Así espera Víctor Saldaño en el "corredor de la muerte" que se decida la fecha de su ejecución
CÓRDOBA. En la prisión de máxima seguridad Allan B. Polunsky, en Livingston, Texas, Víctor Saldaño es uno de los 16 extranjeros detenidos: todos latinos, menos un vietnamita y un bengalí. Está en un régimen de fuerte aislamiento desde marzo del 2000; antes de llegar a esta cárcel situada en una zona rural, junto a un lago, y desde el 9 de diciembre de 1996, cuando fue detenido por matar a Paul Ray King para robarle 50 dólares y un reloj de plástico, estuvo en Huntsville, en un pabellón de máxima seguridad, pero algo más flexible. Lleva preso casi 24 de sus 47 años de vida, la mayoría de ellos, en el "corredor de la muerte".
Ayer, la Suprema Corte de los Estados Unidos clausuró la última posibilidad de revisar su caso, como lo habían solicitado los abogados locales en representación de la Cancillería argentina. En las próximas horas, funcionarios del Consulado Argentino en Houston irán a comunicarle esa trascendental noticia. Entonces, el cordobés nacido el 22 de octubre de 1972, el único argentino condenado a la pena capital, esperará en una celda de 2,7 metros por 1,8 metros, con una ventana en lo alto, a que los Tribunales de Texas fijen la fecha de su ejecución por inyección letal.
El "corredor de la muerte" de Polunsky es el segundo que transita Saldaño; es, también, el más duro para él. En su ficha de ingreso -mecanografiado sobre una hoja preimpresa, con foto en blanco y negro- se lo ve más delgado de lo que está ahora y, por supuesto, más joven. La cárcel no permite que sus detenidos hablen por teléfono; las comunicaciones son por correo postal o j-pay (un servicio que traduce el correo electrónico a un formulario de carta para el preso). Ellos deben responder por correo común. Sí puede recibir visitas, aunque no tener contacto. El periodista Hugo Alconada Mon, de LA NACION, lo entrevisó en el penal cercano al Lago Livingston en septiembre de 2005.
Lidia Guerrero, la madre de Saldaño, lo ha visitado decenas de veces; lo más cerca que pudo estar es palma contra palma de sus manos, a través de un grueso vidrio irrompible, comunicados a través de un interfono, mirándose a los ojos.
Este año, ocho de sus compañeros de la dead row fueron ejecutados entre el 30 de enero y el 11 de junio. Los dos primeros de 2019 llevaban más tiempo que el cordobés en el corredor: Robert Jennings ingresó en 1989 y Billie Coble, en 1990.
Ya no hay nada que el gobierno federal de los Estados Unidos pueda hacer después de la última decisión de la Corte Suprema, que en el año 2000 había anulado la primera condena a muerte de Saldaño por el homicidio de King, al que la noche del 25 de noviembre de 1995 secuestraron a la salida de un mercado Sack'N'Save de la localidad de Plano, y ejecutaron de cinco tiros en Tickey Creek, en el área del Lago Levon, cerca de Dallas. Por jurisprudencia del máximo tribunal de Justicia norteamericano, el Presidente no puede intervenir para frenar o demorar una ejecución en los estados.
Los únicos actores relevantes de ahora en adelante son el Texas Board of Pardons and Parole y el gobernador tejano. Aquel cuerpo decide qué delincuentes son elegibles para otorgarles la libertad condicional o una supervisión obligatoria discrecional, y bajo qué condiciones. Lo habitual es que transcurran 90 días entre que el Tribunal pone la fecha de ejecución y al convicto, finalmente, se le da la inyección letal.
En la prisión Polunsky hay 691 empleados, de los cuales 533 son de seguridad. Se trata del régimen penal más duro de los Estados Unidos. Desde 2008 Saldaño está medicado con drogas antipsicóticas fuertes, tal como consta en el escrito presentado ante la Suprema Corte norteamericana por los abogados que representan a la Cancillería argentina. Antes de esa fecha recibía medicación ocasional.
Según pudo reconstruir LA NACION de distintas fuentes ligadas directamente al caso, duerme mucho y realiza muy escasa actividad. Bajó la cantidad de problemas disciplinarios que tenía, pero también hay días en que está somnoliento, pierde coherencia y atención. En otros, en cambio, lleva bien una conversación.
Saldaño, como todos los prisioneros en el "corredor de la muerte", tiene una hora de recreo al día, pero sin contacto con sus compañeros. Esa práctica varió algo en los últimos tiempos: ahora suele salir más de uno a la vez, pero en espacios separados.
Cada tres o cuatro semanas recibe una visita del Consulado Argentino en Houston; es así desde que está detenido. Le llevan libros y le dejan algunos dólares para que pueda comprar lo que quiera en la máquina expendedora que hay en la prisión. Debe darle ese dinero a un empleado y decirle lo que quiere; en general pide golosinas y gaseosas; alguna vez, un sándwich. Prefiere lo dulce.
Desde hace un tiempo lee la Biblia. En una visita de su madre --que es muy creyente-- ella comenzó a recitar un versículo y él lo terminó. Todo depende de la lucidez que tenga ese día. Cuando viaja alguien de su familia puede verlo durante cuatro días, cuatro horas por jornada. Siempre detrás de un vidrio y hablando por teléfono. Varias veces él no resistió ese tiempo.
La última vez que Lidia Guerrero lo tocó fue a mediados de 1996, al día siguiente de terminado el juicio en el que a Saldaño lo condenaron a muerte por primera vez. Hace tiempo que no escribe cartas; perdió ese hábito con el paso de los años. En esas misivas solía pedir ropa y libros; ya no pide nada. Su madre y sus hermanas suelen mandarle cartas, pero sin esperar respuesta.
En su celda tiene una radio que, según les dijo a sus familiares, cada tanto escucha. También tiene una cafetera. Un pastor evangélico está entre sus escasas visitas. Una vez, según mencionó su mamá, se paró mientras ella estaba de visita y le relató: "Están diciendo 'muertos en vida, levántense. Está por ejecutarse a uno de ustedes". Ese es el mensaje que reciben los convictos en el "corredor de la muerte".
Saldaño cumplió años el 22 de octubre pasado; esta vez no hubo nadie de su familia. Su madre no está bien de salud para viajar. Nacido en 1972, "Huguito" --como lo sigue llamando Lidia-- se fue de su casa a los 17 años cuando entró a la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA; quería hacer la carrera militar naval para viajar y conocer el mundo. Después de unos meses abandonó y se fue a Villa María a buscar a un tío que tenía una empresa de camiones. Como no lo encontró siguió "a dedo" hasta Brasil para buscar a su papá. De ahí pasó a la Guayana Francesa, Venezuela, Colombia , México y, finalmente, los Estados Unidos. En Brasil había empezado a consumir drogas. Bajo los efectos del alcohol y la cocaína estaba cuando, junto al mexicano Jorge Chávez, asaltaron al vendedor de computadoras Paul Ray King en el estacionamiento del Sack'N'Save de Plano.
El viaje terminó después de ese homicidio; desde entonces ese mundo que deseaba recorrer se convirtió en los seis metros cuadrados de su celda, primero en Huntsville, ahora en Polunsky. Es el único argentino entre los casi 2500 condenados a muerte en los Estados Unidos y también el único que tiene una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a su favor, que condenó a la mayor potencia del orbe por considerar que los dos juicios y las sentencias contra Saldaño eran nulas "por discriminación de raza y nacionalidad", por lo que instó a las autoridades norteamericanas a sacarlo del "corredor de la muerte".
El miércoles de la semana pasada hubo una audiencia por ese tema en la Organización de Estados Americanos (OEA). Los enviados del Departamento de Estado se mantuvieron en su posición histórica: sostienen que su sistema legal interno tiene los mecanismos idóneos para corregir los errores señalados en la resolución de la CIDH. Y ayer se agotaron para la defensa de Saldaño todas las vías recursivas en el ordenamiento jurídico norteamericano.
En abril Víctor le dijo a su madre que seguramente lo ejecutarían este año; otras veces le había pedido que ya no hicieran "nada más" para detener lo irremediable; pedía que no apelaran más, quería que lo mataran. La primera vez se lo dijo a su abogado, en 1997; desde entonces lo repitió en otras ocasiones. El 18 de abril de 2000 iba a ser ejecutado, pero la pena capital se suspendió cuando la Suprema Corte norteamericana revocó la primera sentencia de muerte por considerarla racista. En 2001 intentó suicidarse. Ahora está casi en un limbo. Pero su espera, todo parece indicarlo, se acerca a su fin.
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