De accidente a femicidio: tres años de lucha pidiendo justicia por su hija
CÓRDOBA.- El 26 de abril de 2017, el Fiat Uno que conducía Gustavo Villarreal, de 28 años, acompañado por su novia Nayara Ibarbia, de 17, se estrelló contra un camión estacionado en una calle de Monte Maíz, un pueblo del sureste de la provincia, situado a 300 kilómetros de la capital. Al cabo de una semana la chica murió y él, aunque sufrió lesiones, siguió con su vida. Hasta que, días atrás, fue detenido. La causa judicial cambió de carátula por la lucha de tres años de los familiares de la adolescente, que desde el principio estuvieron convencidos de que el choque fue intencional. Ahora, Villarreal es considerado presunto autor de homicidio calificado por el vínculo y femicidio.
Ibarbia y Villarreal salieron durante medio año; él nunca fue a la casa de la chica ni conoció formalmente a la familia, aunque vivían a 300 metros uno de otros. Tampoco los fue a ver después de la muerte de la chica; nunca se acercó a hablar con ellos. "Lo conocía de vista y una vez le dije ‘no me gusta para vos’, aunque juzgaba sin conocer. ‘A vos no te cae nada’, me respondió ella, riendo. Después de lo que pasó empezaron a aparecer quienes me contaban que él era violento, que otras parejas suyas la habían pasado mal", dice a LA NACION Valeria, la mamá de Nayara.
Aquel 26 de abril, la adolescente se estaba duchando para ir a cenar a lo de una tía. "El móvil sonaba y sonaba, ella no lo atendía –relata la madre-. En un momento empezaron los bocinazos en la puerta; era él. Salió, y después supimos por testigos que durante 90 minutos él manejó como un loco por el pueblo, a toda velocidad, sin respetar semáforos ni lomadas. Era una noche fría, no andaba nadie".
Ninguno de los que se acercaron –incluidos bomberos y policías– entendían el choque: el vehículo estaba pegado al cordón, no había marcas de frenada, ni señales de un intento de "volantazo", no andaban autos y la visibilidad era total.
Cerca de las 22.30 unos vecinos avisaron a la familia que Nayara había tenido un accidente. A dos cuadras de su casa, el Fiat Uno blanco estaba incrustado en la parte trasera de un camión estacionado, iluminado a pleno por el alumbrado público. Ninguno de los que se acercaron –incluidos bomberos y policías– entendían el choque: el vehículo estaba pegado al cordón, no había marcas de frenada, ni señales de un intento de "volantazo", no andaban autos y la visibilidad era total.
"Dudamos, pero los primeros días nos concentramos en nuestra hija, a la que sacaron destrozada del auto; estuvo una semana en terapia intensiva y no despertó nunca. Los médicos, desde el comienzo, nos dieron muy poca esperanza. En el mismo hospital, en sala común, estaba él; jamás se acercó nadie de su familia, y él nunca pidió verla. La paciente que estaba al lado y las enfermeras nos contaron que escuchaba música y conversaba ‘como si nada’ hubiese pasado. Lo vivimos muy mal, fueron momentos horribles", relata Valeria.
Cuando Nayara murió, la familia contactó a un abogado. Sospechaban que Villarreal había querido matarla y suicidarse. En esos días empezaron a llegarles testimonios de gente del pueblo sobre el perfil del hombre. "No sé por qué no alertaron antes –piensa en voz alta la madre–. Este es un pueblo chico. Habrán tenido temor... Una amiga de mi hija me contó que él era violento; ella no me lo hubiera dicho nunca porque sabía que lo hubiese denunciado".
La tía de Nayara, con quien la adolescente tenía un vínculo estrecho, mostró una conversación de la chica con Villarreal, en la que le decía que quería terminar la relación. Había amenazas; él decía que se iba a matar y que la iba a matar a ella.
No sé por qué no alertaron antes. Este es un pueblo chico. Habrán tenido temor. Una amiga de mi hija me contó que él era violento.
En primera instancia, la Justicia imputó a Villarreal por homicidio culposo calificado, agravado por conducción temeraria. "Tres años peleamos por el cambio de carátula; incorporamos pruebas, aportamos peritajes mecánicos, digitales y psicológicos, además de testimonios", apunta la madre. Hace unos días la fiscal de Bell Ville Isabel María Reyna ordenó la detención de Villarreal por considerarlo autor de homicidio calificado por el vínculo y femicidio.
"Nay" –como le dicen en su familia– iba al secundario y, aunque no lo tenía decidido, pensaba seguir Psicología. "Era medio rebelde, como toda joven, con un corazón de oro; todos la querían", describe Valeria. Villarreal tenía un hijo de una expareja; ni ella ni el chico vivían en el pueblo. Su exsuegra contó que había vivido "horrores, amenazas con cuchillo, golpes estando [su hija] embarazada en la calle". La última novia del imputado antes de Nayara también declaró ante la Justicia y, después, se fue de Monte Maíz. Entre los hechos de violencia que había vivido estuvo el de ser rociada con kerosene.
"Fue valiente, dio la cara. Lo había denunciado, como también la madre de la otra chica, porque ella era menor. Pero nunca se había llegado a nada. Si lo hubieran detenido tal vez la historia hubiera sido otra", analiza Valeria. Después de la detención de Villarreal ,la familia de Nayara dejó de recibir amenazas.
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