Saverio Morena dormía profundamente cuando su mujer lo despertó, sobresaltada. Había escuchado un ruido en la parte de la casa donde funcionaba la joyería de la familia. "Como el chasquido de una madera al romperse", le dijo. Él salió de su cama y se dirigió al local, donde se llevó una gran sorpresa: por entre las rendijas de las maderas del piso se veía el reflejo de una luz, de una linterna. En pánico, comenzó a gritar pidiendo ayuda. Los intrusos, que pretendían irrumpir por ese hueco, no alcanzaron siquiera a poner un pie en la superficie: desaparecieron como si nunca hubieran estado allí.
Ocurrió pocos minutos antes de las 2 de la mañana del 31 de octubre de 1924, en una joyería ubicada en Carlos Pellegrini 538, en el centro. Lo que hoy podría tratarse de un clásico intento de robo bajo la modalidad del boquete en aquellos años causó conmoción por lo novedoso del método.
"La seguridad es cada vez más relativa y principalmente los establecimientos de importancia deben prevenirse para evitar una de esas sorpresas a las que hasta ahora no estábamos acostumbrados", publicaba LA NACION en una crónica del suceso, al día siguiente.
La obra de ingeniería que habían llevado adelante los misteriosos ladrones fue titánica para la época y requirió un nivel de planificación y sigilo que seguramente les habrá demandado mucho tiempo y esfuerzo. Y todo para, finalmente, irse con las manos vacías.
A los investigadores les llevó un buen tiempo comprender dónde habían arrancado los atracadores. Lo primero que pensaron fue que el boquete desembocaba en alguna vivienda aledaña. La policía inspeccionó casa por casa. También se investigaron dos edificios en construcción, una propiedad que iba a ser demolida y el hipódromo que estaba a una cuadra. La búsqueda duró toda la madrugada, pero fue infructuosa.
Un valiente cabo de los bomberos se ofreció a investigar el túnel. Las crónicas de la época lo identificaron como Francisco Ortino. Del túnel salían fuertes olores, por lo que debió usar una máscara protectora. "Convenientemente atado con una cuerda que se le anudara por debajo de los brazos y cuyo extremo sostenía el oficial, para a una señal convenida recogerla, lo que se haría en caso de que el cabo se encontrara en peligro, inició la marcha por el túnel", detallaba la crónica publicada por LA NACION.
El túnel tenía alrededor de 1,40 metros de profundidad y al llegar al fondo doblaba hacia el lado de la acera. Luego llegaba hasta la calzada y, desde allí, a un caño maestro con una abertura de un metro de diámetro.
Mientras el cabo de los bomberos intentaba determinar por dónde habían ingresado -y huido- los ladrones, afuera se palpaba la angustia. No había forma de comunicarse con él desde la superficie, y por momentos Ortino debía detenerse por los escollos que encontraba en el camino. En esos instantes, el resto de la tropa pensaba que podría haber sido víctima de los gases que emanaban del interior del túnel.
Pero el cabo salió ileso. Le ofrecieron un café, que tomó con gusto, y luego volvió a ingresar al túnel, porque en su primera incursión no había podido determinar la vía de escape de los malhechores.
Esta vez, Ortino siguió un poco más y terminó saliendo por la boca de tormenta de la esquina de Lavalle y Pellegrini. Para desilusión de todos, explicó que no había visto boquetes en ningún lado. El misterio aumentaba y el cabo volvió a ofrecerse para una nueva incursión al mundo subterráneo. El objetivo seguía siendo detectar cuál había sido el punto de ingreso y de salida de los asaltantes. Otra vez, no hubo resultados positivos.
La policía decidió ordenar una inspección al personal técnico de Obras Sanitarias. Pero fue un hombre citado en las crónicas de la época solo como un "conocedor" que logró dar un empujón a la investigación. Se acercó a la comisaría al mediodía, cuando todos estaban a punto de darse por vencidos, y explicó que, contrariamente a lo que la policía creía, una persona podía pasar bastante tiempo dentro de las cañerías, excepto que lloviera.
Esto derivó en una búsqueda más amplia: significaba que los ladrones podrían haber ingresado al túnel desde mucho más lejos que las pocas cuadras que se habían revisado. Como Recoleta o Puerto Nuevo (la zona de dársenas que va desde Retiro hasta Palermo). Con esta nueva información se decidió suspender la fuerte vigilancia que se había instalado en la zona del centro y grupos policiales fueron enviados a inspeccionar las áreas más lejanas.
Ahora sí, la investigación parecía mejor orientada. Los inspectores describieron que el caño maestro de Obras Sanitarias comenzaba en la esquina de Pellegrini y Corrientes, y llegaba hasta la avenida Córdoba, donde había una cámara que abarcaba casi toda la calzada. Desde allí partía un ramal de las mismas dimensiones hacia el este y otro hacia el norte. Una vez que la policía supo esto, se concluyó que los ladrones no habían ingresado por las bocas de tormenta. De ser así, y debido a lo minucioso de la obra realizada por los asaltantes, podrían haber corrido el riesgo de ser vistos, ya que se hizo evidente que habían entrado y salido varias veces durante la construcción del túnel. Por eso, se asumió que seguramente el punto de ingreso era alguno de los sectores donde desembocaba el caño.
A medida que avanzaban las inspecciones se fueron hallando varios objetos que probablemente habían pertenecido a los asaltantes. "Un taladro, una palanqueta, dos mechas para taladro, un cortaplumas de dos hojas, dos pares de guantes blancos, tres pilas para linternas y un par de medias verdes", detallaba la crónica de LA NACION. Esto fue hallado junto al boquete de la entrada a la joyería.
Luego, los bomberos descubrieron unas tablas que seguramente habían sido usadas por los ladrones para evitar caminar sobre el agua en las cañerías. Pero no encontraron ladrillos ni material que pudiese haber salido como efecto de la perforación del caño, por lo que asumieron que los atracadores se habían llevado esos restos con ellos.
El hallazgo de objetos despertó en paralelo otro descubrimiento para la época: el de los "buscadores de vida" que también solían merodear las cañerías en busca de alhajas, dinero u otros objetos perdidos. Estos personajes merecieron recuadros de las crónicas de la época sobre el atraco.
En cuanto al hecho en sí, la policía no lograba salir de su asombro por la perfección del túnel llevado a cabo por los ladrones. Una obra maestra que, no obstante, apenas sirvió para darle un buen susto al señor Morena, pero que a ellos no les permitió hacerse de ningún botín, como habían planeado.
Esa "perfección", decía la policía y citaban los medios, "no podía ser obra de ladrones criollos". Se sospechaba de asaltantes alemanes o rusos. "Trátase de un trabajo demasiado engorroso que nunca se dedicarán a realizar nuestros asaltantes", decía una nota publicada en LA NACION.
¿Un hombre con un plan?
La cobertura del caso siguió durante varios días. Tal era el asombro de los vecinos por la habilidosa "obra maestra" de los ladrones. Pero la investigación no parecía avanzar demasiado. Incluso los diarios le reprochaban al señor Morena el no haber sido más sutil cuando vio las luces en el piso de su local. En lugar de gritar, decían, podría haber llamado a la policía y atrapar a los malhechores con las manos en la masa.
Pero eso no ocurrió, y entonces no quedaba otra que buscar sospechosos con la poca información disponible. En las crónicas de la época se especulaba que los ladrones se habían tomado semejante trabajo al hacer el túnel porque no sabían que el dueño de la joyería, confiado en la ubicación del local -en pleno centro y cerca de una comisaría- en realidad no tomaba demasiados recaudos en cuanto a la seguridad. En la casa había un capital de 80.000 pesos en joyas de su propiedad y 20.000 más en consignación.
Tampoco contemplaron los asaltantes-ingenieros que los dueños del lugar dormían en habitaciones contiguas.
No obstante, ciertos indicios daban cuenta de un plan previo. Algunos vecinos contaron que, tres meses antes del asalto, vieron una noche la puerta de la habitación de los dueños abierta. Entraron con un vigilante para revisar. Los dueños afirmaron que la habían cerrado con llave. No faltaba nada y no había intrusos. ¿Fue un reconocimiento previo del lugar?
También se sospechaba de un cliente anónimo que había hecho varias compras en la joyería un año antes. Sabía de alhajas y preguntaba mucho. También había regresado al local veinte días antes del fallido robo. El joyero recordó que el hombre daba golpecitos con el zapato sobre las maderas del piso cuando no le gustaba la calidad de alguna joya. Morena se preguntó si no habría hecho eso para ver si el lugar contaba con un sótano o para avisarle a un cómplice dónde debía hacer el boquete.
El seguimiento del caso en LA NACION terminó cinco días después, cuando se dio cuenta de que el caño maestro que había servido de vía de ingreso para los ladrones ya había sido reparado. Todo parece indicar que los audaces -y frustrados- perpetradores nunca fueron atrapados.
Otros grandes golpes. Del BCA de Recoleta al Río de Acassuso
Después de aquel audaz y frustrado intento de 1924 en la joyería de Saverio Morena en el centro porteño, la modalidad boquetera volvió a conmocionar a la opinión pública con un caso resonante en 1976, con el gran golpe al Banco Galicia de Plaza San Martín.
Habían pasado solo cuatro meses del comienzo de la última dictadura militar. Los hermanos Claudio y José Silva Silva, el Topo y el Negro, planearon un robo maestro. Tenían la llave de la sucursal porque José le hacía una suplencia a una prima que limpiaba en el lugar. Hicieron un boquete dentro del mismo banco para acceder a la sala de las cajas de seguridad.
Una vez adentro se apoderaron de un botín que incluía cinco millones de pesos y 50 kilos de joyas. Algunas de las cajas robadas correspondían a personalidades de la época, como el exvicepresidente Vicente Solano Lima y la actriz Mona Maris, entre otros.
El atraco hubiese sido un éxito de no ser porque la excitación de sus autores se manifestó en compras que no pudieron justificar. La banda cayó presa. Claudio Silva Silva, el Topo, salió de prisión en 1983. Años después protagonizaría otro gran golpe a un banco.
Aquel fue el hito inicial de una técnica que resultó muy exitosa con otras grandes bandas de ladrones, al menos, para el momento de hacerse con el botín, porque lo cierto es que la mayoría de estos grupos fueron finalmente detenidos.
Distinto fue el caso de quienes el 12 de octubre de 1992 protagonizaron el robo al Banco Mercantil Argentino, de Palermo. Usaron la técnica del boquete para entrar en la bóveda de la entidad. Violentaron y vaciaron 200 cofres de seguridad. Escaparon y nunca fueron detenidos.
La próxima escala de esta modalidad delictiva recala en el Día de Reyes de 1997. Nadie se imaginaba lo que ocurría debajo de la calle, a metros de la comisaría 17», en Recoleta. Esos que habían alquilado un local supuestamente para poner un negocio de colchones y almohadas planeaban, en realidad, un golpe histórico a la sucursal del Banco de Crédito Argentino (BCA). Tras cavar un túnel de unos 50 metros de extensión, la banda logró llegar a la entidad financiera el 6 de enero de 1997, tras medio año de trabajo. Robaron unos 20 millones de pesos.
Pero el caso más cinematográfico fue el de la banda que ejecutó el que fue bautizado el Robo del Siglo: también en un enero tórrido, el de 2006, en el Banco Río de Acassuso.
Los ladrones hicieron creer a la policía que mantenían una eterna toma de rehenes, televisada para todo el país. En realidad, aprovecharon el momento para escapar por la alcantarilla, a través de un túnel, en un bote. Se llevaron un botín valuado en ocho millones de dólares en dinero y joyas.
El atraco había sido un éxito, pero todo se desmoronó cuando la mujer de uno de los ladrones, despechada, los delató.
Uno de los protagonistas de esta fuga de película, el uruguayo Luis Vitette Sellanes, "el hombre de traje gris" que se veía en la falsa toma de rehenes, escribió una canción e incluso difundió un videoclip en "honor" al hecho que había dejado perplejos a la policía y a los periodistas que vigilaron durante horas el lugar sin sospechar que, bajo tierra, los ladrones huían con su misión cumplida. Al igual que sus cómplices, Vitette fue condenado; purgó pena hasta que pidió ser deportado a cambio de su libertad. Hoy vive en San José, Uruguay; tiene una joyería.
Archivo: Juan Trenado
Edición fotográfica: Enrique Villegas
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