Cena frustrada: cómo fue la caída del prófugo más peligroso de la Argentina, al que perseguían policías y narcos
Agentes de la Unidad Especial de Investigación de Crimen Organizado arrestaron a Morocho Mansilla, el líder de una masiva fuga de prisión
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ROSARIO.-Claudio Mansilla, conocido como Morocho, estaba prófugo desde el 27 de junio del año pasado, cuando un grupo comando atacó la cárcel de Piñero, ubicada a 20 kilómetros de Rosario, para facilitar la fuga de ocho reclusos. Siete fueron recapturados, excepto Mansilla hasta anoche cuando fue detenido por efectivos de la nueva Unidad Especial de Investigación de Crimen Organizado de Santa Fe.
Mansilla estaba ubicado en la cabecera de la mesa. Estaba por empezar a cenar con sus hijos pequeños de uno y tres años y otros tres familiares, cuando entraron los policías en la casa ubicada en la Zona Cero, en el norte de Rosario. No tuvo tiempo a nada. Su silla estaba ubicada a 30 centímetros de la puerta y cuando ingresaron los agentes ni siquiera pudo empuñar las dos pistolas semiautomáticas con las que se movía desde hacía casi un año.
En la casa de la zona Cero donde fue detenido, Mansilla tenía casi medio kilo de cocaína, la droga que usaba para abastecer a los búnkeres de la zona sudoeste, que seguía manejando, y que le daban una recaudación de 2,5 millones de pesos por mes, según los investigadores.
La caída de Mansilla la llevó adelante la Unidad Especial de Investigación de Crimen Organizado, que está al mando de Maximiliano Bertolotti, exjefe de la TOE y de la Agencia de Investigación Criminal, que desde el 9 de mayo tenía asignado la compleja misión de encontrar y detener a Mansilla.
Después de que se escapó Morocho estuvo escondido en Rosario, en una casa de calle Blumberg a pocos metros de donde fue detenido anoche. Permaneció allí, según los investigadores, unos tres meses. “Casi no salía y gente cercana le llevaba víveres”, apuntó una fuente de la investigación.
Luego decidió irse a Córdoba, donde tenía una casa, que se transformó en su vivienda permanente. No lo conocía nadie y podía moverse con mayor libertad. Allí llevó a sus hijos pequeños, luego de que la madre de los niños, Jessica González, conocida como “La fea” en el ambiente narco, fuese detenida por venta de drogas el año pasado. Los menores, que tenía a su padre prófugo y a su mamá presa, habían quedado al cuidado de unos parientes.
Hace tres meses tuvo que volver a Rosario porque la Dirección de la Niñez quería evaluar cómo estaban los chicos, que no sabían que los cuidaba Mansilla que estaba prófugo. Entonces, Morocho tuvo que regresar a Rosario para evitar “perder” a sus hijos. Se ubicó en una casa de la zona Cero, en el norte de la ciudad.
En Rosario se movía con dos sicarios armados y él siempre andaba con dos pistolas semiautomáticas encima, con una gorra de lana que le tapaba la cabeza y una bufanda que ocultaba una marca distintiva: los tatuajes en el cuello. Se trasladaba en autos que también cambiaba de forma frecuente. Su relación con Delfín Zacarías, el narco de San Lorenzo que está detenido en Devoto con una condena a 16 años por narcotráfico, le habilitaba proveerse de estupefacientes para proveer a los búnkeres que manejaba en la zona oeste y uno ubicado detrás de la Oficina de Recepción de Detenidos de Rosario (Order), en 27 de febrero al 7800. Uno de sus hijos es ahijado de Zacarías, algo que prueba la cercanía con el jefe narco, que tenía una de las cocinas de cocaína más grandes del país en el country de Funes.
Recaudación millonaria
Al ingreso de los puntos de venta propios Morocho le sumaba la recaudación de los búnkeres a los que cobraba por protección en el sudoeste. Cada kiosco de drogas debía pagarle 25.000 pesos por semana. En total, Mansilla recaudaba más de 2,5 millones de pesos por mes para financiar la costosa vida de estar prófugo.
Anoche cuando los efectivos de la Unidad Especial de Investigación de Crimen Organizado lo tiraron al suelo para reducirlo no atinó a nada. Los policías temían que el ingreso a esa casa fuera complicado, porque Mansilla es un criminal sangriento, que no le importa matar a quien se ponga enfrente. La sorpresa lo dejó inmóvil y sabía que había perdido.
Horas después del espectacular escape del penal los fiscales Gastón Ávila y Franco Carbone manejaban como hipótesis que Morocho podría haberse fugado a Paraguay. Esta punta en la investigación derivó que pidieran un pedido de captura internacional a Interpol, que tenía a Mansilla entre los prófugos más buscados. Esta posibilidad era remota aunque se trabajó en la investigación, pero Morocho estaba en Córdoba.
“Hay que tener mucho dinero para mantenerse prófugo durante mucho tiempo”, explicó un abogado penalista que entre sus defendidos tuvo a un integrante de Los Monos que escapó de la justicia durante varios años.
El caso de Mansilla no es el mismo. Tenía que vivir el día a día. Por eso seguía en la venta de drogas en la zona norte de Rosario, donde fue detenido. Pero era complicado estar oculto para un hombre que tiene su cuerpo y su rostro lleno de tatuajes carcelarios que lo hacen un personaje difícil de camuflar.
A lo largo de la investigación la policía de Santa Fe recibió decenas de llamados sobre dónde podría estar Mansilla. Por su cabeza había una promesa de recompensa de un millón de pesos. Pero además hay muchos enemigos de Morocho a los que no les interesa tanto el dinero sino la posibilidad de vengarse. Una de las versiones que manejaron los investigadores hace dos meses es que Mansilla buscaba entregarse, que sería la única garantía para permanecer con vida. Sin embargo, esa hipótesis tampoco terminó nunca de cerrar.
Mansilla era un preso despiadado en la cárcel. Era uno de los jefes del pabellón Nº14. No estaba a resguardo ni separado del resto porque no se lo consideraba un interno de alto perfil. Hacía cosas despiadadas, recuerdan desde la cárcel. Tenía un grupo de presos jóvenes que eran como sus sirvientes. Les llamaban los “lavatáper”. Se jactaba de eso y los filmaba cuando hacían las tareas de limpieza, y le lavaban la ropa.
En las requisas detectaron que Mansilla tenía un “nido” para guardar celulares en los conductos de ventilación que nunca funcionaron. En ese escondite los teléfonos son colocados con un gancho, con el que después de que pasen los controles los presos los “pescan”.
Una vez los guardiacárceles tuvieron que romper el hormigón para poder obtener un aparato de Mansilla que logró destruirlo con cierta complicidad de un agente. Ese pabellón ahora está al mando de Hernán Romero, conocido como Lichi, líder de un clan familiar que domina la venta de drogas en la zona norte de Rosario, y Mauricio Laferrara, alias Caníbal, uno de los sicarios de Alvarado que está imputado de seis asesinatos.
Mansilla pasó gran parte de su vida tras las rejas. Y tras ser recapturado sumará otra condena a su historial. Fue sentenciado a 25 años de cárcel unos días después de fugarse por los asesinatos de los jóvenes Nieri y Leonel Bubacar. Morocho había salido en libertad, después de cumplir una condena a 17 años de prisión por intento de robo calificado y una causa por narcotráfico de 2013. Intentó recuperar terreno en la geografía narco en la zona oeste de Rosario, pero ese afán expansivo llevó a que Mansilla se trenzara en permanentes conflictos con otras bandas zonales, como la que lidera Walter Abregú, detenido por la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) en 2019, tras estar prófugo varios meses.
Por todos los enemigos que ganó antes y después de la fuga, Mansilla era uno de los hombres más buscados, tanto por la policía como por quiénes quieren vengarse por las consecuencias que provocó el ataque a la cárcel. Por eso, estando prófugo se movía con sicarios fuertemente armados y él portaba dos pistolas en la cintura.
En la cárcel deberá afrontar otros problemas. El ataque comando a la cárcel de Piñero, que lideró Mansilla, provocó un cimbronazo interno. El gobierno de Santa Fe decidió sacarse de encima los jefes con causas federales que estaban en Piñero. Uno de ellos fue Estaban Alvarado, que juró venganza. También construir un muro perimetral para evitar nuevas fugas como la que ocurrió hace un año.
Cuando los agentes del Servicio Penitenciario sacaron de la cárcel de Piñero, durante la madrugada del viernes 2 de julio pasado, a Alvarado, el jefe narco prometió vengarse contra Morocho.
La promesa de venganza de Alvarado tenía un porqué. Cinco días después del golpe a Piñero siete jefes narcos fueron trasladados a prisiones federales de Buenos Aires, luego de que ese domingo 27 de junio a la tarde de 2021 quedaran expuestas las graves falencias de seguridad de la cárcel.
La fuga de Mansilla provocó un fuerte impacto en el Servicio Penitenciario y dejó al descubierto las falencias de seguridad de las cárceles, como la de Piñero, que no fueron diseñadas para alojar a presos de alto perfil, como se denomina a los jefes narcos. Por eso, después del golpe comando del 27 de junio se replantearon varias cosas dentro de los penales, sobre todo de Piñero. Se comenzó a trabajar en un plan para dotar con escáneres para las requisas y de inhibidores de celulares, con un proyecto del INVAP que llevó más tiempo del esperado por la pandemia que atravesó el proceso.
La semana pasada estuvieron técnicos de esa empresa estatal en Piñero analizando cómo avanzar con los bloqueos de señal en los pabellones de alto perfil. Allí están alojados más de 300 presos y en a corto plazo es una prioridad que no puedan seguir cometiendo delitos con smartphones que ingresan en el penal.
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