ADN del crimen. Tres muertes avanzan desde 2002 por un camino de impunidad
En menos de cinco años, en Cipolletti, Río Negro, seis mujeres fueron asesinadas en dos triples homicidios. La última de esas masacres sigue impune. Mientras que por los primeros homicidios fue un acusado sentenciado a prisión perpetua, pero la policía rionegrina nunca pudo identificar al cómplice que ayudó a Claudio Kielmasz a secuestrar y asesinar a las hermanas María Emilia y Paula Micaela González y a su amiga, Verónica Villar, en un ataque ocurrido en noviembre de 1997.
A partir de investigaciones imperfectas que permitieron que se pisoteara la escena del primer triple asesinato y deficiencias en el levantamiento de huellas digitales, en el caso del segundo caso, registrado en mayo de 2002, están libres los responsables de esas dos masacres.
Actualmente, Kielmasz es el único detenido por los homicidios de las hermanas González y de Villar. En 2002, los jueces de la Cámara Criminal Segunda de General Roca condenaron al sospechoso como coautor del secuestro y homicidio de las tres jóvenes.
Kielmasz lleva 23 años preso, pidió salidas transitorias y la aplicación de beneficios, pero todas las solicitudes fueron rechazadas por el juzgado de Ejecución penal de General Roca. A pesar de los reclamos de las familias de las víctimas, ni la policía ni los representantes del Ministerio Público de Río Negro, lograron avanzar sobre el resto de los coautores del primer triple homicidio de Cipolletti.
Cuando todavía los habitantes de esa ciudad, situada en el Alto Valle del Río Negro, seguían con los reclamos por el esclarecimiento de los homicidios de las hermanas González y de su amiga, otras tres mujeres fueron asesinadas. En esta oportunidad, la escena del triple crimen, no fue, como en 1997, un olivar situado en la zona rural de Cipolletti. El segundo triple crimen ocurrió en pleno centro de la ciudad, en el laboratorio ubicado en 25 de Mayo 471.
En uno de los boxes donde se realizaban las extracciones de sangre fueron asesinadas la psicóloga, Elvira Carmen Marcovecchio, de 39 años; la paciente Alejandra Noemí Carbajales, de 37 y la bioquímica, Mónica Susana García, de 30. Ketty Karabatic, una vecina que llegó al laboratorio pocos minutos después del triple homicidio, salvó su vida de milagro. Uno de los asesinos le facilitó el ingreso y se ocultó detrás de la puerta, cuando la mujer entró en la sala de espera, el agresor le disparó un balazo en la espalda.
Las autopsias determinaron que, Marcovecchio fue asesinada de 29 puñaladas; a Carbajales, le asestaron 31 puntazos y a García la mataron de un balazo, ya que el atacante le causó tres heridas punzocortantes, posiblemente para tratar de doblegar su resistencia, y le pegó un tiro de gracia.
Antes de asesinar a las tres mujeres, el agresor ató con un cable las manos de las víctimas por la espalda y las mató en el box de no más de dos metros por uno en el que se realizaban las extracciones de sangre.
A partir de la reconstrucción de la denominada masacre del laboratorio, realizada por los investigadores policiales que entrevistaron a la única sobreviviente y a los testigos que estaban en la zona, se determinó que a los autores del triple homicidio les llevó 27 minutos matar a la psicóloga, la paciente y a la bioquímica.
Esta presunción se fundó en la declaración de una paciente que se retiró del laboratorio minutos antes de las 20, el 22 de mayo de 2002, sin que hubiera advertido alguna situación fuera de lo normal. Mientras que Karabatic, sostuvo ante los investigadores que llegó a la escena del crimen a las 20.27.
Después de asesinar a las tres mujeres, el agresor arrojó ácido acético sobre las víctimas. Una vecina afirmó que se cruzó con un sospechoso que salía del laboratorio en bicicleta y con una botella similar a la que la bioquímica usaba para guardar dicha sustancia.
Los peritos de la policía de Río Negro que revisaron la escena de la masacre y los forenses que realizaron las autopsias nunca concluyeron de forma rigurosa y contundente si hubo uno o más asesinos.
"Había dos diseños de rastros, de dos personas distintas con sangre. Uno de esos rastros terminaba en el baño. En el lavadero se encontró una huella que no se pudo determinar si correspondía a un zapato o una zapatilla y tampoco se puede afirmar que coincidiera con el rastro antes mencionado. Para dominar a tres mujeres en un lugar cerrado, en una escena como el laboratorio, lo lógico sería que hubiera más de dos personas. Aunque resultó muy complicado sostener el revólver y el cuchillo al mismo tiempo, no era imposible que haya sido uno. Personalmente suponía que por lo menos fueron dos o más", expresó el perito Walter Muñoz al declarar en el juicio.
Tampoco la cantidad de heridas provocadas a las víctimas resultaron un indicio que pudiera avalar la sospecha que alguna de ellas era el blanco original de ataque y las otras fueron asesinadas porque estaba en el lugar y en el momento equivocados. Esto le ocurrió a la paciente Karabatic que fue agredida debido a que llegó al laboratorio segundos después de los asesinatos.
"La luz estaba encendida; alguien abrió y al ingresar miré hacia la izquierda. Había varias personas en el piso. Quien abrió, se habrá quedado detrás de la puerta y no pude ver su rostro. Me ordenó que me tirara al piso. No recuerdo si me tiró o me empujaron. Me hablaba, pero no recuerda lo que decía", expresó Karabatic al primer juez que investigó la masacre, en el hospital donde la atendieron por el balazo que le dispararon. Solo vio al agresor de espaldas.
Sandoval, el lavacoches
Debido a la cantidad de heridas y el supuesto ensañamiento del agresor que le asestó 29 puñaladas, los investigadores policiales abonaron la presunción que indicaba que la psicóloga Marcovecchio era la víctima principal del ataque. Esta hipótesis se fundo en que David Sandoval, alias el "lavacoches" y la psicóloga Marcovecchio se conocieron cuando el sospechoso estuvo alojado en el hogar Santa Genoveva.
Dos testigos se refirieron a un incidente mantenido por Marcovecchio y Sandoval en el que el sospechoso le recriminó a la psicóloga por la forma en la que lo había atendido y porque supuestamente le dijo que era homosexual. Pero, los integrantes de los dos tribunales que juzgaron a Sandoval descartaron que ese entredicho hubiera sido el móvil del ataque.
Sandoval estuvo más de dos años preso. Había sido detenido pocas horas después del triple homicidio. Pero en noviembre de 2004 fue absuelto en el juicio oral que estuvo a cargo de los jueces César López Meyer, María Evelina García y Juan Máximo Rotter.
Entre otros elementos los magistrados fundaron la absolución en las contradicciones de los testigos que no lograron afirmar de forma contundente que Sandoval estuvo en el laboratorio en el momento de la masacre.
Además, los jueces tuvieron en consideración que dos peritajes sobre una huella digital hallada en el lavatorio de la escena del triple crimen tuvieron conclusiones distintas. Mientras los técnicos de la Gendarmería afirmaron que esa impronta tenía siete puntos de coincidencia con Sandoval, una perito de la Policía Federal aseguró que dicha huella no era del acusado.
Tres años después, Sandoval fue sometido a un segundo juicio oral ordenado por el máximo tribunal de justicia de Río Negro que analizó los diversos recursos presentados contra la primera sentencia.
Este debate terminó con la condena a prisión perpetua para Sandoval. El tribunal con una confirmación distinta a la del primer juicio. Con tres jueces subrogantes consideró a Sandoval como presunto coautor de los asesinatos de Marcovecchio, Carbajales y García y se le impuso la pena de prisión perpetua.
Por entonces no estaba vigente la reforma del Código Penal, realizada en 2012, que calificaba como femicidio los hechos que tienen a una mujer como víctima de un homicidio cometido en el contexto de violencia de género.
Pero, en agosto de 2010, la Corte Suprema de Justicia de la nación revisó la sentencia que condenó a Sandoval y declaró la nulidad del fallo.
El máximo tribunal de justicia de la Argentina sostuvo en su resolución que un acusado no puede ser sometido a juicio dos veces por el mismo hecho, tal como ocurrió con Sandoval y que, ante la duda por peritajes contradictorios corresponde aplicar el principio jurídico "un subió pro reo". Esto significa que ante la imposibilidad por parte del Estado de probar la responsabilidad del acusado en el hecho se aplica el beneficio de la duda.
Tampoco fue condenado el segundo sospechoso del triple homicidio: Jorge Ernesto Sandoval, alias "Clavo", que fue acusado de encubrimiento debido que la policía encontró en su poder una bicicleta similar a la usaba un sospechoso que llevaba un frasco similar al que se utiliza para guardar ácido y que los testigos vieron afuera del laboratorio.
"Clavo" Sandoval, que estuvo procesado por encubrimiento del triple asesinato en el laboratorio, falleció por una enfermedad oncólogica en un cárcel de Chubut donde cumplía una condena a diez años de prisión por abuso sexual agravado.
Así se perdió la última oportunidad para tratar de esclarecer el segundo triple homicidio de Cipolletti.
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