Colectivero asesinado: velan los restos de Daniel Barrientos en La Matanza
Luego del crimen, el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni se hizo presente en una protesta liderada por compañeros de trabajo; fue agredido con golpes y piedras
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Tras la violencia desatada ayer en medio de una protesta de colectiveros, luego del asesinato del chofer Daniel Barrientos, de 55 años, durante un asalto en la localidad bonaerense de Virrey del Pino, desde anoche familiares, amigos y compañeros de trabajo velan sus restos en una cochería del partido de La Matanza. Lo hacen horas después de la manifestación de trabajadores del sector en la que el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, fue víctima de una brutal golpiza que le dejó heridas de distinta consideración.
El velatorio comenzó a las 20, en la sala funeraria “Nuestra Señora del Valle”, ubicada en el kilómetro 20 de la Ruta Nacional 3, de Gregorio de Laferrere, sudoeste del conurbano. “Es volver a vivir lo mismo. Nada cambio desde que también asesinaron a Leandro (Alcaraz, el otro chófer que mataron en un asalto hace casi 5 años)”, dice a LA NACION Fabián que prefiere no dar más datos de su identidad por temor. Un miedo que se hace sentir cada día que sale a conducir uno de los tantos internos de la 620. En sus ojos hay rastros de tristeza por la prematura muerte de Barrientos.
“Era una persona con mucha energía. Llegaba y saludaba a todos con un ‘buen día, capitán‘”, cuenta el compañero del colectivero asesinado a este medio mientras con sus manos acompaña el gesto cordial de saludo que hacía la víctima cada mañana. “Daniel se movía con mucha energía. Se preparaba un desayuno rápido y salía a trabajar ‘porque le gustaba hacerlo’”, agrega Fabián.
Aún cuando lo habían operado del estómago varias veces no dejo de asistir a la empresa. “Toda la vida como colectivero”, agrega Luis, otro de los choferes. Sus ojos están rojos, con lágrimas que apenas se atreven a asomar. Luis no solo tiene miedo de qué va a pasar con su vida cada vez que está al frente de su unidad recorriendo las calles de La Matanza. Desde el momento que atraviesa la reja de su casa, en la localidad de Isidro Casanova, teme por lo que pueda pasarle. Suele esperar 20 minutos por un colectivo sobre la ruta 3 para llegar a la terminal. Durante ese lapso de tiempo, raras veces ve pasar un patrullero. El dolor por la perdida de Daniel no impide que Luis y Fabián exijan justicia y más controles policiales. “Las 24 horas”, resaltan.
José se jubiló hace un tiempo, pero compartió varios años con Daniel. Recuerda que, como estaba enfermo y tenía varias dolencias, en el último tiempo su amigo hacia recorridos de tramos cortos, los denominados rondines.
Los robos a los colectiveros no son algo nuevo. José recuerda que sufrió entre 7 y 8 durante su carrera. “Agachaba la cabeza y entregaba todo”, dice. Por fortuna, nunca fue víctima de un hecho tan violento, suspira y otra vez se estrecha en un fuerte abrazo con un excompañero.
Poco antes de las 9, llegaron cuatro internos de la 620 que, alrededor de las 13.15, acompañaran el cortejo fúnebre hasta el cementerio Jardín del Oeste. A la altura del kilómetro 33 de la ruta 3 y luego dos kilómetros para adentro.
A medida que avanza la mañana, cada vez más choferes de acercan a la casa velatoria, donde reina la indignación y el desconsuelo. “A nadie le importa nuestra seguridad”, resaltan los colectiveros. Ni la eterna promesa de una cabina blindada alivia el enojo. Un compañero de Daniel así lo dice a L ANACION: “Solo protegería al conductor, pero los pasajeros seguirían expuestos”.
“Era un tipazo. Se nos fue un amigo”, es la frase que utiliza la mayoría de los choferes que pasan unos instantes a darle el último adiós a Daniel. Todos destacan que era un hombre que pese a que atravesaba una dura enfermedad “siempre entraba a los gritos, con energía, a la terminal de González Catán”. “Quería vivir y lo mataron. Mañana volvemos a laburar y podemos ser nosotros “, dice Alberto Rodríguez, otro de los tantos trabajadores que lleva unos 30 años en la empresa.
Antonio Petkovsek, uno de los delegados de la 620, se mostró desalentador ante el futuro. “Ojalá cambiara algo, pero tantas veces nos prometieron cosas. Cabinas, botones antipánico y más seguridad, pero nunca se hizo nada. Nos están matando”, dijo a La Nación.
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