Tenía 69 años y estaba solo en su casa de Bernal porque su esposa había viajado a Alemania; el hombre se había construido un pasado falso y contaba su vida de fantasía a amigos y a su amante; el 22 de abril de 1994, alguien lo asfixió con una almohada y, luego, lo mutiló
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En la mesa del bar “Los Amigos”, de Bernal, Helmut Klein se jactaba de haber combatido en la Segunda Guerra Mundial como miembro de la maquinaria militar nazi y que su valor en el campo de batalla, incluso, había sido reconocido por el tirano Adolfo Hitler. A los parroquianos que lo rodeaban para escucharlo, entre pocillos de café y vasos de aperitivos, les juraba que el hecho de haber sido integrante de la Wehrmacht lo había obligado a modificar algunos datos de su identidad al llegar a la Argentina, al término de la conflagración.
A Norma, una psicóloga que fue su amante, le contó que había “sido condecorado por Hitler y que para participar en la guerra había cambiado sus documentos debido a que, por su edad, le habían prohibido el ingreso en el ejército alemán.
Pero lo cierto es que Helmut Klein era un farsante. Nunca quedó claro por qué construyó aquella mentira. Quizás, por pura vanidad. Lo que sí se sabe es que el 22 de abril de 1994, su historia pasó de ser una fantasía a un misterio que, 28 años después, sigue tan hermético como al principio.
Klein fue asesinado estaba solo en su casa, justo después de una cena frugal. Lo asfixiaron. Su muerte contiene un dato horroroso: lo mutilaron. La misma persona que lo sofocó con una almohada apretada con fuerza contra su cara seccionó, con extrema prolijidad, como de mano experta, su virilidad completa. Y se llevó aquello que cortó, quizás como sádico “premio”, quizás, como prueba del “trabajo” cumplido.
Ana Elsa, la esposa de Klein, había viajado a Frankfurt, Alemania, a visitar a su hija. El 17 de abril, el falso oficial nazi, acompañado por una amiga de la familia, la llevó en un remise al aeropuerto de Ezeiza, donde debía abordar un vuelo de Lufthansa.
Después que partió Ana Elsa, los vecinos recordaron haber visto a Klein por última vez el 19 de abril de 1994. Llevaba una bolsa con peras, dijeron.
Dos circunstancias extrañas
Al día siguiente hubo dos episodios fuera de lo normal en la cuadra de Independencia 79, dirección de la casa del ciudadano alemán. Una vecina que vivía al lado recordó que el 20 de abril, a las 4, escuchó ladrar al perro de los Klein de una forma que no era habitual. Horas antes, no pasó inadvertida para otros vecinos la presencia de un Ford Falcón rojo, que durante poco más de media hora, entre las 20,30 y las 21.10, estuvo estacionado en la cuadra.
Ambos episodios coincidirían con la hora aproximada en la que ocurrió el homicidio de Klein. El propietario o el conductor del Ford Falcón nunca fueron hallados. Ninguno de los testigos aportó alguno de los números de la patente. Solo indicaron que correspondía, por la letra C que, en esos tiempos, antecedía al número de dominio, a un vehículo radicado en la Capital Federal. Nada más.
Con respecto a los ladridos del perro de la víctima, los investigadores podrían creyeron que podían deberse a la presencia de un extraño en la casa. Es un hecho que nadie escuchó gritos de Klein. Es probable que el asesino (o la asesina) lo haya sedado antes de matarlo. De lo contrario, el dolor de la castración debió haber sido insoportable y los gritos desgarradores, inevitables.
Aunque entre los investigadores se instaló aquella presunción con respecto a la mecánica homicida, para la época del crimen la Superintendencia de Policía Científica bonaerense no contaba con la tecnología y los reactivos necesarios para poder encontrar el abanico de 1200 sustancias que se pueden hallar, en la actualidad, durante un análisis de sangre de orina o un estudio histopatológico.
Ese listado de sustancias incluye desde sedantes hasta tóxicos y venenos. Pero el hecho de no poder identificar un eventual sedante suministrado a Klein para dormirlo profundamente no era concluyente para considerar que no lo hubiesen usado para facilitar el crimen.
“Pudieron haberlo sedado con una sustancia que se metabolizaba rápidamente”, explicó uno de los investigadores.
La otra amante
El hallazgo de cabellos rubios en las uñas de la víctima apuntó la atención de los responsables de la investigación hacia la figura de una mujer que habría sido amante de Klein y a quien el hombre invitó a su casa después de que su esposa viajara hacia Alemania. Esos cabellos no coincidían con el color del pelo de Norma, la psicóloga y amante de Klein, que se presentó a declarar a mediados de agosto de 1994.
Una testigo indicó que escuchó a Klein hablar por teléfono con una mujer a la que llamaba Norma, y que ella siempre lo rechazaba. Ante los policías de la comisaría 8ª de Bernal, Norma admitió su relación con Klein y afirmó que la víctima se había presentado ante ella como ingeniero, y que le dijo que había participado en la construcción del túnel subfluvial entre Paraná y Santa Fe y que había trabajado para una empresa de electrodomésticos alemana, radicada en la Argentina.
En realidad, Klein había armado otra historia falsa en su afán por llamar la atención de Norma. Klein trabajó como electricista en dos compañías navieras y en buques-tanque de YPF.
También era mentira su participación en el Ejército de Hitler. Aquellos objetos de guerra que atesoraba y mostraba como propios -el casco de soldado alemán, con dos espadas rodeadas de laureles plateados, la cadena con la cruz gamada, el prendedor con esvástica y la medalla con la inscripción Regimient Ernest Lodvig Kaiser Wilham- habían pertenecido a su padre y a su tío.
El hallazgo macabro
Klein tenía 69 años cuando fue asesinado en una habitación de la planta baja de su casa. Los policías de la comisaría 8ª llegaron a la vivienda alertados por un vecino que llevaban más de tres días sin ver al hombre, que en realidad había arribado al país en 1933, procedente de Alemania, donde había nacido en 1925.
Luego de saltar desde la casa de uno de los vecinos, los policías ingresaron en la vivienda Klein por la puerta que daba al fondo del terreno. Al recorrer los primeros metros por el comedor, los efectivos no encontraron ningún signo de desorden ni elemento alguno que indicara que se hubiera producido un robo.
Al adentrarse en la vivienda, que estaba en penumbras, los policías percibieron con mayor intensidad el hedor que emanaba de una de las habitaciones. En el living, los uniformados hallaron el primer signo de desorden: unas chinelas y zapatos desparramados por el suelo, quizás por la mascota. En el dormitorio, los policías descubrieron el origen del olor nauseabundo.
Acostado en diagonal sobre la cama de una plaza, con los pies suspendidos sobre el piso, desnudo y boca arriba, estaba el cuerpo de un hombre corpulento y canoso. El cadáver estaba lleno de gusanos. Este detalle, sumado a la gran cantidad de sangre que había empapado las sábanas y ya se había secado, indicó a los técnicos de Policía Científica que al dueño de casa lo habrían matado entre 72 y 96 horas antes.
La autopsia
Llamó la atención de los policías y de los peritos de la Policía Científica que el cuerpo de la víctima tenía el calzoncillo parcialmente colocado, en la pierna izquierda.
“Donde debían estar sus genitales había un gran tajo. El cuerpo presentaba traumatismo de cara y labio superior. Además, tenía una herida circular con amputación de pene y bolsa escrotal. Se trató de una incisión realizada con un elemento filoso y cortante”, sindicó el informe del médico legista del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT) de la policía bonaerense.
Esa misma noche, el forense Osvaldo Rosato realizó la autopsia en el pequeño destacamento del SEIT situado en la zona conocida como “El Triángulo” de Bernal, en el cruce de Calchaquí y Pilcomayo.
“El mecanismo de la muerte fue asfixia por sofocación, producida por la compresión con una almohada o elemento similar. Macroscópicamente no se advierten signos de coagulación o sangrado, por lo que se infiere que la amputación de los órganos genitales se concretó postmortem”, indicó el informe del legista.
Al revisar la escena del homicidio, los investigadores concluyeron que no había ninguna puerta o ventana violentada, Este detalle abonó la presunción de que la víctima conocía a su asesino o asesina.
Los investigadores no obtuvieron ningún perfil genético de los restos de cabellos hallados debajo de las uñas de la víctima. Tampoco hubo un resultado positivo con la búsqueda de coincidencias de la huella digital hallada en un vaso encontrado en la mesita de luz que separaba las dos camas de la habitación donde Klein fue asesinado.
Un motivo inextricable
A 28 años del homicidio, la identidad del homicida sigue cubierta con un manto de misterio. Algo similar ocurre con el móvil del asesinato.
Descartada la posibilidad de que Klein hubiera integrado las SS nazis, sobrevivió la hipótesis de la venganza perpetrada por cuestiones sexuales. Esa motivación habría llevado al asesino a cortar los genitales de la víctima.
Aunque Klein había sido castrado, un psiquiatra forense definió la conducta aplicada por el asesino o la asesina como emasculación. “A la víctima la pudo haber matado una mujer con conocimientos médicos o de enfermería. Al cortarle el pene y la bolsa escrotal para llevarse los testículos, expuso su sadismo y dejó en evidencia que el móvil del asesinato fue una venganza por cuestiones personales”, explicó el psiquiatra forense.
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