Coquetear con la muerte cada fin de semana
Cuando se analizan hechos consumados, como la muerte del adolescente en Villa Gesell producto del descontrol de un grupo violento, viene a mí la frase que aprendí de la gente de la cooperativa La Juanita: "Junto a los otros, somos nosotros". También se me hace imprescindible dar un abrazo con el alma a los padres que han perdido un hijo.
El conjunto de situaciones previas que acompañan a la diversión juvenil actual no solo ha sido asumido por los adultos como imposible de cambiar, sino que se ha perdido la dimensión de los daños que ocasiona. Es increíble, pero hasta que no se muere alguien, en este caso un joven, parece que nunca "pasa nada" en la noche. Peor aún: el temor más grande que es pensar que en algunos días nos olvidemos y no cambie nada.
La edad promedio de inicio de consumo de alcohol en la Argentina son los 11 años. La gran mayoría consume en sus casas, en previas organizadas con la indiferencia o, peor aún, con la complicidad de padres y madres. Nuestros hijos coquetean con la muerte cada fin de semana: comas alcohólicos, enfermedades de transmisión sexual, siniestros viales, suicidios, violencia. Creo imposible reconocer la vida del otro si no valoro la mía. Cuando intervienen el alcohol, la presión del grupo y la falta de límites claros, que empiezan en las casas y siguen en la calle, se abre la puerta a lo que no podemos controlar y las consecuencias no deseadas por nadie se transforman en otro evento que se lleva una vida de manera inexplicable. Pero también se lleva las vidas de los que permanecen, familias y amigos.
No puede ser la muerte la que nos haga reconocer al otro, porque si recién allí nos damos cuenta estamos perdidos. Llegamos tarde.
¿Qué puede pasar en un joven, para que la violencia del momento genere semejante ceguera? ¿Qué sucedió previamente para que los efectos de una sustancia, de un grupo, de una mala decisión, le hagan perder la referencia de que enfrente hay un otro?
Los padres somos custodios de la vida. No se puede vivir sin convivir, y en ese lugar donde hay otro ser humano también estamos nosotros. Por eso la responsabilidad no tiene descanso y el acompañamiento permanente de nuestros hijos, el diálogo, la propuesta abierta de la vida como una experiencia valiosa y llena de posibilidades y también el no, como herramienta de prevención, se hacen cruciales al pensar qué hacer para evitar estos hechos.
Cuando hablamos de prevención, nos referimos, a que estas vivencias tan tristes no vuelvan a suceder y a que la motivación por "sentirnos parte" debe surgir de encontrar en mi prójimo el motivo central de la diversión. ¿Puede haber fiesta si no hay otros? Es hora de comprender qué lugar tiene el otro en una sociedad que se está autodestruyendo, viendo "enemigos" en todos lados, porque eso habla con crudeza de nosotros, sin pensar que el "próximo" puede ser cualquiera. La fiesta siempre es celebración, la muerte inexplicable es siempre dolor. No hay fiesta donde hay dolor. No podemos celebrar la muerte. Por eso, la invitación es muy clara. No puede haber fiesta sin alegría.
Los adultos representados en instituciones varias, Estado, familia, educación, empresas, discotecas, clubes, tenemos una responsabilidad compartida y crucial, para responder a este desafío que nos plantea la juventud.
Fundador Fundación Padres
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