Nunca se imaginó leyendo un expediente judicial. Mucho menos hablando con especialistas sobre manchas hemáticas, ADN y peritajes psiquiátricos. Sin embargo, desde hace un tiempo dedica gran parte de sus días a analizar cada detalle del siniestro camino que convirtió en realidad su peor pesadilla: el homicidio de su hija Lola Chomnalez,la chica de 15 años que fue asesinada en Barra de Valizas, Uruguay, el 28 de diciembre de 2014, cuando comenzaba las vacaciones con su madrina, hace exactamente seis años.
Adriana Belmonte afirma que no busca justicia. Pero enseguida aclara: "Justicia sería que mi hija estuviera acá conmigo y eso no va a suceder". Lo que quiere es que todos los responsables del crimen vayan presos "para que no sigan matando". Recién en ese momento, imagina, podrá comenzar el verdadero duelo.
En la causa está procesado como coautor de homicidio agravado por alevosía Ángel Moreira, el Cachila, un cuidacoches de la zona. La madre de Lola espera que cuando concluya la feria judicial en Uruguay, la fiscalía del departamento de Rocha, que tiene jurisdicción en la escena del crimen, pida la condena del detenido.
Pero para Belmonte, al igual que para los abogados Jorge Barrera y Juan Williman, el caso no se agota en Moreira: están convencidos de que hubo más partícipes. "No me preguntes por qué, pero en mi cabeza son tres las personas que la mataron. Además, hay evidencia de que no fue solo este Cachila. Y yo quiero a todos los responsables tras las rejas. Lola no va a volver, eso es irreversible. Pero su muerte no puede quedar impune. Lo pienso por mí y por todas esas madres que perdieron a sus hijas y la Justicia no les dio respuestas", sostiene la mamá de Lola.
En mi cabeza son tres las personas que la mataron
Tanto a ella como a su marido, Diego Chomnalez, les llevó un tiempo recobrarse de la conmoción inicial para poder involucrarse en la causa. "En 2017 empecé a leer el expediente, a hablar con abogados, a buscar más información; comencé a averiguar, a pedir que me expliquen. Curiosamente, entender más duele muchísimo, porque puedo comprender mejor cómo fue la secuencia del asesinato", dice Belmonte, y su voz se entrecorta.
Puedo comprender mejor cómo fue la secuencia del asesinato
El matrimonio viajó periódicamente a Uruguay todos estos años para seguir la causa de cerca. "Queremos estar al tanto de todo. Es como despabilar a la Justicia", explica la mujer.
La causa está bajo el régimen del viejo Código Procesal Penal uruguayo -en 2017 hubo una reforma- por lo que los padres de Lola debieron sortear varios obstáculos y aceptar, entre otras cosas, que muchos de los trámites sean por escrito y que no se les permita estar en las audiencias, que no son orales ni públicas. Esto, sumado a varios cambios de fiscales y jueces, fue demorando el proceso, que finalmente entró en la etapa de juicio con el "Cachila" como único acusado en el banquillo, al menos por ahora.
"Es todo muy raro. No nos cierra que la gente del lugar no sepa nada. Es un pueblo chico. A mí se me ocurre que hay alguien de un poder, aunque sea un poder pequeño, que quizá tiene puesta una amenaza sobre Cachila, pero es una hipótesis mía", plantea Belmonte, y cuenta que esperan poder ir nuevamente a Uruguay luego de la pandemia para seguir el proceso.
No nos cierra que la gente del lugar no sepa nada. Es un pueblo chico. A mí se me ocurre que hay alguien de poder, aunque sea un poder pequeño, que quizá tiene puesta una amenaza sobre Cachila
"Cada movida es agotadora. Pero le prometimos a nuestra hija que si algún día le pasaba algo íbamos a estar ahí. Así que, mientras estemos vivos, no vamos a bajar los brazos", asegura.
Acariciar la oscuridad
A Belmonte le tiembla la voz al recordar aquel llamado del domingo 28 de diciembre de 2014. Al otro lado del teléfono, Claudia Fernández, la madrina de Lola, que había invitado a la adolescente a pasar unos días con ella en esa costa agreste y pintoresca del este uruguayo, le decía que su hija había salido a caminar por la playa y no había regresado, por lo que habían hecho la denuncia a la policía.
"Me preocupó, pero no sabía toda la trama. Automáticamente le dije a Diego que me iba para allá. Él me dijo 'Quedate tranquila que volvés con ella'", relata. "No había lugar en los barcos ni en los vuelos, así que me subí a un micro. Creo que ahí pasé por el Purgatorio. Fue horrible. Me quedé sin batería en el celular. Quería llorar a los gritos, pero no me salía. Llegué y me encontré con un paraje desolado. Claudia me dijo que habían pegado fotos de Lola en todo el pueblo. Yo no lograba reaccionar, era como si estuviera mareada", continúa.
Aunque logró cargar la batería de su celular, no tenía buena señal en la zona. No sabía que en la Argentina todos los medios de comunicación hablaban de la búsqueda de una joven argentina desaparecida en Uruguay. Su marido y las amigas de Lola habían escuchado su pedido. "Es que antes de irme para Valizas recordé algo que decía Juan Carr: que ante la mínima sospecha, cuando desaparece alguien hay que hacer escándalo, porque las primeras horas de búsqueda son cruciales. Le dije a Diego: 'hacé un pedido escandaloso'". Y la prensa acompañó.
Hasta que se reencontró con su marido, al día siguiente, todo fue como una película de terror. "En esas horas acaricié la oscuridad", recuerda Adriana.
El cuerpo de Lola fue hallado al día siguiente, el 30, semienterrado en la arena, a 400 metros del lugar donde había sido vista por última vez, en una zona boscosa entre Barra de Valizas y Aguas Dulces.
Un quiebre sin retorno
Al principio, los padres de Lola tuvieron diversos inconvenientes para poder acceder al expediente. Recién lo lograron en noviembre de 2017. "Fueron muchas vueltas; hasta parece tragicómico. Primero, no había fotocopiadora en el juzgado. Quisimos donar una, pero me dijeron que no se podía 'donar' a un juzgado. Después había muchas trabas porque no querían que el expediente saliera del juzgado; eso es más entendible. Finalmente, uno de nuestros abogados logró, a través de alguien de la fiscalía, que nos dejaran escanearlo", explica Belmonte.
A poco de estar en el lugar, Claudia ya la había dejado que se fuera a caminar sola.
Al comenzar a leer la causa se encontraron con varias sorpresas. "Horrores de ortografía, falta de claridad en la redacción. Pero, sobre todo, nos enteramos de cosas que no sabíamos. Por ejemplo, que el primer día que Lola llegó a Valizas, el 27 de diciembre, a poco de estar en el lugar, Claudia ya la había dejado que se fuera a caminar sola. Lola tenía 15 años, yo no quiero acusar a la madrina ni a su pareja, pero nos llamó la atención que permitieran eso. Era una responsabilidad muy grande", se lamenta la madre de la adolescente.
La madrina y un largo silencio
Fernández; su pareja, Hernán Tuzinkevich, y el hijo de él -que tenía 14 años- estuvieron en el foco de la investigación en un principio, cuando todo era confusión y dolor. En diálogo con LA NACION, Gustavo Bordes, abogado que representa a ambos, repasó la secuencia de hechos que dio lugar a esas sospechas. La noche anterior al crimen, Lola había salido a caminar con la pareja de su madrina.
"Cuando le preguntaron a Tuzinkevich a qué hora habían regresado, dijo un horario que se contradecía con lo que declaró luego su hijo de 14 años. La policía entendió que eso era una contradicción grave. Esto, sumado a un primer peritaje que determinaba que Lola había muerto entre la madrugada y el mediodía del domingo, hizo que se apuntara la acusación hacia ellos", detalla Bordes.
Cuando le preguntan a Tuzinkevich a qué hora regresaron, dice un horario que se contradice con lo que declara luego su hijo. La policía entendió que eso era una contradicción grave.
"Visto así parecía que el relato que habían hecho sobre la secuencia de la desaparición de Lola era mentira", añade. Pero un segundo peritaje encontró en el estómago de Lola la comida que, tal como había declarado Tuzinkevich, habían almorzado ese domingo, antes de la caminata final de la adolescente.
Para la Justicia ya no son sospechosos. "Pero es muy difícil quitar esa sombra de duda que se echó sobre ellos en los medios y en la sociedad", dice Bordes.
"El dolor para ellos también es muy grande. Además de lo desgraciado del crimen y de que, por supuesto, se entiende lo duro que es para los padres de Lola, ellos también han vivido con angustia todos estos años", afirma el abogado.
Consultado sobre los motivos por los cuales no hablaron con la prensa ni con los Chomnalez, Bordes indica: "Es muy complicado. Nadie pone en tela de juicio el sufrimiento de los padres. Eso está por encima de todo. Pero Lola era la ahijada de Claudia y aunque la Justicia luego admitiera su equivocación... deshacer eso es difícil".
Lola era la ahijada de Claudia y aunque la justicia luego admitiera su equivocación… deshacer eso es difícil.
"Yo les sugerí que hablaran, que contaran su historia. Cientos de veces los medios me piden que los contacte. Pero ellos no quieren y es entendible", concluye Bordes.
La última vez que se vieron ambas familias fue en el juzgado en Rocha, el día que fue hallado el cuerpo de Lola.
No dieron la cara, no nos acompañaron.
"Nunca volvimos a hablar. Tampoco yo hice el esfuerzo, pero me parece que les corresponde a ellos. Se negaron a hablar, no dieron la cara, no nos acompañaron. Yo entiendo que para ellos tampoco debe ser fácil, pero pensé que una amistad de 25 años significaba otra cosa", reflexiona Belmonte. Y añade: "Esperaba otro gesto. Un mínimo de humanidad".
La causa, hoy
El Cachila había sido detenido al comienzo de la investigación. Sin embargo, fue liberado cuando dio negativo el cotejo de su ADN con el material genético hallado en la mochila de la adolescente. Tiempo después declaró ante la Justicia y admitió que se había cruzado con la víctima en la playa el día del crimen. Dijo que le había ofrecido una estampita, que ella se sintió mareada y que cuando quiso ayudarla notó que no tenía pulso.
El fiscal Jorge Vaz, entonces a cargo de la causa, consideró que, de acuerdo a ese relato en la indagatoria, surge que "estuvo presente antes, durante y después del homicidio".
Los posteriores peritajes psicológicos, psiquiátricos y semiológicos revelaron que Cachila tiene una personalidad con tendencia "a la mitomanía", a "irritarse fácilmente y perder el control de sus impulsos" y un patrón de "desprecio y violación de los derechos de los demás".
Aquella declaración direccionó todas las sospechas en su contra y, junto a otras medidas de prueba, determinó que fuera acusado como "coautor" del delito de "homicidio agravado por alevosía", que en Uruguay tiene penas de entre 15 y 30 años de prisión.
Para las partes acusadoras, según explicaron fuentes con acceso al expediente, en su declaración el hombre dio descripciones y datos que solo podría dar una persona que estuvo en el lugar en el momento del asesinato.
Pero tanto la fiscalía como la representación legal de la familia de la víctima consideran que hay más personas involucradas en el crimen que aún no han sido identificadas.
Al salir de una audiencia llevada a cabo hace dos meses, los abogados Barrera y Williman manifestaron públicamente que el caso "no está cerrado ni concluido" con el próximo juicio a Cachila, que podría ser condenado cuando se levante la feria.
La esperanza está puesta en el ADN masculino encontrado en la cédula y una toalla dentro de la mochila de Lola, que es cotejado con todos los hombres que entran al sistema penal por otras causas.
En cuanto a cómo ocurrió el crimen, hay dos posibles secuencias, según consta en el procesamiento de "Cachila". Una es que Lola fue sorprendida desde atrás por el o los agresores. La otra es que se topó de frente con el o los atacantes. En ambos casos, le siguieron las heridas con arma blanca y el golpe. Posteriormente, la adolescente fue asfixiada contra la arena. Ambas escenas marcan la incongruencia con aquella declaración de Cachila en la que sostuvo que Lola se había quedado sin pulso tras un simple desmayo, ya que se demostró que la joven fue presionada contra la arena, lo que le causó la muerte por sofocación.
Lo que no está claro aún es el móvil. En el procesamiento de Cachila, la jueza de Rocha Rossana Ortega descartó el intento de robo y el delito sexual.
La vida después
A Belmonte le gusta que recuerden a su hija. Y nunca se priva de hablar de ella. "Lola no es dolor. Dolor y tragedia es lo que le hicieron a ella, y lo que siguen haciendo con tantas chicas", expresa.
Intenta llevar una vida tranquila junto a su marido -que pasó por varias complicaciones de salud- y Michelle, la gatita que era la mascota de su hija.
"Me levanto muy temprano y lo primero que hago es meditar o hablar con Lola o con Dios. También practico yoga. Todos los días salgo a andar en bici. A veces almuerzo con mi mamá y cuido su pequeño rosedal", cuenta. También tiene el deseo de volver a un monasterio trapense al que fue con su marido hace un tiempo. "Fue hermoso sentir esa paz. No hace falta ser religioso para ir. Solo estar ahí, participar de los cantos, de los rezos. Es muy sanador", explica.
Los padres de Lola tienen a cargo un servicio de catering y con la pandemia el trabajo bajó mucho. "Eso nos permitió salir del trajín diario y nos dio tiempo para leer con calma el expediente", afirma Belmonte. Si bien ahora están retomando la actividad, la realizan a otro ritmo. "Solo hacemos algunos servicios para clientes de larga data y para poca gente", cuenta.
En todo lo que hace, mantiene vivo el amor por su hija. "Me gustaría que la recuerden como una bomba de luz. Que miren la luna y piensen que ella está ahí", dice. "Estoy segura de que esa luz va a permitir que todo este caso se aclare. Es cuestión de paciencia. Y si Diego y yo no llegáramos a ver el caso concluido, les pido a mis amigos, a mi familia, a los abogados y a todos que lo sigan hasta el final... Les ruego que nunca abandonen a Lola", implora.
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