ADN del crimen: el motivo oculto del último pedido de Robledo Puch
Carlos Eduardo Robledo Puch, el mayor asesino serial de la historia criminal argentina, pasa sus días de la pandemia encerrado en un pabellón con otros veinte internos mayores de 60 años, en la Unidad 26, en Olmos. Lejos de la cárcel de Sierra Chica, el lugar al que exige volver porque lo considera su hogar y porque allí quedó su amigo íntimo, el mismo al que quiso seguir el año pasado cuando pidió que lo pasaran de su calabozo al sector de Sanidad del penal situado cerca de Olavarría.
Durante el último fin de semana, la tranquila cuarentena de Robledo Puch en el pabellón 8 de la cárcel de Olmos se alteró por el fallecimiento de dos internos alojados en ese penal. Uno de ellos, de 81 años, había sufrido un accidente cerebrovascular (ACV) y fue llevado a un hospital de La Plata, donde estuvo internado diez días. En el nosocomio platense, dicho preso se contagió el Covid-19 y murió hace siete días. Otro interno, de 74 años, falleció después de sufrir una crisis cardíaca.
Debido a que la edad promedio de los compañeros de Robledo Puch supera ampliamente los 60 años, las autoridades del penal ajustaron al máximo las medidas para blindar la cárcel contra el coronavirus; además, por las patologías que sufre el 90% de los 390 internos alojados en ese penal, la propagación del Covid-19 sería mortal para la mayoría de los presos. En el caso de Robledo Puch, también conocido como el Ángel de la Muerte, el listado de enfermedades que padece lo incluye en los denominados grupos con riesgo de vida, en caso de que se contagiara el coronavirus.
Hace quince meses, cuando fue internado en el hospital de Olavarría sufrió una neumonía bilateral y una oclusión intestinal. La primera de las patologías se originó a partir de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) que padece desde hace más de una década. Mientras que la segunda afección fue provocada por el Ángel de la Muerte, que realizó una huelga de hambre para protestar porque le rechazaron su pedido para ser trasladado desde su calabozo en el penal de Sierra Chica al pabellón de Sanidad.
Ante semejante exigencia, las autoridades de la cárcel le respondieron que "el pabellón de Sanidad no es un lugar para que un interno cumpla la condena, sino para que los presos reciban atención médica y, una vez curados, regresen a los calabozos". Además, en ese momento, Robledo Puch no sufría ninguna patología que justificara su internación en el pabellón de Sanidad, que, por entonces, tenía once presos, algunos con afecciones pulmonares y respiratorias virales que hubieran puesto en riesgo la vida del Ángel de la Muerte.
Pocos en la cárcel sabían que el pedido del mayor asesino serial de la historia argentina para pasar al sector de Sanidad ocultaba otro motivo, que era seguir a un preso, alojado en el mismo pabellón, amigo íntimo y confidente de Robledo Puch.
Este rechazo enardeció el ánimo del Ángel de la Muerte, quien protestó con una huelga de hambre. Al negarse a ingerir alimentos, sufrió una oclusión intestinal que obligó al personal del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) a extremar los esfuerzos para salvarle la vida. Así fue que, en mayo del año pasado, los responsables del penal lo trasladaron de urgencia al hospital de Olavarría. Allí, los médicos lograron estabilizarlo y, tratamiento mediante, atenuaron la neumonía y la oclusión intestinal que padecía.
La vida en la Unidad 26
Luego de revisar los informes médicos, la Sala I de la Cámara Penal de San Isidro autorizó el traslado de Robledo Puch al hospital penitenciario de Olmos, cerca de La Plata, donde estaría atendido sin que el despliegue de los guardiacárceles para custodiarlo afectara el normal funcionamiento del nosocomio de Olavarría. A partir de los estudios que le hicieron mientras estaba en el hospital de Olavarría, se determinó que Robledo Puch también padecía dos hernias, una inguinal y otra umbilical. Rechazó operarse. Después de varios meses de internación en el hospital penitenciario de Olmos, donde le terminaron de curar la oclusión intestinal y la neumonía, en noviembre pasado, fue trasladado a la Unidad 26, dentro del complejo de Olmos y a pocos metros del centro de atención.
Alojado en ese penal de régimen semiabierto, donde por las noches no se cierran los calabozos, sino que se clausura el pabellón y las celdas individuales permanecen abiertas, la cuarentena sorprendió a Robledo Puch.
Debido a que no cocina, tiene que lavar los platos de los veinte presos del pabellón. Diariamente les entregan la comida, para que los reclusos la preparen en el comedor. Aquellos que no saben cocinar deben encargarse de mantener limpio el pabellón o, como Robledo Puch, de lavar los platos después de cada comida.
Al llegar al penal, rechazaba el contacto con sus compañeros del pabellón 8. Fueron los internos quienes se le acercaron para intentar socializar. Así, Robledo Puch, aficionado al ajedrez, comenzó a charlar con los otros reclusos sobre las bondades del juego ciencia. Pero luego de perder tres partidas seguidas se enojó y cortó el diálogo.
No obstante, al advertir que, por tratarse de un pabellón de autogestión, no podía seguir la vida sin interactuar con sus compañeros, cambió de actitud. En la actualidad, desarrolló una relación fluida con cuatro de los veinte internos que, por la pandemia, no pueden salir al patio o recorrer los lugares comunes de la cárcel.
Condenado a reclusión perpetua más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado por 11 asesinatos, 17 robos y dos violaciones, Robledo Puch nunca fue beneficiado con una salida transitoria.
Fue detenido en febrero de 1972 y lleva más de 48 años preso. La cláusula de reclusión accesoria por tiempo indeterminado que le fue impuesta junto con la condena establecía que, para recuperar la libertad, debía cumplir con los requisitos fijados por la ley de ejecución penal, que regula el cumplimiento de las condenas.
En función de esa norma, un condenado sobre el cual pesa la reclusión accesoria solo puede salir de la cárcel una vez pasadas todas las etapas del cumplimiento de la pena privativa de libertad. Robledo Puch no fue beneficiado con la libertad porque los informes psiquiátricos y psicológicos fueron negativos. Esos estudios deben dar un dictamen favorable para que un condenado pueda acceder a la libertad condicional.
En la actualidad, Robledo Puch que sobrevivió al sangriento motín de Semana Santa de 1996 en la cárcel de Sierra Chica, pasa los tiempos de la pandemia en un calabozo individual. Lee libros de historia alemana y cuenta su admiración por Hitler.
Exige que lo trasladen al penal de Sierra Chica, de condiciones de seguridad mucho más estrictas que las que se aplican en el penal en el que está preso con muchos condenados por delitos sexuales cometidos en el ámbito intrafamiliar.
A la consigna de que para él es la "libertad o nada", en los últimos días Robledo Puch le sumó el pedido de que le apliquen la inyección letal. Una medida imposible de cumplir porque la pena de muerte no figura en la ley argentina.
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