros fueron construidas para controlar hacia dentro y están desguarnecidas si se produce un ataque desde el exterior, como ocurrió el domingo. El segundo en el área, Jorge Bortolozzi, aseguró que los atacantes “mostraron poder de fuego y una osadía inédita”.
Este lunes empezaron a blindar con láminas de hierro las estructuras de las garitas. Las rondas de vigilancia en el perímetro del penal, que se encuentra en el medio del campo, que se hacían cada 45 minutos, ahora van a ser cada 15. Se cerró un camino rural que está en la parte trasera de la unidad penitenciaria. Allí se va a instalar un destacamento policial. También, como anunció el ministro de Gobierno, Roberto Sukerman, se va a construir un muro perimetral de unos 1500 metros.
Las fallas de la seguridad del penal quedaron expuestas cuando el fiscal Franco Carbone reveló que no hay registros fílmicos del penal que permitan reconstruir la fuga del domingo. En el exterior no hay cámaras, y de las cuatro que están ubicadas en el recorrido de la fuga tres no funcionaban. Algo similar ocurrió el 19 de mayo pasado, cuando dos presos escaparon escondidos en cajas de cartón en un carro que arrastraban dos mujeres. Los investigadores tardaron varias horas en poder obtener las imágenes de las cámaras porque los discos se habían borrado de manera automática.
El penal Nº11 de Piñero fue inaugurado en 2007, pensado para ser una cárcel para detenidos de baja peligrosidad, pero con el tiempo se fue ampliando y se convirtió en la prisión que alberga a las principales bandas narco que comenzaron a ser desmanteladas a partir de 2013, tras el estallido de la llamada “guerra narco”, que protagonizó la banda de Los Monos.
Una de las estrategias para evitar que se trasladaran a la cárcel los enfrentamientos que se multiplicaban fuera, en las calles de Rosario, apuntó a dividir la población carcelaria de acuerdo a las bandas. Así, cada organización “manda” en uno o más pabellones. Desde hace tiempo comenzó a establecerse ese pacto tácito con las autoridades del penal y nunca se logró neutralizar que las órdenes para matar y para seguir manejando los hilos de las organizaciones narcocriminales, con las facilidades que dan los smartphones, partieran de los pabellones que hoy tienen dueños.
Hoy, Piñero aloja más de 2100 internos, cuando su capacidad máxima es de 1400. Fue la única cárcel de la provincia que se podía ampliar, por sus características edilicias, luego del incremento de las personas detenidas que generó la puesta en marcha del nuevo sistema procesal penal en 2014. El penal fue cambiando en su fisonomía, pero en la mirada de las autoridades seguía siendo seguro, a pesar de que apenas un frágil alambrado circundaba la prisión.
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