¿Qué hizo Víctor Saldaño cuando se enteró de que no revisarán su sentencia de muerte?
CÓRDOBA. "¿Cómo van las appeals?", preguntó Víctor Saldaño a los enviados consulares argentinos que lo fueron a visitar a la cárcel de Polunsky. Así se enteró de que no queda nada que hacer con su caso ante la Justicia, lo que lo coloca al borde de la ejecución. Ahora depende de la clemencia del gobernador de Texas para evitar lo que, a esta altura, parece inevitable: que la aplicación de la inyección letal ponga fin a sus 24 años en el "corredor de la muerte".
Gabriel Volpi, cónsul general de la Argentina en Houston, y Sergio Servin, su adjunto, fueron los encargados de responder a la pregunta del cordobés dos veces condenado a muerte en los Estados Unidos por un crimen que cometió en 1995 (la primera sentencia fue anulada por la Suprema Corte norteamericana por haber estado viciada de racismo).
"Por eso estamos acá. La Suprema Corte rechazó la revisión de tu caso; entramos así en la etapa de la clemencia. Van a venir tus abogados para decirte los pasos a seguir". Saldaño no reaccionó; no mostró ninguna conducta en particular. Siguió hablando de fútbol, como antes de aquella pregunta disruptiva y de la respuesta devastadora.
"Seguimos hablando de otras cosas", contó Volpi a LA NACION. "No se sobresaltó porque sabe perfectamente dónde está y por qué". Está en la prisión de máxima seguridad Allan B. Polunsky, en Livingston (Texas); es uno de 16 extranjeros en el lugar. Desde el 2000 está en un régimen de fuerte aislamiento; antes estuvo en Huntsville, también en un pabellón de máxima seguridad, pero algo más flexible. De sus 47 años lleva 24 en el "corredor de la muerte".
"Como siempre, empezamos a hablar de cómo andaba, y a los dos minutos preguntó por los appeals (apelaciones)", aportaron Volpi y Servin. El cordobés está condenado a muerte por el crimen del comerciante Paul Ray King, a quien mató junto a un amigo mexicano el 25 de noviembre de 1995. Le sacaron un reloj (que Saldaño tenía cuando lo detuvieron) y 50 dólares.
Personal del Consulado argentino lo visita cada dos o tres semanas, le deja algo de dinero y le compra comida en las máquinas expendedoras. "Lleva 24 años en una celda de tres metros por tres-describió Volpi-. Es difícil imaginar a alguien encerrado tanto tiempo; no encerrado: en el 'corredor de la muerte'. Hablamos como si no estuviera ahí, tratando de tener una charla normal".
En general, el punto de partida suelen ser los libros que desde el Consulado le mandan por Amazon; los visitantes le consultan si los leyó y qué le parecieron. Le interesan la Segunda Guerra Mundial y el deporte. "Antes le mandábamos alguna revista de deporte, pero ahora es todo online -explicó Servin-. Como tiene una radio escucha la programación de deportes, así que está informado, también, de la situación del país".
Como el inglés de Saldaño no es bueno, escucha emisoras latinas, en español. Las visitas habituales son las del Consulado; su madre, Lidia Guerrero, y sus abogados lo hacen "en forma muy puntual". El martes próximo lo verán; son quienes llevan la causa ante la Justicia norteamericana. Hay otro expediente que tramita la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que por una presentación del abogado Juan Carlos Vega y de la madre del cordobés dictó en 2016 una histórica resolución que condenó a los Estados Unidos por la violación de los derechos humanos de Saldaño. Hace dos semanas la ratificó, y ordenó la conmutación de la pena capital y que lo saquen del "corredor de la muerte". Estados Unidos no cumplió las sentencias anteriores de la CIDH.
En alguna época lo visitaba un pastor evangélico, pero después no siguió. La semana pasada, en ocasión de la celebración del Día de Acción de Gracias, en la cárcel había mucha gente e incluso se dificultó encontrar una cabina para hablar con los presos. "Van las iglesias con visitantes para que charlen con los condenados", señala Servin.
Recuerda viajes
"Las charlas son un ida y vuelta; a veces sacamos el tema nosotros y otras, él. Le encanta hablar de la época en que viajaba; cuando estuvo en Brasil, en Colombia, en Centroamérica, su llegada a Estados Unidos-repasa Vopi-. Alguna cosa cuenta de la cárcel, como que con otros presos se cuentan chistes y hablan a través de las paredes, o cuando tiene algún problema de disciplina".
Las reuniones duran entre 90 y 120 minutos: es el tiempo que Saldaño mejor tolera. Cuando va su familia -la última vez, en marzo-, el Consulado organiza visitas más largas, de hasta cuatro horas. Pero la capacidad de concentración de él es la que establece, finalmente, los tiempos.
El dinero que le manda el Consulado lo usa para comprar en la tienda de la cárcel; los presos hacen el pedido por una intranet y se lo entregan en la celda. "El año pasado estaba contento porque había conseguido sardinas, que hacía mucho que no comía", recuerda Servin. Gaseosas colas y fruta son sus gustos más frecuentes.
Los visitantes pueden comprarle comida, pero debe consumirla en la cabina mientras hablan por el interfono. "No podemos tocarla nosotros; le decimos a la guardia, que la saca de la expendedora y se la da en una bolsa de papel. "Elegimos lo que no hay siempre en la tienda, como yogurt, fruta de estación y sandwiches de jamón y queso, que le encantan. La última vez fueron papas fritas, pero no las comió", indicó el cónsul.
Saldaño no habla mucho del crimen que cometió, pero Volpi advirtió que las pocas veces que lo hace se refiere a "por eso estoy acá". "Él sabe qué hizo y eso tiene que ver con por qué no se sorprende. De vez en cuando reflexiona sobre el tema, pero no es frecuente".
José, un argentino de 83 años empleado del Consulado, es quien tiene el vínculo más cercano con el cordobés. "Ya estaba en Houston cuando lo detuvieron, así que conoce cada detalle, incluso lo fue a visitar con la familia. Cuando le preguntamos ‘quién querés que venga’, Víctor dice ‘hace mucho que no pasa José' y ahí va", mencionó el cónsul.
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