“Destruida”. A punto de dar a luz, la madre de Tomás Tello recibe asistencia psicológica y pide “justicia, nada más”
Samanta Ferreira dijo a LA NACION que su hijo era “un pibe bueno, trabajador”
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SANTA TERESITA (enviada especial).- “Destruida”, dice Samanta Ferreira. “Quiero Justicia, nada más que eso”, agrega. Hace poco más de 24 horas que se enteró de que a su hijo de 18 años, Tomás Tello, lo mataron de una puñalada directa al corazón durante los festejos de Año Nuevo.
“Tomas era un chico muy bueno. Un pibe normal como cualquier otro que va a la escuela, trabaja, se compra sus cosas. No le pedía nada a nadie”, dice a LA NACION de quien era su único hijo varón.
Está sentada con un vaso de agua en la mano en el hotel situado frente a su casa y a la cerrajería de su pareja, Matías. Además de las cámaras de los medios de prensa, se acercan vecinos y conocidos para abrazarla. Pasó a verla, además, el equipo de psicólogos municipal para ofrecerle ayuda; también la visitó Juan de Jesús, intendente del Partido de la Costa, del que forma parte esta localidad que, desde ayer, está conmocionada por el asesinato de Tomás. Hay nueve detenidos, siete de los cuales serán indagados a partir de esta tarde en la fiscalía de Mar de Ajo. Ella solo quiere Justicia.
También se comunicó Graciela, la mamá de Fernando Báez Sosa, el joven asesinado a golpes en enero de 2020 afuera del boliche Le Brique, en Villa Gesell. “Es muy triste lo que pasó con Tomás”, decía el mensaje de condolencia que le envió. “Siento mucho dolor y comparto con la familia tanta tristeza, sé y comprendo lo difícil que es perder un hijo”.
Está, además, a seis días de parir a Morena; tiene programada la cesárea para el 8 de enero. Es mamá de Milagros, una beba de dos años, y de Camila, de 14, que vivía con Tomás en la casa de sus abuelos. Fueron ellos quienes criaron a los dos mayores, en una casa de dos pisos situada en la calle 55, de Mar del Tuyú, en un barrio humilde de calles de tierra y construcciones bajas de ladrillos.
“Tomás era un chico muy bueno, era trabajador”, repite Samanta. Trabajaba con su tío “Carlitos”, el hermano de su papá. Era albañil y tenía pensado retomar la escuela nocturna. “Yo lo he llevado a las 4 de la mañana y a las 7 los veía trabajando con Carlitos”, cuenta un remisero que también se acercó a saludar a la familia.
“Él esperaba los fines de semana para ir a la peluquería a cortarse el pelo. Era un pibe normal, no se drogaba, nada”, sigue su mamá con los ojos hinchados de llorar.
Samanta se enteró ayer por un llamado, cerca de las siete de la mañana, que su hijo estaba en el hospital municipal, donde ella trabaja como enfermera; cuando llegó, ya estaba muerto. Es poco lo que sabe todavía de lo que pasó en la fatídica madrugada. Su hijo había pasado la Navidad con ella y el 31 le tocaba con su padre. Después se fue a la Carabela, la zona de la costanera de Santa Teresita entre la calle 39 y la 40 que tiene como hito la enorme réplica de la Santa María, lugar donde los jóvenes suelen juntarse para festejar Año Nuevo.
Ahí empezó la pelea en la playa con este grupo; cuentan que en un principio eran cerca de 30, que varios serían oriundos de Morón y que se afincaron hace un tiempo aquí, para trabajar como vendedores ambulantes.
Se conocían de antes. Habían ido a la fiesta de cumpleaños de Camila y después también quisieron entrar en una fiesta organizada por el propio Tomás el 23 de diciembre, de donde él mismo los habría echado por disturbios. En ese episodio, según cree la Justicia, quedó plantada la semilla del drama que se concretaría en las primeras horas del nuevo año.
“De esa noche no sé nada porque estoy esperando a hablar con los amigos de Tomi. Lo que sé es lo que me voy enterando por la tele. Quiero Justicia, nada más que eso”, repite Samanta, casi como un mantra. Sabe algunas cosas más de aquel entredicho; nada que le permita entender por qué le arrebataron a su hijo.
Luis, dueño del hotel, estaba sacando las mesas a la vereda cuando la vio volver a su casa, cerca de las 8.30 del 1 de enero. “Me mataron a mi hijo”, le contestó ella a su saludo de feliz año. Él cruzó y la abrazó, le preguntó si le habían pegado y a dónde estaba internado. “Lo mataron, Luis, vengo de reconocer el cuerpo”, le respondió ella.
Anoche le prendieron una vela a su foto. “No se puede creer”, dice Luis. “Ahora estamos con el shock del momento, pero cuando lo vean en el cajón va a ser terrible”.
A la noche hubo un nuevo homenaje en la playa de Santa Teresita, todavía golpeada por la tragedia y en guardia por la volatilidad que aún se percibe en el aire, luego de la manifestación teñida de violencia frente a la comisaría local.
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