Hasta esa tarde, a él lo conocían unos pocos. En el pueblo sabían que era fanático del Club Comercial. En el barrio sabían que sus compañeros de la ferretería lo apodaban "el loco" y que sus amigos lo trataban de "gordito pelotu...". Todos sabían que estaba obsesionado con los billetes de cien pesos, y que los coleccionaba arrugados, adentro de los bolsillos del pantalón.
Hasta esa tarde, a él lo conocían unos pocos. Pero esos pocos no sabían lo que Pablo Cuchán era capaz de hacer.
La madrugada del 16 de octubre de 2004, Luciana Moretti tomaba mate con un amigo cuando sonó el teléfono en su casa. Corrió para atender, habló casi susurrando y cortó rápido. Dos horas más tarde, como a las seis, el teléfono volvió a sonar. Otra vez corrió, atendió, habló y cortó.
Ni bien asomó el sol, Luciana se levantó de la cama, se vistió, caminó hasta la cocina, cruzó dos o tres palabras con su papá y salió de su casa, en el barrio 26 de Septiembre, de Ingeniero White, Bahía Blanca.
Nunca más volvió.
La imagen del rostro de Luciana, de 15 años, estuvo estampada en todos los negocios del barrio. Su nombre comenzó a aparecer en las noticias y en pocos días toda Bahía Blanca hablaba de ella.
Durante una semana la policía rastrilló toda la zona, hizo allanamientos y extendió la búsqueda a varias ciudades del sur de Buenos Aires, Río Negro y La Pampa. Pero de Luciana no se supo nada.
Hasta el 24 de octubre.
Ese domingo, mientras caminaba por las vías del tren con su esposa, un hombre que vivía en un barrio cercano vio que entre un montón de tierra asomaba una cabeza. Estaba carcomida, sin un pelo y con rastros de quemaduras en un costado.
-Es de un perro -pensó.
Pero no: ese cráneo tirado en un terraplén del barrio Spurr, frente al frigorífico San Martín, en las afueras de Bahía Blanca, era de Luciana, la chica que ya llevaba 10 días desaparecida.
El dentista que la atendía desde que era una niña confirmó la noticia a los medios. "Lo que tuve que ver no fue para nada grato. Los arreglos en las piezas dentales de ese cráneo se corresponden con los que le hice a Luciana Moretti. Lo lamento muchísimo", dijo.
El día siguiente, a la mesa de los investigadores llegó un dato que fue clave: un informe de telefonía indicaba que los dos llamados que recibió Luciana la madrugada del 16 de octubre habían salido del celular de un tal Pablo Cuchán, y que la última vez que ella habló con sus padres para decirle que estaba bien, lo hizo desde un teléfono fijo a nombre de un tal Cuchán.
¿La ubicación? Juan José Valle al 3000, a unas 30 cuadras de donde vivía la familia Moretti.
Con una orden de allanamiento en la mano, un grupo de policías irrumpió en una casa con rejas verdes, techo de tejas, frente de piedra y ventanas de madera lustrada. Una casa que parecía familiar y tranquila. Una casa a la que Luciana Moretti entró el sábado a la mañana, pero de la que nunca pudo salir.
En esa casa, debajo de un fogón, al fondo de un quincho, los policías encontraron seis bolsas con huesos calcinados, una lata de pintura llena con pelos largos carbonizados, derretidos, y varias manchas de sangre en el piso.
En el patio, al lado de una pileta de natación y cerca de un cantero con flores, encontraron tierra removida. Un perito se acercó con una pala, excavó y encontró más huesos rotos y astillados.
Otros restos aparecieron escondidos entre las chatarras de un terreno baldío de la calle Avenente al 4000, cerca de un taller mecánico al que Pablo Cuchán solía llevar su auto.
La búsqueda había terminado ahí.
-Nadie, nadie pensaba que podríamos encontrarnos con todo esto. Es realmente increíble lo que aparentemente hizo este muchacho -dijo un investigador al salir del patio.
Esa misma tarde, justo antes del anochecer, Cuchán, de 25 años, sintió por primera vez el clic frío de las esposas en sus manos. Con la cara descubierta, sin agachar la cabeza y agarrado de los brazos por cuatro policías, Cuchán salió de su casa y enfrentó a los periodistas antes de subir al patrullero.
–¿Estás arrepentido? –le preguntó un cronista.
–¿De qué? –contestó sin un gesto de más.
El 26 de octubre de 2004, miles de bahienses se despabilaron con la noticia, publicada en el diario local La Nueva Provincia. La cara de Luciana Moretti aparecía en la tapa una vez más. Pero era la primera vez que en los titulares estaba el nombre de su asesino.
"Un crimen que por sus características de salvajismo carece de precedentes en la historia delictiva de Bahía Blanca, quedó al descubierto con el arresto del único sospechoso del asesinato de Luciana Moretti y el hallazgo de los restos de la víctima", decía la crónica.
Tres años después, el 7 de julio de 2007, Cuchán se sentó por primera vez frente a un juez. De traje y de corbata declaró que Luciana murió por una sobredosis de cocaína y que él no había tenido nada que ver con su muerte.
–¿Usted le proporcionó la droga a Luciana?
–No le proporcioné nada, la compartimos…
–¿Cómo consideró que ya estaba muerta?
–Los párpados, la lengua para atrás, el pulso.
–¿Tiene conocimientos de medicina usted?
–No. Yo tengo conocimientos de drogarme.
–¿Por qué no llamó a una ambulancia?
–Porque en ese momento yo no estaba en el mismo estado que ella, pero… No sé, son preguntas que usted me hace hoy, pero yo me las vengo haciendo desde hace tres años.
Cuchán dijo que se asustó. Que no la descuartizó. Que solo llevó el cuerpo hasta la parrilla, lo roció con 20 litros de solvente, le puso unas 10 o 12 bolsas de leña encima y lo prendió fuego.
–No veía salida. En el apuro, en el arrebato, la vi recostada sobre la cama y con la lengua dada vuelta. En eso empezó a sonar el teléfono o el timbre, no sé qué sonaba. Y bueno: la cargué en mis brazos y la llevé hasta al quincho de mi casa.
Cuchán aseguró que por su cabeza pasaron "dos millones de preguntas" que en ese momento no tenía tiempo para responder. Por eso recostó el cuerpo sobre una silla, abrió las puertas de chapa del fogón, lo metió adentro y volvió a cerrar las puertas con unas trabas que tenía al costado.
–Después me fui a trabajar porque llegaba tarde.
Cuando volvió a su casa, Cuchán se acercó de nuevo al fogón, sacó las trabas y abrió la puerta.
–Luciana ya no era Luciana y el cuerpo estaba sumamente pesado. En ese momento agarré las bolsas de leña, el solvente y prendí fuego todo.
Cuchán calculó que cerca de las seis de la tarde abrió el fogón, juntó los restos, los puso en bolsas y limpió todo.
–¿Qué olor quedó en el quincho?
–Era un olor ácido, que al abrir las ventanas y prender los ventiladores fue yéndose.
–¿Dónde está el resto del cuerpo de Luciana?
–Todo junto tiré. Y dejé algo de sus cenizas en mi jardín. Eso fue todo. Perdón...
El 16 de julio de 2007, el Tribunal en lo Criminal Nº1 puso fin al juicio por el crimen más escalofriante en la historia delictiva de Bahía Blanca al condenar a Pablo Cuchán a 18 años de prisión por homicidio simple.
Pero por haber tenido un "comportamiento ejemplar" en prisión, Cuchán cumplió solo dos tercios de su sentencia y quedó libre en abril de 2016.
"Mi deuda ya la pagué. De la cárcel sale un Pablo distinto. Un Pablo que maduró...", dijo en la puerta del penal.
En Tinder
Hace un año y medio su nombre volvió a aparecer en las noticias: Cuchán había abierto una cuenta en la app de citas Tinder. Buscaba novia. Pero lo único que consiguió fue remover la bronca por el crimen atroz que cometió.
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