Batán, donde el diálogo de años evitó el estallido
Desde el año pasado hay allí un comité integrado por internos y funcionarios de la Justicia y del gobierno
La inmensa unidad de Batán, a solo 15 minutos de Mar del Plata, permanece en relativa calma, a diferencia de lo que sucede en otros presidios del país, donde el humo de los colchones que arden y la sangre de los presos heridos son la violenta postal de la crisis carcelaria, agravada por la amenaza de la pandemia.
Distintas fuentes consultadas con LA NACION coincidieron en señalar que la tensión no escaló allí vertiginosamente porque desde hace tiempo funcionan en Batán distintos mecanismos internos de diálogo, prevención de la tortura y resolución alternativa de conflictos.
"En principio, está todo tranquilo. No es un clima fantástico ni estamos contentos. Más bien, permanecemos atentos. Porque en Batán hay 1300 personas presas", dijo a LA NACION una calificada fuente judicial que sigue con atención junto a agentes penitenciarios y funcionarios del gobierno bonaerense los movimientos de la Unidad 15.
Cuando la pandemia llegó a la Argentina, tras largos debates internos, los presos y presas de los distintos módulos de Batán fueron los primeros en autoaislarse preventivamente. Luego, su decisión se replicó en el resto de los penales de la provincia de Buenos Aires: el 18 de marzo pasado, 44.832 presos iniciaron la cuarentena tras las rejas, según información oficial. Así, en 14 talleres textiles de las cárceles, también se comenzaron a construir barbijos y equipos de protección.
Tal como anticipó LA NACION el 27 de marzo pasado, fueron los presos de las cárceles de Batán y Barker los primeros en acceder al uso de teléfonos celulares para poder contactar a sus familias, luego de que el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de Necochea hizo lugar a un habeas corpus colectivo presentado por la Defensoría General Departamental. Al igual que sucedió con el aislamiento, esta medida se replicaría luego en todas las prisiones.
Desde el interior de la cárcel, un preso informó ayer a LA NACION: "Acá está todo tranquilo. No tienen ganas de armar un motín. Pareciera que no va a suceder nada; no hay mucho miedo y todos tiran para el mismo lado". En esta prisión funciona un centro universitario al que asisten más de 400 presos, un club de rugby, y además hay emprendimientos laborales autogestivos, como huertas, entre otros. El diálogo entre los pabellones y los líderes de la población carcelaria es constante.
Desde la Asociación Pensamiento Penal (AAP), que en esta cárcel inauguró hace tiempo una escuela de arte y oficios llamada Taller Solidario Liberté, confirmaron a LA NACION que "el trabajo de hormiga cotidiano" para garantizar el respeto por los derechos humanos y las condiciones dignas de detención fue elemental, finalmente, para evitar motines allí.
"Hace siete meses se impulsó la creación del Comité de Prevención y Solución de Conflictos, integrado por la comunidad penitenciaria, funcionarios judiciales, educadores, personas privadas de su libertad, instructores deportivos. Nos reunimos para buscar el mejor enfoque de formas de vida dentro del penal", dijeron referentes de AAP.
El oficial penitenciario Adrián Escudero, coordinador del dispositivo, explicó en un documento académico cómo fue el trabajo -iniciado en 2012- de diseñar políticas criminales que den vida a instancias de diálogo para evitar estallidos. Allí expuso que las claves fueron "el consenso y la participación activa del personal y los internos". Y agregó: "Reemplazamos un sistema automático por un trabajo criterioso y pormenorizado", con "un sentido profundamente visionario y humanista" instaurado "bajo preceptos doctrinarios, pero con acciones eminentemente prácticas" y cuya "filosofía adoptada es el pragmatismo".
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