“Retumba en mi cabeza ‘no me mates, no me quites la herramienta de trabajo’; él eligió el auto a la vida”: la cruel confesión de La Hiena Humana
Roberto Carmona contó cómo asesinó a sangre fría al taxista Javier Rodrigo Bocalón, el 13 de diciembre de 2022; ya tiene tres cadenas perpetuas y, tras su confesión, sumará otra más
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CÓRDOBA.– Roberto José Carmona ya fue condenado tres veces a prisión perpetua por otros tantos crímenes. Ha matado por placer o para conseguir sus oscuros propósitos. A los 61 años, y aunque ya pasó más de la mitad de su vida en la cárcel, su pulsión homicida no se detiene. Desde este lunes está de nuevo en el banquillo de los acusados ante un jurado popular y se enfrenta, otra vez, a la pena máxima. Tal es su peligrosidad, tanto aquello de lo que se lo cree capaz, que en la sala de audiencias estará encerrado en una celda de vidrio.
Poco antes de las diez, dos agentes penitenciarios provinciales lo colocaron dentro de esa jaula de cristal. Allí estaba, con su rostro serio y su pelo lacio y completamente blanco. Parecía un chamán, o un druida, pero no... Con la tranquilidad que sugería su figura detrás del vidrio, con una voz parsimoniosa captada por el micrófono del interior de la cabina y emitida a través de un parlante a la sala, donde lo escuchaban los jueces y los hombres y mujeres que integran el jurado popular, Carmona hizo una confesión escalofriante. Ahí todos comprendieron por qué le dicen La Hiena Humana.
“Eligió más el auto que su vida. El auto era más valioso para él que su vida. Yo no podía hacer que baje del auto utilizando palabras obscenas. Algo tengo que hacer, tampoco puedo bajarme porque el hombre no me quiere entregar el auto. Soy un depredador, un lobo solitario, arranco en una ciudad que no conozco y tengo que manejar, y este hombre me impedía el manejo. El choque fue precisamente por él, porque no lograba sacar los pies de los pedales...”.
En la sala reinaba el estupor. Carmona no solo confesaba que, efectivamente, fue él quien mató al taxista Javier Rodrigo Bocalón la tarde del 13 de diciembre de 2022, en medio del partido en el que la selección argentina se medía con la de Croacia por una de las semifinales del Mundial de Qatar, cuando intentaba escapar durante una visita conyugal que incluyó un insólito viaje desde Chaco hasta un barrio cordobés.
Sin emoción, ni arrepentimiento, incluso contrariado porque no comprendían la meridiana claridad de sus acciones, le echó la culpa de su muerte a la víctima, por haber “elegido” que lo asesinaran antes que entregar el taxi, su “herramienta de trabajo”. Y hasta lo responsabilizó por el choque posterior, porque no sacaba los pies de los pedales del auto. Claro: agonizaba, apuñalado sin misericordia por ese hombre para el cual matar es, apenas, un medio para concretar sus fines.
“Retumba en mi cabeza ‘no me mates, no me quites la herramienta de trabajo’; pero él eligió el auto a la vida. Yo era un depredador”, explicaba desde su cubículo ante los jueces Marcelo Nicolás Jaime, Juan Manuel Ugarte y Eugenio Pérez Moreno, de la Cámara en lo Criminal y Correccional de 8ª Nominación de Córdoba, que lo juzgan por evasión, robo calificado por el uso de arma y homicidio criminis causae.
El padre y la hermana de Bocalón lo escuchaban hablar en la sala de audiencia. Lloraban sin consuelo mientras Carmona explicaba con total indiferencia cómo había acuchillado al taxista, cómo había segado la vida de ese hombre de 42 años que encontró la muerte cuando esperaba, estacionado al volante de su auto, el final del partido de la selección para conducir a quienes quisieran ir para el centro de la ciudad a festejar el pase a la final.
“Habló con tanta frialdad... No sé cómo catalogar a una persona así”, afirmó Raúl Bocalón, desolado. Fue extremadamente difícil para él, para su hija, y para todos los presentes. Magnificaba el pavor y el miedo la imagen de ese hombre impertérrito encerrado en una cabina vidriada. Ya ha dado muestra muchas veces de lo que es capaz. Y aunque todos descuentan que recibirá, una vez más, la pena máxima, nadie se atreve a afirmar que esta será la última.
En cuanto comenzó el juicio desafió a la autoridad una vez más y se plantó en ese rol dominante que tanto le gusta. Al inicio de la audiencia, cuando le preguntaron su alguna vez había tenido un juicio, respondió, con dudoso humor sarcástico: “Soy socio vitalicio”.
Y fue intimidante sin ambages cuando al abogado de la querella por la familia del taxista Bocalón, Carlos Nayi, le recomendó que se “informe mejor” porque por gente como él “tuvo que mandar a otras personas a conocer al Señor”.
Por todo eso, el dispositivo de vigilancia en torno al acusado es excepcional. Él se siente un Hannibal Lecter. “La seguridad de Carmona está a cargo del Servicio Penitenciario de la provincia de Córdoba. Hoy [por el lunes] llegó desde la cárcel de Cruz del Eje directo a la sede de los tribunales, pero seguramente quedará alojado en Bouwer durante todo el juicio”, detalló a LA NACION una fuente oficial.
En la penitenciaría de Cruz del Eje está preso desde fines de 2022, justamente después del homicidio de Bocalón. Pero hasta ese momento estaba alojado en la cárcel de Chaco. Aunque parezca inconcebible, la Justicia le había autorizado visitas conyugales. Pero no, no era su esposa la que iba a visitarlo –a pesar de que con Ángela Etudié, Angelita, se casó en la cárcel, en 1999– sino que lo llevaban a él a Córdoba, a la casa de esa exportera de escuela municipal subyugada por el ego del asesino.
Día de fiesta y de muerte
Dieciocho viajes interprovinciales hizo Carmona –nacido el 15 de enero de 1963– desde la capital chaqueña hasta el barrio Las Violetas, autorizado por la jueza Ligia Duca.
El 13 de diciembre, a las 16.26, aprovechó que los seis guardiacárceles que lo habían escoltado desde Resistencia –y que no debían perderlo de vista excepto en los momentos de intimidad que justificaban el viaje– estaban atentos a lo que pasaba en el estadio Lusail, al norte de Doha, en Medio Oriente, y ganó la calle en el oeste de la capital cordobesa.
En la audiencia, ante una pregunta del fiscal de Cámara Hugo Almirón, dijo que para conseguir escapar le había pagado 15.000 pesos a Juan José Penayo, uno de los seis penitenciarios que debían ser sus cancerberos.
En Santa Ana, una avenida que conduce hacia la terminal de ómnibus, encontró un taxi. Subió y sacó los cuchillos que llevaba escondidos. No pretendía pagar el viaje. “No me mates”, le rogó Bocalón al pelilargo que lo insultaba. “Bajate o te mato”, le gritó. Nunca se sabrá si el chofer llegó a imaginar que le estaban dando a elegir. “No me quites la herramienta de trabajo”, le suplicó.
Carmona no es un hombre de paciencia. Le descargó varias cuchilladas, en las piernas, en el cuello. Intentó hacerse del volante, pero no lograba correr del asiento del conductor a Bocalón, que se desangraba. Las piernas le quedaron atrapadas entre los pedales. Chocaron en Santa Ana y Félix Paz. Allí dejó muerto al conductor.
Se bajó y corrió a buscar otro auto. Lo encontró en la playa de estacionamiento de un supermercado: un VW Gol del que acababa de bajar una mujer. No llegó muy lejos, y chocó en Villa El Libertador. Así que robó otro coche. Pronto se dio cuenta de que en auto no llegaría a ninguna parte. Deambuló desorientado, rodeado por cada vez más gente eufórica por el triunfo que ponía a la selección argentina a un paso de la gloria. Así lo detuvieron, a las 18.30, rodeado de la algarabía de los hinchas cordobeses, en Luis Agote y Almirante Brown.
En el juicio, además de contar de forma desapasionada por qué asesinó a Bocalón, tuvo un gesto que se leyó como un intento de favorecimiento a su mujer, que está acusada de encubrimiento de evasión, al igual que los seis guardiacárceles chaqueños.
Sostuvo que traicionó a Angelita al escaparse. Afirmó que ya le había comentado a ella que el sistema era vulnerable y que podía escaparse cuando quisiera. “‘Quiere decir que no me amás, que no vamos a hacer nuestros proyectos’, me dijo ella. Pudo más mi ego que el amor”, declaró.
También le dijo al fiscal Almirón que había camuflado los cuchillos –uno de ellos, el que usó para matar a Bocalón– en un televisor de la cárcel de Chaco, de donde estuvo “a dos metros de fugarse”, aunque reconoció: “Me fallaron los cálculos”.
Antecedentes terribles
Los informes psicoforenses que se acumulan a lo largo de su historia criminal definen a Carmona como un hombre sin conciencia moral, psicópata, proclive al delito, egocéntrico, carente de empatía, narcisista, inteligente y capaz de matar por placer, por un trámite o por necesidad.
“Esperé demasiado tiempo para razonar y predisponerme, y recién allí tomar decisiones. Hasta que logré hacerlo yo tenía una mente criminal, y a las mentes criminales ustedes no pueden entenderlas, porque las mentes criminales piensan de manera promiscua”, dijo Carmona en 2008, en una entrevista con el periodista Dante Leguizamón.
En 1979, a los 16, fue preso por robo. Ese mismo año fue condenado en Buenos Aires. Salió en 1986 y viajó a Cosquín en un Taunus que había robado en Santos Lugares, en el conurbano. Se cruzó con unos jóvenes en la ruta. A una de ellas, Gabriela Ceppi, la violó y la mató de un tiro en la cabeza. “Ella pedía que no la matara. Reaccioné cuando la bala le quebró el hueso”, le dijo al fiscal José Ugarte, cuando confesó el crimen.
En 1994 mató en la cárcel a Héctor Bolea, líder del pabellón, y un año después, a Demetrio Pérez Araujo, también en un establecimiento penal, lo que demuestra que ni siquiera la cárcel era capaz de detenerlo.
Intentó escaparse y, para conseguirlo, no dudó en matar. Eso fue a fines de 2022. Seguramente será condenado por este nuevo crimen. Lo que no significa, necesariamente, que no lo volverá a hacer.
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