Conductas patológicas. Qué dice la psiquiatría sobre quienes atacan en grupo a una víctima indefensa
El estudio de la dinámica de estos hechos revela la existencia de un efecto contagio y la cancelación de frenos inhibitorios que llevan a sujetos a llevar a cabo acciones que, en soledad, no ejecutarían; se observa la disolución de la responsabilidad en el conjunto en acciones que son, en definitiva, demostraciones de poder
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El doctor Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina en 1973, es el reputado fundador de la etología, una disciplina centrada en el estudio de las conductas de los animales, y por extensión, su aplicación a las conductas humanas. Sus trabajos iluminaron la comprensión de quiénes somos y la conexión existente entre las diferentes especies que habitan el orbe.
Sin embargo, hay características propias y exclusivas de los seres humanos que nos erigen, por su especificidad, en lo más elevado de la creación conocida. En forma lamentable, la crueldad innecesaria y sobreabundante, y ella desarrollada en grupos, también es propia de los humanos.
Cuando tratamos de entender fenómenos como los ocurridos en una discoteca de una ciudad balnearia o los que en forma reciente muestran las crónicas, se repiten denominadores que los psiquiatras forenses observamos en todas partes: el ataque grupal contra una víctima indefensa, la violencia indiscriminada, la disolución de la responsabilidad en el conjunto, el darse ánimos para lograr la aniquilación del agredido, que deja de ser persona para transformarse en una cosa que se puede patear a mansalva.
El ataque sexual, cuando es esa la modalidad, nunca es el objeto último, lo que verdaderamente importa es la demostración lisa y llana de poder, avanzar sobre la libertad, la dignidad y la humanidad de la persona agredida.
Giacomo Rizzolati describió hace no muchos años la presencia de las neuronas espejo en la cisura prefrontal para afirmar la presencia de lo que denominamos empatía, la posibilidad de ponernos en el lugar del otro. Sin embargo, cuando se estudia la dinámica de los hechos que narra la crónica policial -como, por ejemplo, un abuso sexual con múltiples autores que atacan en grupo- resulta altamente llamativo el posible efecto contagio que se produce entre agresores, que posiblemente no serían autores de tales circunstancias si se los tomara individualmente, como si el desarrollo de estas agresiones y su ejecución diera una especie de carnet de pertenencia grupal.
El rol de la víctima, en estas circunstancias límite, es sobrevivir bajo cualquier circunstancia, y esto es también un sometimiento agravado que profundiza el devastador estrés traumático que afectará a la persona agredida, tal vez el resto de su vida.
Finalmente, recordar que los humanos tenemos no uno, sino tres cerebros: uno reptiliano, el más primitivo; el segundo, mamífero, y el tercero, la corteza humana, de la que nos enorgullecemos.
A lo largo de la vida, un interminable partido de ping-pong se desarrolla entre la amígdala, centro de lo bestial e impulsivo en todos nosotros, y nuestro cerebro frontal, que frena y modula tales impulsos, resultando nuestras conductas observables de la combinación de ambos factores, y recordando que todos tenemos una parte oscura interior, que no queremos observar ni reconocer, pero que no por ello es inexistente.
Resulta imprescindible el reconocimiento precoz, por parte de uno mismo y de terceros, de esta condición, que puede ser perfectamente diagnosticada y tratada por el profesional psiquiatra, único capacitado para la comprensión total de la díada cuerpo-mente.
El doctor Andrés Mega es profesor universitario, médico psiquiatra, forense y psicoterapeuta
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