De custodia a madrina: la relación que forjaron una mujer detenida y la policía que debía vigilarla
A Camila Leiva le asignaron la consigna en la casa de Vanesa Osores, que estaba presa por haber matado a su pareja; la desconfianza inicial se transformó en gran amistad; cuando la joven fue absuelta, al probarse que había actuado en legítima defensa, la oficial la acompañó en el nacimiento de su bebé
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Antes de que Jessica Vanesa Osores eligiera a Camila Leiva como madrina de su cuarto hijo, había entre ellas una relación puramente circunstancial: Vanesa, como prefiere que la llamen, cumplía arresto domiciliario por haber asesinado a su pareja y Camila era la agente de policía apostada en la puerta de la casa para vigilar que no se fugara. La amistad entre las mujeres solo se explica por la voluntad: una se empecinó en mostrar que no era mala y la otra eligió creer. Finalmente, la Justicia tucumana les dio la razón al reconocer que el crimen fue un acto de legítima defensa.
“Ella se paraba en la vereda de enfrente, no quería entrar a mi casa. Tal vez pensaba que yo era una delincuente, una drogadicta, como quien dice una persona de malvivir”, le cuenta Vanesa a LA NACION desde el monoambiente que alquila en un barrio periférico de San Miguel de Tucumán. A su lado, Camila asiente en silencio. Después, lo confirma con sus propias palabras: “Al principio sentía desconfianza. Ella me ofrecía de todo, pero yo no aceptaba nada. Y así, de lejos, me di cuenta de la clase de persona que era. Hasta que conversamos, me contó todo lo que sufrió y nos fuimos haciendo amigas”.
La historia que las unió empezó antes, en las primeras horas del 21 de septiembre de 2020. Esa madrugada, Javier Gómez Vizcarra, pareja de Vanesa durante nueve largos años, volvió de trabajar tambaleante y furioso, culpa de la mezcla de alcohol y drogas. Aun cuando el menor de sus hijos —por entonces, de cuatro meses— estaba llorando, intentó violar a Vanesa. La tiró sobre la cama y la ahorcó. La mujer logró escapar hasta la cocina, pero él la alcanzó y la escarmentó con más golpes.
Hoy, Vanesa no puede reconstruir los detalles. Solo sabe que estiró la mano y buscó sobre la mesa cualquier cosa que le sirviera para defenderse del hombre violento que la golpeaba. Lo que tomó fue un cuchillo. “Cerré los ojos —cuenta— y empecé a golpearlo hasta que me soltó. Ahí se me vino el mundo encima, fue la desgracia más grande que me ha tocado en la vida. Estaba mi hija más grande y le dije que llamara a la policía, a la ambulancia, a todos. Lo cubrí con una colcha porque estaba helado; después le hice respiración boca a boca y le tapé la herida con un toallón. Lo único que quería era que él se levantara, que se despertara y me dijera: Vanesa, estoy bien”.
Antes que la ambulancia, llegó la policía. Vanesa estaba en shock, pero balbuceó que habían entrado ladrones y que ella encontró a Javier ya herido. Pero no pudo sostenerlo y admitió que había sido ella la que empuñó el cuchillo. Pasó dos noches en una comisaría hasta que pudo volver a su casa: era madre de tres hijos, uno en período de lactancia y otro con Síndrome de Down.
El fiscal Carlos Sale, que llevó adelante la investigación, la acusó de homicidio agravado por el vínculo. Ya en el juicio, pidió para que la condenaran a ocho años de prisión.
“La trataron como si fuera la peor criminal”
Con apenas 21 años, Camila Leiva tenía su primera “consigna”: debía vigilar la casa de Vanesa durante turnos de 24 horas seguidas. Comer o ir al baño en ese tiempo eran problemas que debía resolverlos sola.
“Yo la miraba, pobrecita: era la tarde y estaba en medio del sol. Le hablaba, le decía que pasara a descansar un poco, que tomara una ducha, pero ella no quería saber nada. Hasta que un día le dije: ‘pasá y servite comida, acá nadie te va a comer a vos’. Le convidé un guiso que me había hecho mi mamá y esa fue la primera vez que entró en mi casa”, recuerda Vanesa.
Así le pudo contar a Camila sus años como víctima de violencia de género, las veces que había intentado separarse, sus denuncias y pedidos de ayuda, que nadie escuchó. “Él se drogaba mucho y era muy violento. Me rompía el celular y mis cosas, no me dejaba salir de la casa; un día me dejó renga porque me golpeó con un fierro en el tobillo”.
Esa confidencia inauguró una relación de confianza y empatía entre las mujeres. Camila se convirtió en una compañía para Vanesa durante el encierro y, sobre todo, en el curso de su cuarto embarazo.
“Con Camila nos hicimos íntimas amigas, ya era como de la familia, pero solo faltaba oficializarlo. Un día me preguntó si el bebé tenía madrina, le dije que no, y entonces me pidió si podía ser ella. Le dije que sí, sin dudarlo”, remarca.
El pasado 23 de agosto, un tribunal de Tucumán, de manera unánime, absolvió a Vanesa después de casi un año de estar detenida. “No existen dudas de que la señora Osores fue víctima de violencia de género y lo hizo en defensa propia”, fue el argumento principal de los jueces.
Cuatro días después de la absolución, nació Isaías. Camila, la madrina, se encargó de todos los trámites y de la compra de leche y pañales porque Vanesa debía recuperarse del parto por cesárea. Aunque la consigna fue levantada, se la ve todos los días en la casa de su amiga.
“Creo que fue maltratada por parte de la Justicia –reflexiona Camila– porque la privaron de derechos y la trataron como si fuera la peor criminal. En su momento, el caso no se analizó profundamente, y aunque la Justicia después la absolvió, le quitaron un año de su vida”.
“¿Tendría que haber dejado que él me matara a mí?”
“Era él o yo. Entiendo a la familia y les pido perdón sinceramente, porque soy madre y sé el sufrimiento que están viviendo. Yo también vivo día a día en dolor. Solamente le pido a Dios que perdone sus pecados y que él esté en un mejor lugar. Yo me aguanté miles de golpes, humillaciones, nadie sabe lo que una pasa entre cuatro paredes”. Esas fueron las últimas palabras de Vanesa Osores ante la Justicia, antes de terminar absuelta por el homicidio de Gómez Vizcarra.
El tribunal, integrado por los jueces Carolina Ballesteros, Isabel Méndez y Dante Ibáñez, dio por probado que la muerte de Gómez Vizcarra se dio en un marcado contexto de violencia de género, lo consideró un caso de legítima defensa y ordenó su inmediata liberación.
La jueza Ballesteros, en particular, opinó que no existían motivos para que Vanesa hubiese estado privada de su libertad durante casi un año y por eso consideró apropiada una “reparación”. En ese sentido, juzgó necesaria su inclusión en el programa Acompañar, del Gobierno nacional, dirigido a mujeres y personas del colectivo LGBTI+ en situación de violencia de género de todo el país y libró oficios para que se le brinde inmediata contención económica y psicológica.
En su momento, el fiscal Carlos Sale acusó a Vanesa de homicidio agravado por el vínculo, lo que provocó el repudio de las organizaciones feministas. “La investigación está fundada en principios clasistas y machistas y en la defensa de este régimen de opresión social que arroja a las mujeres al femicidio o a la cárcel”, expresó oportunamente el colectivo Ni una Menos en uno de sus comunicados.
"La Justicia fue muy injusta conmigo. Todo este año no he podido trabajar y tuve que vender hasta mi casa para poder pagarle al abogado. Mis hijos estuvieron encerrados conmigo todo el tiempo y no me daban permiso para llevarlos al médico. Fui yo [la autora del asesinato de Gómez Vizcarra], pero estoy arrepentida. ¿Qué más tendría que haber hecho? ¿Tendría que haber dejado que él me matara a mí?"
Jessica Vanesa Osores
“La Justicia fue muy injusta conmigo —dice ahora Vanesa—. Todo este año no he podido trabajar y tuve que vender hasta mi casa para poder pagarle al abogado. Mis hijos estuvieron encerrados conmigo todo el tiempo y no me daban permiso para llevarlos al médico. Fui yo [la autora del asesinato de Gómez Vizcarra], pero estoy arrepentida. ¿Qué más tendría que haber hecho? ¿Tendría que haber dejado que él me matara a mí?”.
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