ADN del Crimen: el asesinato que puso al descubierto cómo se cremaban cuerpos sin certificados de defunción
Érica Soriano fue asesinada en agosto de 2010, su cadáver nunca apareció; no obstante la Justicia condenó a su pareja a 22 años de cárcel; en los últimos días se hizo un nuevo cómputo de la pena que vence en 2037
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Hubo una época no muy lejana en la que reinaba el descontrol en dos crematorios y algunas funerarias del sur del conurbano. Esta circunstancia posibilitó que se incineraran cuerpos sin identificar o sin el certificado de defunción correspondiente y que se cremaran dos cadáveres en un mismo féretro. Para la Justicia, uno de esos cuerpos cremados entre el 20 de agosto y fines de septiembre de 2010 fue el de Érica Soriano, de 30 años y embarazada de dos meses.
A pesar de que el cadáver de Soriano, asesinada el 20 de agosto de 2010, nunca fue hallado, el Tribunal Oral N° 9, de Lomas de Zamora condenó a 22 años de prisión a su pareja, Daniel Lagostena. La investigación del asesinato del homicidio, encarada por el fiscal Gerardo Loureyro y el juez de Garantías de Lomas de Zamora, Gabriel Vitale, puso al descubierto una serie de maniobras concretadas por funerarias del sur del Gran Buenos Aires que posibilitaron que Lagostena hiciera desaparecer la prueba que más lo comprometía en el homicidio: el cuerpo de la víctima.
En los últimos días, la Cámara de Casación penal bonaerense realizó el cómputo de pena que le impusieron a Lagostena y determinó que la condena expiraba el 1° de 2037. Esto significa que la pareja de la víctima deberá permanecer detenido otros quince años.
La sentencia contra Lagostena había quedado firme a mediados de diciembre pasado, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó el recurso extraordinario presentado por la defensa del condenado. Esta resolución derrumbó las expectativas de la pareja de Soriano para poder recuperar la libertad.
Entre las pruebas que fundaron la condena contra Lagostena figuran en el expediente 07-00-046447-10 una serie de escuchas telefónicas que pusieron al descubierto cómo se cremaban cuerpos sin nombres.
”Seguimos en la nebulosa Orlando. Todo el problema es por estos papeles que me mandaste. Acá, en el crematorio tengo tres bolsas, con tres cuerpos, hace dos meses. Pero, tengo documentos que corresponden a dos fallecidos. Del otro cuerpo solamente tengo un papel escrito a mano en el que no se entiende nada”, dijo Félix, el encargado del crematorio a Orlando, dueño de una funeraria.
”¿Qué te estoy debiendo?”, preguntó Orlando.
”Vos, hace dos meses, me mandaste tres bolsas, con dos nombres: Cayetano e Ignacia. Pero me falta una identidad. Yo tengo tres bolsas, acá”, insistió el responsable del crematorio.
”Por eso te mandé los documentos de Cayetano e Ignacia”, respondió Sergio.
”Ya me los habías mandado por fax. Pero yo tengo tres bolsas acá”, remarcó, enojado, el encargado del crematorio, ante las respuestas difusas y evasivas del dueño de la funeraria.
”A ver si entendí. De los tres cuerpos, tenemos justificados dos. Faltaría identificar a uno y . . . cómo hago”, expresó Orlando.
”¿Qué sé yo? ¿Si no lo sabes vos que me mandaste los muertos?”, replicó el responsable del crematorio.
Nunca se supo a quién correspondía el tercer cadáver. Si pudo haber sido el cuerpo de Érica Soriano o si el cadáver de la víctima fue cremado en otro cementerio de la zona sur del Gran Buenos Aires, en el que el nuevo dueño de la funeraria que perteneció a la familia de Lagostena se jactaba de poder moverse como si fuera su casa.
Otra escucha telefónica, que figura en la página 1163 del expediente, confirmó las maniobras sobre cómo se hacían desaparecer cuerpos en otro crematorio del sur del conurbano.
”Se ha quemado una persona y la empresa desconoce su identidad. No se han presentado los certificados de defunción que, por ley, se exigen para realizar ese acto”. Con esta frase, la gerenta de una empresa funeraria del sur del Gran Buenos Aires le relataba a un colega que, en 2010, en el horno del cementerio de la zona había sido cremado el cadáver de una persona sin que quedaran registros de ello y sin los documentos que exige la ley. La identidad de ese cuerpo nunca fue establecida.
Esta conversación corresponde a una escucha telefónica realizada hace diez años, que se reprodujo en el juicio oral contra Lagostena y que originó la sospecha de la presunta existencia de una “mafia” integrada por algunas empresas funerarias del sur del conurbano que cremaban cuerpos en algunos de los cementerios del sur de Gran Buenos Aires.
Aunque el cuerpo de la víctima nunca fue encontrado, el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N° 9 de Lomas de Zamora, integrado por los jueces Victoria Ballvé, Darío Bellucci y Juan Manuel Rial, en los fundamentos de la sentencia dictada en julio de 2018, concluyó por unanimidad que Lagostena mató a su pareja. En los alegatos, la defensa de Lagostena sostuvo que no se lo podía condenar porque nunca se pudo establecer cómo fue asesinada la víctim.
Los magistrados no aplicaron la figura legal de femicidio porque la agravante del homicidio cometido en el contexto de violencia de género no existía al momento del crimen, en agosto de 2010.
Durante el juicio, tres testigos indicaron que Lagostena habría recurrido al empresario que le compró el fondo de comercio de la funeraria que pertenecía a su familia para llevar el cuerpo de la víctima al horno de un cementerio de la zona sur del conurbano, donde fue cremado en forma clandestina, sin el respaldo documental del certificado de defunción. Maniobras similares quedaron expuestas en la investigación encarada por el fiscal Loureyro y el comisario mayor de la policía bonaerense Julio Di Marco.
El jefe policial comenzó a seguir los pasos de Leonardo, un amigo de la familia de Lagostena que alquiló el negocio familiar. Lagostena y su familia siempre negaron el vínculo con Leonardo y la empresa de servicios fúnebres.
Meses después de la muerte del padre de Lagostena, Leonardo habló con los hermanos del imputado porque estaba interesado en comprar la casa familiar. Según el testigo, la operación se concretó en U$S 220.000. Pagó un anticipo de U$S 120.000 para tomar posesión de la vivienda y el resto lo abonaría en el momento de realizar la escritura.
Los responsables de la investigación abonaron la sospecha que indicaría que Leonardo nunca realizó la escritura de dicho inmueble porque no pagó el saldo de U$S 100.000 que faltaba. Ese dinero no fue abonado porque constituyó el pago que habría recibido el dueño de la funeraria por hacer desaparecer el cuerpo de Érica.
La víctima había sido vista con vida por última vez el 20 de agosto de 2010, cuando llegó a la casa en la que vivía con Lagostena en el pasaje Coronel Santiago 1433, en Lanús. La pareja regresó a la vivienda después de hacer una consulta con el obstetra en el Sanatorio Otamendi.
A partir de la reconstrucción de los últimos movimientos de Érica, se pudo establecer que la víctima llegó a la vivienda. Nadie vio salir con vida de esa casa a Érica Soriano. Ninguna cámara de seguridad registró el paso de la mujer embarazada después de esa noche. Su teléfono celular fue utilizado por última vez el 20 de agosto de 2010, minutos después de las 22, cuando recibió una llamada de una amiga.
Para la Justicia, Érica fue asesinada en la casa de Lagostena, entre las 22.30 del 20 de agosto y las 15 del día siguiente. Otro de los elementos que tuvieron en cuenta los jueces para condenar a Lagostena fue el peritaje psicológico.
”Presenta personalidad psicopática con marcados rasgos narcisistas vínculo es de sometedor a sometido, donde Daniel ejercía un férreo control sobre Érica, careciendo de toda capacidad e interés para brindar o sentir amor anteponiendo sus necesidades a las de cualquier otro. Respecto al hijo que esperaba con la víctima era solamente un objeto más de control, esta vez desde dentro de Érica que ejercía sobre la víctima”, indicaron los peritos en los informes que figuran en las páginas 6958 y 7004 del expediente.
La representación de la familia de la víctima durante el proceso estuvo a cargo del abogado Marcelo Mazzeo, quien aportó testigos que fortalecieron la hipótesis que indicaba que Lagostena convocó al mencionado Leonardo para que se hiciera cargo de que no quedaran rastros del cuerpo.
“Denigra el accionar policial, a la familia de Érica, a Érica y se posiciona como víctima del sistema judicial y policial. Intenta causar una buena impresión en los demás. Para lograr ese objetivo aplica diferentes estrategias: la primera es simular emociones que no tiene, como amor y amistad. La segunda, es contando historias que le dejan un buen lugar aunque sean notablemente falsas o exageradas. La tercera estrategia es usar excusas fáciles que lo pongan al abrigo de reproches. Pero cuando la seducción, el lamento y el hecho de ponerse en víctima no dan resultados tiende a ser duro y hostil. Tiende a victimizarse con gran facilidad. La desaparecida es su pareja y sin embargo, se posiciona rápidamente en víctima pasando a desdibujarse la figura de Érica”, sostuvieron los peritos que entrevistaron a Lagostena.
Entre las testigos que declararon en el juicio oral estuvieron las exparejas de Lagostena, que se refirieron a situaciones de violencia que sufrieron. Las pruebas incorporadas durante el debate y en la etapa de instrucción indicaron que Lagostena había convertido a Érica en el objeto de su obsesión.
“La obligaba a acreditar. mediante fotos sobre la identidad de las personas que la acompañaban en momentos que no estaba con el acusado, Érica debía exhibir el horario del boleto para demostrar los tiempos de regreso a su casa. Además, Lagostena irrumpió en la casilla de mail o demandaba colocara el celular hacia arriba para observar quién la llamaba o enviaba mensajes. Ese fue el infierno en el que el acusado convirtió la vida de la víctima”, concluyó uno de los investigadores.
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