Análisis de un juicio por jurados desde la comunicación no verbal
Qué expresan sin palabras los participantes de este sistema judicial que comenzó a utilizarse en algunas jurisdicciones del país
Son las 14.37 hs del miércoles 1º de Junio. Tarde de alegatos y del veredicto final. Tercer y último día del juicio oral. Se abre una puerta del fondo de la sala y entra la jueza al recinto, como una persona más, con simpleza en su paso y vestimenta. Nadie la anuncia ni ordena ponernos de pie. Es nuestra primera observación relevante.
Están ya presentes en la sala del Juzgado Criminal Nº 7 de San Isidro el acusado, su abogado defensor y su asistente, el fiscal junto a su auxiliar y los familiares tanto de la víctima como del acusado.
También se encuentran miembros del juzgado y de la justicia -5 mujeres y 2 varones, que quieren ser testigos, aprender y acompañar al fiscal-. Nosotros somos observadores privilegiados de esta escena.
Ahora sí, se escucha la tradicional orden "Todos de pie" de boca de la propia jueza. Entran 18 ciudadanos que tendrán entre 21 y 72 años. Todos ellos han sido citados por la Justicia para que impartan un veredicto.
Serán los principales actores de este juicio oral con fallo por jurado y por eso cada vez que entren o salgan habrá que rendirles homenaje poniéndonos de pie. Son 12 titulares y 6 suplentes, mitad mujeres y mitad varones. Debemos tomar conciencia de que podríamos ser uno de ellos.
Los 18 se sientan y por varias horas estarán en esa posición casi de total quietud, atentos y expectantes a lo que suceda a no más de dos metros de sus ojos. Ellos serán jueces por un día. Dictarán el veredicto: culpable o inocente.
No se podrán quejar de "la justicia argentina", al menos en este caso. Pasan por nuestra mente muchas imágenes de películas como "Los intocables" y de series como "Petrocelli", el mítico abogado.
El circo de tres pistas está preparado
Una frase viene a nuestra mente: "El circo de tres pistas está preparado: la del juez, la del jurado y la que comparten fiscal y defensor", y pertenece al abogado defensor Billy Flynn, protagonista masculino del musical "Chicago" y cuya versión cinematográfica es protagonizada por Richard Gere.
Volvamos a la escena del juicio. El acusado de homicidio es acompañado por un miembro del servicio penitenciario a sentarse en su silla junto a su defensor.
Al hacerlo, sonríe mirando tanto a su abogado como levantándole las cejas al fiscal amistosamente. Toma agua de un vaso que tiene delante, reitera el gesto con las cejas mirando al fiscal, suspira como diciendo "y bueno, veremos qué viene ahora".
La fiscalía tiene un diálogo con la defensa. Todos en el recinto parecen distendidos y se manejan con soltura, menos un grupo: los familiares del detenido. Casi no realizan movimientos, sus rostros denotan tristeza, preocupación y no se comunican entre ellos. Resalta su padre, quien guarda un profundo silencio tanto de palabras como de gestos.
El fiscal
A las 14.43 hs inician los alegatos. La jueza da la palabra al fiscal, quien pronuncia su último discurso. Es joven, rondará los 40 años, de 1,80 mts de altura y de contextura normal.
Elige el micrófono que tiene cable y parándose en el centro de la sala se dirige directamente a los miembros del jurado. Sus gestos son por momentos tímidos, algo indecisos. El volumen de la voz constantemente alto denota junto a su rostro enrojecido que está nervioso, que tiene una fuerte tensión a la hora de iniciar su primera exposición final dirigida a ciudadanos comunes.
En su mano izquierda sostiene los papeles que guían su discurso. Sus pies no recorren más que la superficie de 1 metro cuadro y encuentra en la metáfora de una película el eje de todo su relato.
Desea convencer a sus oyentes de que ésta es una historia de película, pero que le falta algo importante: el veredicto. Invita a estas personas comunes a que, a partir de su fallo, sean actores protagónicos y no meros testigos.
Como leyendo sus mentes les dice que lo que están viviendo no es ficción, sino lamentablemente un caso real de un homicidio ocurrido en una disputa callejera entre dos vecinos de un barrio cercano a los tribunales.
Busca un clima de intimidad y para sensibilizar al jurado toma una silla y se sienta. Les muestra una foto de cuando era niño aquel que ahora está muerto.
Segundo impacto para nosotros y nota relevante: el padre del acusado rompe en llanto por primera vez, como si fuera el único testigo a quien impacta esta fotografía.
El fiscal más de una vez se refiere al acusado y gira su cabeza como para mirarlo, pero algo se lo impide interiormente y los primeros minutos no logra hacer conexión visual con él.
Se refiere al mismo con palabras como "un asesino, un salvaje", pero no lo mira. Por los nervios de la situación el fiscal al pararse tira la silla y no atina a levantarla. Para hacer un efecto visual arranca hojas del expediente que tiene sobre su escritorio y lee un testimonio; mientras tanto el acusado por primera vez se mueve intranquilo y se rasca un tobillo para desviar tensiones.
La respiración del orador se vuelve agitada y temblorosa, como preludio de un acto que busca impresionar: toma una piedra semejante a la utilizada como arma del crimen y se la muestra al jurado.
Por segunda vez el padre del detenido llora al escuchar semejante relato. Cabe aclarar que su mujer no está presente, se le ha prohibido la entrada al recinto por disturbios ocasionados en el día anterior.
La voz del fiscal y sus gestos se vuelven más seguros
La voz del fiscal y sus gestos se vuelven más seguros, son sus palabras finales. Habla de "golpe mortal", de "testigos", y muestra fotos de la autopsia de la víctima.
Aquí el padre del acusado llora por tercera vez desconsolado. Al mirarlo con detenimiento observamos que sus rasgos físicos muestran gran similitud con los de su hijo.
El fiscal describe la piedra y el perfil que los psiquiatras han delineado sobre el victimario, a quien ahora sí puede mirarlo por primera vez a los ojos. Gesto que coincide con que deja los papeles sobre su escritorio para no tomarlos más, seguro de su derrotero.
En su último minuto de oratoria relata la descripción del asesinato con gestos mímicos de lo que presume ocurrió, y el acusado hace sonar los nudillos de sus manos denotando intranquilidad y nerviosismo.
Mira al jurado y le recuerda la idea de que están viviendo una película, pero de la cual ellos son los protagonistas: "Miembros del jurado, ayúdennos a terminar bien esta historia dando un veredicto de culpabilidad". Vuelve a su silla liberando una bocanada de aire aliviado de haber cumplido holgadamente su objetivo, al menos a nuestro modesto entender.
La defensa
A las 15.20 toma la palabra la defensa. Un hombre de unos 60 años bien robusto y de fuerte presencia; se pone en el centro de la sala con una comodidad y tranquilidad que llaman la atención. Su experiencia en los juicios es por demás visible en el modo de tomar el micrófono, de mirar y de hablar pausadamente dirigiéndose uno a uno a los miembros del jurado.
Aquí sucede un tercer hecho llamativo de esta experiencia: por primera vez la jueza hace un movimiento importante con el cuerpo. Su silla que estaba dirigida hacia el centro de la sala atendiendo a la fiscalía, ahora la pone de costado, hacia su derecha, apuntando a los miembros del jurado; queda así mirando de costado al abogado defensor. Esto es un indicio de querer inconscientemente prevenir al jurado de las mañas o de las tretas de un avezado defensor.
El hombre experimentado en derecho sabe que las emociones suelen ser las que guían las decisiones del hombre común. Por eso busca la intimidad del contacto visual, la calidez de una voz que apenas se puede escuchar, pero que tiene una nitidez y un mensaje claros.
La palabra "serenidad" es repetida tres veces en su primer minuto de alocución y es acompañada de una gestualidad lenta y congruente.
Quiere bajar los decibeles a los que ha llevado el fiscal a los miembros del jurado. Busca quitarle fuerza al impacto emocional que tuvieron las fotos, la piedra y el relato reciente de la fiscalía. Mientras el detenido termina su tercer vaso de agua su defensor señala y acusa al fiscal, repitiendo el gesto que éste había realizado con su defendido.
A cada paso muestra el dominio de la oratoria que ha desarrollado durante tantos años de ejercer su profesión. Pide al jurado que no se deje embarcar en una ficción, le recuerda que la película "Sexto sentido" nos deja una lección: no todo es lo que parece.
Nos llama muchísimo la atención a los observadores que los 18 miembros del jurado casi no realizan movimientos, por lo menos 12 de ellos han permanecido atentos e inmóviles, sólo cuatro con sus brazos cruzados.
Durante el relato del defensor el fiscal no para de mover su pie derecho, escondido detrás del escritorio, pero que manifiesta una descarga de la tensión que aún posee. Con el mismo significado sus manos se unen detrás de la silla.
La jueza está atenta en todo instante; se mueve inquieta en su silla y realiza unos microgestos de asombro, indignación y desprecio como consecuencia de frases no atinadas del defensor. Éste desacredita a las fuerzas de seguridad, al estado en general, y hasta hace un chiste de mal gusto sobre las suegras -ignorando que la jueza es una de ellas-.
En sus últimas palabras la defensoría pide que desoigan las palabras del fiscal. Con un gesto batuta llamado "agarrón de aire" y un tono de voz confidente da énfasis a cada una de sus palabras, que jamás pierden su peso, su medida, su finalidad de demostrar firmeza y seguridad en la inimputabilidad del acusado.
Llama la atención que en ningún momento se anima a mirar a sus familiares
A las 15.51 la jueza da a lugar a las últimas palabras del acusado. Un joven veinteañero, 1,60 mts de altura y de contextura bien delgada, se acerca a una silla que tiene un micrófono con pie metálico. Con una gestualidad muy inquieta y variada, con su voz ronca, gastada y grave declama en pocas líneas directamente su inocencia.
Llama la atención que en ningún momento se anima a mirar a sus familiares, tampoco al jurado, todo su relato va dirigido a la jueza. Ella, que preside la sesión con mucha autoridad, escucha atentamente y se inclina hacia delante del estrado, apoyando su mentón sobre sus manos dispuestas en forma de oración, de súplica.
El detenido termina su alocución y al llegar a su silla sigue hablando, ahí la jueza con gesto adusto y voz firme lo reprende y le pide silencio.
El momento del veredicto
A las 15.58 nuevamente nos ponemos de pie para que se retire el jurado. Se inicia un paso importantísimo: la fiscalía, la defensoría y la jueza pactarán los lineamientos que se le dará al jurado para que deliberen su veredicto.
A las 18.05 una vez más la jueza ordena que nos levantemos para que entre el jurado. Ya sentados ella misma lee los extensos lineamientos pactados de instrucciones finales a los ciudadanos que ofician de jueces. Lo que resaltamos es que sobre 12 miembros tienen que coincidir 10 para que resulte culpable o inocente, con menos de 7 votos de "culpable" se lo declara inocente.
El detenido por segunda vez realiza múltiples gestos con su cuerpo, todos para quitarse tensión, liberar sus nervios, como elongar sus hombros y la espalda hacia atrás.
A las 18.40 los seis miembros suplentes del jurado son liberados de la obligación de estar presentes en el juicio, mientras que los 12 restantes entran en la sala de deliberaciones para llegar a un veredicto. Es el momento de mayor tensión y expectativa.
19.40 hs: sorprende la rapidez, menos de una hora, con que los 12 ciudadanos ya han llegado a un veredicto unánime.
Entran en la sala despacio y no toman contacto visual con los presentes, más bien sus cabezas están observando sus asientos y el camino por recorrer hasta sus sillas. Intuimos gestos que manifiestan el peso de la responsabilidad de la decisión que ya han tomado.
Un joven de unos 35 años, vestido de modo informal, ha sido elegido presidente del jurado y le entrega un sobre a la jueza, quien lo rompe y le devuelve el contenido del mismo para que le dé lectura.
El acusado traga saliva y estira su remera denotando estar sofocado.
La jueza de nuevo está en posición de rezar. Tanto el fiscal como el defensor se muestran calmos. Los familiares del acusado mantienen un silencio expectante.
Miembros de las fuerzas de seguridad se muestran con sus cuerpos tensos, atentos y alertas ante cualquier manifestación indebida de los presentes.
El joven presidente del jurado se calza sus anteojos, lee y declara que por 11 votos han encontrado al detenido culpable de homicidio simple.
Sin mayores comentarios la jueza pacta un día con la fiscalía y el defensor para dilucidar la pena. La magistrada ordena la desconcentración y su equipo -de gran eficiencia y humanidad- despeja la sala.
No hay ningún tipo de expresión disonante o elevada de parte de los presentes.
En cinco minutos el recinto quedó vacío luego de que estos 12 ciudadanos hayan sido jueces por un día. A estar atentos, la justicia está llamando a nuestras puertas.
Alejandro Sangenis y Mariano Michaud
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