Cintia, viuda de uno de los taxistas asesinados a sangre fría en Rosario: “Nunca voy a comprender por qué nos hicieron tanto daño”
Diego Celentano fue una de las cuatro víctimas en la ola de violencia que sacudió la semana pasada a la ciudad; su pareja le pidió que no tomara el viaje que derivó en su crimen, pero él fue igual porque quería juntar plata para el cumpleaños de 4 de su hija
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ROSARIO.- Cintia Lares llega acompañada por sus dos hijos mayores, Vanina y Andrés, a un bar en la esquina de avenida San Martín y Lamadrid, en la zona sur de la ciudad. Llueve en Rosario y las calles comenzaron a recobrar el ritmo habitual, a una semana de los cuatro crímenes violentos de inocentes que sacudieron a todo el país.
La mujer tiene 40 años y el rostro invadido por la tristeza y el cansancio. Como puede, saca fuerzas para hablar con LA NACION. Desde hace diez días es viuda. Su marido, Diego Celentano (de 33 años), fue asesinado la noche del miércoles 6. Dos hombres que le habían pedido un viaje a través de la aplicación del radiotaxi para el que trabajaba descendieron del coche en su destino final en la zona sur y, sin mediar palabra, le descerrajaron cinco tiros en el pecho.
Un día antes del crimen habían matado con la misma arma a uno de sus colegas, Héctor Figueroa, quien recibió nueve tiros. Los casos de los taxistas fueron los dos primeros de la ola de acción narco en la semana más violenta que vivió la ciudad: el jueves balearon en la cabeza al chofer de la línea K, Marcos Daloia, que falleció el domingo; el sábado, Bruno Bussanich, playero de una estación de servicio, fue ejecutado por un sicario, en una imagen que recorrió la Argentina.
La pareja se conoció hace siete años cuando los dos trabajaban en el sector de limpieza del Casino. El flechazo fue instantáneo y de a poco comenzaron a convivir. Diego aceptó como propios a los dos hijos que ella tenía de un matrimonio anterior. Cuando se quedaron sin empleo, después de la pandemia, él se puso a manejar el taxi, que Cintia había heredado de una tía.
“Compartíamos todo. Diego era muy carismático, siempre estaba sonriendo y haciendo chistes -cuenta Cintia-. Por eso hoy su ausencia se nota y se va a notar siempre porque transmitía felicidad. Siempre fue re compañero conmigo y con los chicos: se encargaba de ir a buscarlos y de que lleguen seguros a casa. Nos arruinaron la vida de una forma inexplicable. Nuestra familia nunca va a comprender por qué nos hicieron tanto daño”.
Diego, que quería estudiar mecánica, generaba con el taxi el principal ingreso de la casa. A fines de 2023 le chocaron el auto y, como los daños no se los cubrió el seguro, tuvieron que echar mano a los ahorros. Aneley había cumplido 4 años cuatro días antes del asesinato. Sus papás le habían prometido que el fin de semana le prepararían una festejo en un salón. Aneley significa ‘felicidad’ en mapuche.
“Estábamos preparando el cumpleaños de la nena. Íbamos a festejarlo y por eso Diego quería juntar plata esa semana para alquilar el salón”, cuenta Cintia mientras se le entrecorta la voz por el llanto.
Ese miércoles por la mañana, la pareja se enteró del crimen del primer taxista, ocurrido la noche anterior. Comentaron el hecho, del que todavía no había demasiadas precisiones. Se preocuparon. Diego trabajó a la tarde a bordo del taxi. Cerca de las 9 de la noche, fue a buscar a Cintia para llevarla hasta la casa. Ahí fue cuando le llegó el último viaje. “El día que encontró la muerte se iba a quedar en casa. Si no le salía ese viaje, se hubiese quedado y no estaríamos hablando de esta situación”, se lamenta.
“No vayas”, le recomendó ella. Pero Diego se mostró confiado porque el pedido había llegado a través de la aplicación y era en una zona cercana a la salida de los trabajadores de un supermercado. “Quedate tranquila, te llamo cuando termino, que el viaje debe ser a la salida del personal de Coto”: esas fueron las palabras finales que le dijo su pareja.
Media hora después, la llamada que le hizo nunca tuvo respuesta. “Ahí me imaginé lo peor”, dice la mujer. Se le vuelve a entrecortar la voz. “Yo estaba con la nena esperando, hasta que al poco tiempo vinieron a mi casa a avisarme lo que había pasado”, narra.
Desde ese momento, Cintia entró en shock. Recuerda todavía una sucesión de imágenes que nunca más olvidará: el taxi parado en el medio de la calle, los móviles de la policía y su pareja todavía sentado, sin vida, en el asiento delantero.
-Una semana después, ¿cómo estás?
-Terrible… La nena tiene cuatro años y todavía espera a su papá, que siempre le daba felicidad y alegría. La llevé al velatorio y le dije: ‘Mira, tu papá está dormido, tuvo un accidente y no va a despertar más. Lo vamos a llevar a una casita donde le vamos a poner muchas flores’.
El otro día me dijo: ‘papá ya no está más dormido, está feliz’. Ella va evaluando su proceso, hay momentos en que está muy triste. Ahora volví a llevarla al jardín y tengo que poner lo mejor de mí para dedicarme a mis hijos, quiero que sigan estudiando y sean personas fuertes.
-¿Qué es lo que más extrañás de él?
-Diego era una persona feliz, que siempre regalaba sonrisas a todo el mundo. Yo lo quiero recordar así. Veo su cara en la de mi hija. No quiero que ella pierda esa sonrisa hermosa. Mi idea es que ella sea feliz y pueda tener lo mejor, que es lo que su padre deseaba. También mis otros hijos, a los que él adoptó como si fueran propios.
Cintia dice que hasta el momento no conoce mucho de la investigación. Se enteró por los medios que hubo algunas detenciones, pero todavía no le confirmaron si alguno de los apresados es el autor del crimen. Menos sabe quién ordenó el asesinato. Está con asistencia psicológica.
Asegura que nunca pensó vivir algo así en el lugar en que nació y vivió toda su vida: “Rosario es una ciudad muy hermosa. Me duele mucho tener que estar viviendo estos acontecimientos, despidiendo a gente inocente, que lo único que hace es salir a trabajar y poder llevar el sostén a su casa”. Pese a todo, marca que no piensa abandonar la ciudad. “Acá tengo a mi familia y mis amigos”.
En una ciudad donde los que mandaron a ejecutar estos cuatro crímenes generaron una ola de temor inédita, Cintia ensaya un mensaje para los asesinos del padre de su hija: “Dejen de destruir familias. Por diferentes motivos que tengan, hay cosas que no valen. Nunca voy a entender lo que pasó”.
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