ADN del crimen: el Concheto, el asesino serial que hacía un culto de Robledo Puch
Guillermo Álvarez era el jefe de la “banda de los chicos bien”, que asaltaba restaurantes en Recoleta y Núñez; fue atrapado en agosto de 1996
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Hace 25 años una banda comandada por un adolescente, de 18 años, que vivía en un lujoso chalet de las barrancas de Acassuso, aterrorizó a los comensales de los restaurantes situados en la lonja formada por Avenida del Libertador, Figueroa Alcorta, Tagle y Udaondo, que eran concurridos por empresarios, políticos, personajes de la farándula y funcionarios de la administración menemista.
Hasta el 28 de julio de 1996, el grupo delictivo, conocido como “la banda de los chicos bien”, tenía en jaque a los efectivos de cinco comisarías y de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal, que no lograban identificar a los autores de los asaltos que ocupaban una importante cantidad de minutos en los principales noticieros de los canales de televisión y en las tapas de los diarios.
Potenciaba el miedo y la conmoción la onda expansiva provocada por el asesinato del sargento de la Policía Federal Aníbal Sopeña, custodio del senador Eduardo Menem, hermano del presidente de la Nación, Carlos Menem, ocurrido el 6 de julio de ese año, en la casa situada en Lidoro Quinteros 1035.
Debido a que la vivienda quedaba en la zona donde atacaban los asaltantes de restaurantes, los investigadores de la Policía Federal, abonaron la sospecha de que el sargento Sopeña fue asesinado por los integrantes del mencionado grupo delictivo. Sin embargo, esta hipótesis fue descartada porque, una semana después del ataque contra la casa del hermano del presidente, fueron detenidos dos de los sospechosos y, a pesar de ambas capturas, los asaltos contra los restaurantes continuaron.
Alkorta, el local gastronómico que a principios de julio de 1996 funcionaba en Figueroa Alcorta y Tagle, a media cuadra de la embajada de Chile y frente a la entonces ATC, fue el primer restaurante, en la lista de siete locales, asaltados por la banda. Allí, uno de los comensales que sufrió el robo fue un ejecutivo de la petrolera Esso, a quien le sustrajeron un reloj de alta gama, el celular, dinero y su Honda Accord. Al custodio del directivo de la multinacional le quitaron una 9 mm.
El raid delictivo siguió con asaltos en Harry Cipriani, Chungo, Café de los Incas, La Parolaccia y Camerún. En ninguno de estos hechos hubo heridos ni muertos.
El 28 de julio a la madrugada todo cambió. Eran las 2 cuando el pub Company, situado en Migueletes 1338, se convirtió en escenario de una masacre. “Esto es un robo. No se hagan los boludos, que a mí no me cabe ninguna”, le gritó Oscar Alfredo Reinoso, alias Osito, al encargado de la barra, Guillermo Rossi, mientras les apuntaba con una escopeta recortada.
“Dale, pendejo, andá juntando las cosas”, le ordenó Reinoso a un cómplice, de 14 años, conocido como Oaky o Ramoncito.
Ni Oaky ni Reinoso lo sabían, pero entre los comensales estaba Fernando Aguirre, un subinspector de la Policía Federal que había concurrido al local gastronómico para festejar el cumpleaños de una amiga. Al advertir la escena, el policía decidió que no era el momento para identificarse debido a que existía riesgo de vida para el resto de la gente en caso de que se iniciara un tiroteo. Entonces, decidió esperar.
Cuando Reinoso y su cómplice, menor de edad, se disponían a cruzar el umbral de la puerta para abandonar el local, Aguirre saltó arriba de una mesa e impartió la voz de alto. En ese momento, Reinoso comenzó a disparar. Así, se inició un tiroteo dentro del pub en el que se dispararon más de veinte balazos.
Disparos a traición
Aguirre ignoraba que, entre los comensales, estaba Guillermo Antonio Álvarez, el jefe de los asaltantes que, con su aspecto de falso Clark Kent, su cabello con gel y peinado hacia atrás, se mezclaba entre los clientes para cubrir la retirada de sus secuaces. Al observar que el policía hirió a Reinoso, le disparó un balazo. Aguirre cayó y cuando estaba en el piso, sin posibilidades de defenderse, Álvarez lo remató de cuatro tiros por la espalda. Después, con la ayuda de sus cómplices, Álvarez cargó a Reinoso en el Honda Accord que le robó al vicepresidente de Esso, en el restaurante Alkorta y huyó con el resto de la banda.
Además de Aguirre, durante el tiroteo fue asesinada María Andrea Carballido. Con estos dos homicidios, Álvarez, alias Concheto, Karateca o Patovica, pasaba a integrar el listado de los asesinos seriales de la Argentina, encabezado por Carlos Eduardo Robledo Puch.
Ocho horas antes, en Martínez, cerca de su casa, Álvarez había concretado su primer asesinato. Bernardo Loitegui (h.) un empresario, hijo de un exministro de Obras Públicas del gobierno de facto encabezado por Alejandro Agustín Lanusse, se había convertido en la primera de las cuatro víctimas del Concheto.
Con su compañero desangrándose, Álvarez actuó según su costumbre. El único centro asistencial que conocía era el sanatorio San Lucas, en San Isidro. Allí abandonó malherido a Reinoso. Este detalle marcaría el final de “la banda de los chicos bien”.
A los investigadores les llamó la atención que un asaltante como el Osito, que vivía en la villa Uruguay, hubiese sido llevado a un sanatorio privado. Habitualmente, a los delincuentes heridos en enfrentamientos sus cómplices los dejaban en hospitales públicos o los hacían atender en clínicas “tumberas”.
Cuando los acompañantes de Reinoso lo dejaron en la clínica, situada a la vuelta de los tribunales de San Isidro, dijeron que le dispararon porque se resistieron a un asalto. El telefonista del sanatorio y uno de los enfermeros advirtieron que los amigos del herido abordaron un Honda Accord azul, patente SFP 613, el mismo vehículo que usaron los autores de la masacre en el pub Company.
Al día siguiente, Álvarez regresó a la clínica. Llegó en un remise, pero, al advertir la presencia de un móvil policial estacionado en la puerta, decidió no bajar. En cambio, descendieron la hermana de Reinoso y dos adolescentes. Según el remisero, durante el trayecto, la mujer le reclamó a Álvarez por no cuidar a su hermano. Entonces, el Concheto le respondió: “¡A mí qué me decís, si al policía que le disparó a tu hermano lo cociné a tiros!”.
Antes que los familiares de Reinoso descendieran del automóvil, Álvarez les entregó a la mujer y a los chicos una bolsa con dinero. Minutos después, los familiares de Reinoso entraron en la clínica y se enteraron de que Osito había fallecido. Los restos de Reinoso fueron llevados al cementerio público en medio de un cortejo que incluyó disparos al aire de ametralladoras y pistolas 9 mm. El funeral “tumbero” fue seguido de cerca por detectives de la División Homicidios de la Policía Federal, que, a partir del dato del Honda Accord que vieron en la clínica, relacionaron a Osito con la masacre ocurrida en Company.
Una voz en el teléfono
Tres días después de los asesinatos del subinspector Aguirre y de María Andrea Carballido, los investigadores de la División Homicidios recibieron un llamado en el que un informante le puso nombre al jefe de la banda.
“Soy un remisero de Acassuso y tengo datos sobre el otro sospechoso que mató al policía en Belgrano. Es el mismo que roba restaurantes en la zona. Lo conozco bien, es cliente mío. Se llama Guillermo, vive en Las Heras 1052, de Acassuso. Mide 1,75 metros, tiene el pelo negro y corto. No trabaja. Hace pesas y se dedica a robar. Los padres tienen plata. La madre vende aparatos de gimnasia y nunca está en la casa. El padre tiene dos cines y una galería comercial”, expresó el informante.
Para completar la descripción de Álvarez, recordó que lo llevó desde su casa hasta la villa situada en Uruguay y Rolón, en Béccar. Allí, esperaban al sospechoso dos o tres cómplices que abordaban el vehículo y seguían viaje hasta una casa situada en Elcano al 400, con la particularidad de que la vivienda parecía un barco, porque tenía como ventanas dos llamativos ojos de buey.
En el llamado, el informante agregó que le tenía miedo a Álvarez porque lo había visto subir a su automóvil con un bolso y un estuche de guitarra en el que se sentía el sonido metálico que producen las armas al golpearse.
El 8 de agosto de 1996, los efectivos de la Policía Federal y de la seccional Barrancas, de Martínez, pudieron corroborar los dichos del informante y le pidieron al juez de San Isidro Federico Ecke una orden para allanar la casa de Álvarez.
Al revisar la habitación del sospechoso en el lujoso chalet, con pileta de natación, los policías encontraron recortes de diarios y revistas sobre la cobertura informativa de los asesinatos que había cometido Álvarez y sobre Robledo Puch, el mayor asesino serial de la historia argentina, más conocido como el Ángel de la Muerte.
Álvarez había transformado su pieza en un lugar de culto a Robledo Puch. Tanta era la furia asesina del Concheto que ni la cárcel pudo contenerlo. En noviembre de 1998, mató a Elvio Aranda, a un compañero del pabellón de la vieja cárcel de Caseros. Según el sumario policial, Álvarez atacó con una faca a Aranda mientras dormía.
El año pasado fue uno de los negociadores que representaron a los presos que habían tomado el penal de Villa Devoto, donde cumple su cadena perpetua. “La gente es muy mala. Hay que matarlos a todos”, decía Álvarez, antes de ser condenado.
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