A 10 años de la muerte de Pájaro Cantero. El asesinato que cambió a una ciudad y abrió un sangriento camino de más de 2500 homicidios
El crimen el 26 de mayo de 2013 del por entonces jefe de Los Monos causó una explosión de violencia en Rosario
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Un crimen, entre los más de 2500 asesinatos que se cometieron en la última década, marcó el inicio el 26 de mayo de 2013 de una nueva etapa en el negocio narco dentro de los márgenes de Rosario, que empezaba a tener como engranaje fundamental a la violencia, un rasgo que diferencia a esta ciudad de otros distritos del país, que se trasluce en una tasa de homicidios cuatro veces mayor que el promedio nacional. El asesinato de Claudio Pájaro Cantero, líder de Los Monos, consolidó el inicio de ese capítulo que hoy parece interminable. Pero el negocio del narcotráfico se moldeó antes de este crimen y de las venganzas que ayudaron a exhibirlo, cuando las balas no eran un sonido natural.
“La angustia del crimen es demasiada para un solo hombre”, escribió Nicholas Blake, autor de La Bestia debe morir. Las historias que salpican a la banda de los Monos están manchadas de sangre. Y forman parte de un engranaje que aceitó este grupo al colectivizar los crímenes, que hicieron visibles las biografías de estos nuevos hampones ligados a la narcocriminalidad.
Para los Monos esa angustia por matar está ausente, lejos. En las conversaciones telefónicas y videos registrados en decenas de causas contra los miembros de la banda la muerte parece banal, cotidiana, como cuando un policía le cuenta a Guille Cantero el resultado de un ataque a balazos en medio de la venganza de la muerte de su hermano Pájaro: “Siete en el blanco. Dos en el chope, dos en la zapán, dos en el brazo, uno en la pierna”. Y él contesta: “Buenísimo”.
La violencia que estalló en Rosario dejó a flote esas historias, al entretejerse venganzas predecibles entre dos bandos antagónicos que pisan fuerte en la zona sur de la ciudad, donde los Monos y los Bassi se trenzaron en una guerra sangrienta para controlar la venta de drogas. En esa periferia perforada por una pobreza endémica e inalterable apareció el búnker como una especie de fenómeno folklórico, un punto de venta blindado, atendido por soldaditos, en su mayoría menores de edad, para despachar por una ventanita dosis de una cocaína berreta y barata, adaptada al mercado popular en medio de esa tensión emergente, que el gobierno intentó esquivar con la mirada.
La familia Cantero era hasta entrada una década y media atrás una banda de delincuentes bravos, pero de poca monta. Surgieron en villa La Granada, un asentamiento que se gestó unos meses antes del Mundial 78, cuando los militares decidieron subir en camiones a los pobres que no debían ser vistos y los depositaron en la frontera sur de la ciudad. Allí se formó un barrio cuyas calles tienen nombres de flores pero están despojadas de poesía.
La causa de los Monos descubrió el velo y exaltó de manera casi mitológica la historia de un grupo mafioso que a partir de un amplio despliegue territorial en Rosario ganaron dinero y poder. Montados a la expansión de la demanda de cocaína, los Cantero pasaron de galopar a caballo a transitar con autos importados y a construirse una mansión en Pérez con una pileta con la forma del ratón Mickey. Esa indiferencia impune estaba garantizada por la complicidad con amplios sectores de la policía, que quería dejar a un costado o eliminar a los rivales de Esteban Alvarado, para los que trabajaban.
El asesinato de Claudio Ariel Cantero, alias el Pájaro, catalogado como el cerebro de la banda, el 26 de mayo de 2013 encendió un raid de venganzas que terminó con cuatro homicidios en menos de una semana. Diego Demarre, alias Tarta, fue ultimado en Maipú y Seguí cuando llegaba de Tribunales, donde había ido preocupado porque el asesinato de Cantero había ocurrido frente a su boliche, Infinity Night. Lo sindicaban como un “coronel” de Los Monos en barrio Tablada y como jefe de otro sicario: Milton César. Familiares de este supuesto asesino a sueldo también fueron atacados horas después del crimen del Pájaro, con un fatal resultado en avenida Francia y Acevedo: su hermano Nahuel César resultó muerto, su madre quedó cuadripléjica (y luego falleció) y su padrastro y dos hermanos más pequeños salvaron su vida de milagro. Un acompañante, Marcelo Alomar, también fue asesinado.
El crimen de Pájaro Cantero, que cambió la historia de Rosario, no tiene culpables identificados por la justicia. Quienes vengaron su muerte lo hicieron por fuera de los fallos de los tribunales. El 29 de marzo de 2017 el silencio se rompió cuando el presidente del tribunal pronunció la palabra “absolución” para los tres acusados de ese homicidio emblemático. El murmullo corrió rápido por la sala de audiencias de los tribunales de Rosario, y la sorpresa invadió el lugar donde los acusados Luis Bassi y Milton Damario sonreían con frialdad.
El tercer imputado Facundo Muñoz no pudo escuchar el veredicto debido a las heridas que le provocó la emboscada que una semana antes habían sufrido los tres acusados cuando desde dos vehículos les dispararon 14 balazos en la autopista Rosario Santa Fe, en momentos en que eran trasladados en dos camionetas al penal de Coronda.
Bassi, Damario y Muñoz fueron absueltos por el tribunal integrado por los jueces Julio Kesuani, Ismael Manfrín y María Isabel Más Varela que consideraron que tomaron esa decisión por “el beneficio de la duda”.
La investigación se basó en gran parte en escuchas telefónicas en las que nunca quedó probado, que los tres acusados hayan orquestado un plan para matar a Pájaro Cantero. Y los indicios que surgieron no convencieron a los jueces.
El único testigo del caso era Lisandro Menna, quien esa noche fría y húmeda del 26 de mayo de 2013 estaba tomando whisky en vasos de plástico en la puerta del boliche infinity Night, cuando el líder de los Monos fue acribillado.
Mena se tiró al piso aquella madrugada y logró que ninguna bala lo matara. Siete meses después, el único testigo del crimen de Cantero encontró la muerte a unos metros del Casino de Rosario, en la zona sur de la ciudad.
Mientras esperaba que el semáforo le diera la luz verde dos sicarios en moto lo asesinaron de cuatro balazos. Cuando le disparaban Mena tuvo la reacción de huir. Aceleró y su moto embistió a un muchacho que esperaba el colectivo, que falleció en el acto.
Después de diez años, la banda de Los Monos no es la misma. Mutó su fisonomía y su estructura, a partir de la muerte y la detención de sus integrantes. Pero, además, esa dinámica logró atomizar y a su vez expandir la organización, que antiguamente tenía el liderazgo central de Pájaro Cantero.
Hoy la banda más conocida de Rosario, que tiene trascendencia incluso por fuera de las fronteras de la ciudad, está dividida en cuatro partes, que no son iguales. Cada una de las llamadas terminales actúa de manera independiente. Ya no es un clan familiar como el que surgió hace dos décadas en el barrio La Granada, donde libraban batallas contra Los Garompas.
Esta fragmentación parecería a simple vista representar una debilidad, pero esa mirada no parece real, sobre todo si la tabulación que se hace es en base a la generación de violencia y al poderío económico, que es mucho mayor al de hace diez años atrás.
El crimen de Nahuel Cantero, de 20 años, nieto del fundador de Los Monos Máximo Cantero, que está preso, el 23 de septiembre pasado, expuso cómo los engranajes de violencia moldean una organización narcocriminal que sigue siendo rústica, pero que alcanza niveles de recaudación muy altos.
El más poderoso de la banda sigue siendo Ariel Guille Cantero, quien está preso en el penal de Marcos Paz. Guille, detenido desde hace más de una década, fue el más violento del grupo, y quien logró expandir el negocio criminal por fuera de las fronteras de la zona sur de Rosario. Acumuló más poder en las siete cárceles por las que pasó que en libertad. Sumó en los últimos años más de 100 años de condena y todavía tiene juicios pendientes en la justicia federal, como una causa por lavado de dinero, cuya fotografía es antiquísima.
Guille es el dueño de una especie de franquicia que opera en distintas zonas de Rosario y en el área metropolitana, como Pérez y el excordón industrial. También tiene vínculos con narcos de Buenos Aires, en la villa 1-11-14, y con engranajes de la barra brava de Boca. Domina la hinchada de Newell’s y tiene fuerte injerencia en las tribunas de Rosario Central. Recauda de una decena de sindicatos, que pagan para no ser baleados y usan su poder de fuego en las internas gremiales, como los Peones de Taxis.
Todos los viernes las diferentes vertientes que alimentan sus bolsillos rinden su recaudación a gente vinculada a su pareja Vanesa Barrios. Ese dinero, como determinaron varias causas judiciales, termina en cuevas financieras para obtener dólares blue –una de ellas en España al 800, propiedad del extitular de Terminal Puerto Rosario Gustavo Shanahan-, una divisa que sirve para evitar que la inflación deteriore esa renta, y que, además, es imprescindible para adquirir la cocaína que se vende en los racimos de búnkeres que están distribuidos en todos los barrios de Rosario.
El líder de Los Monos recauda de cada terminal que domina y opera en distintos sectores de la ciudad. Él no arriesga nada, salvo su reputación de mafioso. Por eso es implacable con el que no le cumple. En comunicaciones con Guille Cantero que se expusieron en una causa por homicidios en San Lorenzo, el narco Marcos Mac Caddon, un hombre que ofertaba usar esa franquicia le ofertó a Cantero darle $1.500.000 por semana si le daba la venia para vender droga en la zona de San Lorenzo.
“Estamos hablando de un negocio grande. Por eso te lo quiero ceder esto a vos para que me des el apoyo. Antes te daban 600 lucas. Yo te voy a dar 1.500.000 por semana”, le ofreció Mac Caddon a Cantero, a través de un audio de WhatsApp que le llegó a través de la “operadora narco” en Marcos Paz.
Desde la cárcel, Guille logró establecer esas reglas tan particulares que se mantienen en base a un poder intacto que mantiene: decidir sobre la vida y la muerte. Los “gerentes” de esas terminales también están presos, como Pablo Nicolás Camino, detenido desde 2015 con una condena a 24 años por, entre otros delitos, dos homicidios. Su negocio es la venta de drogas desde el pabellón de alto perfil de Piñero.
La otra vertiente es la que encabeza Carlos Escobar, conocido como Toro. Está en un calabozo desde 2013, y suma condenas por asesinato y narcotráfico. En el norte de Rosario, con base en San Lorenzo y otras localidades del cordón industrial, la gerencia está a cargo de Leandro Vinardi, que desplazó a alfiles de Esteban Alvarado a costa de centenares de balas y muertos. Vinardi está preso también. Otra pata en la estructura la encabeza Matías César, otro convicto, con poder en el oeste de Rosario, donde también interactúan otros personajes de la geografía narco en crecimiento. Además, estos subgrupos se dividen tareas. Por ejemplo, la banda de Vinardi roba autos para que sirven para trasladar a los soldaditos de César cuando van a ejecutar una balacera. El fiscal Matías Edery recuerda que en casos excepcionales actuaron todos juntos, como cuando fueron a vengar el intento de homicidio de Mariana Ortigala, testigo del juicio contra Esteban Alvarado.
¿Cuántos personas podrían integrar estas bandas que tributan a Cantero? En la Justicia no lo pueden calcular. Porque el mapa cambia todo el tiempo. Lo único que no se altera es que un porcentaje del dinero que se recauda llega a la cima, donde está Guille Cantero. ¿Cuánta plata va a parar a las arcas del líder de Los Monos? Tampoco se sabe en la justicia. Un investigador aporta que cada búnker recauda unos 3 millones de pesos por semana. A la par del negocio de la venta de drogas interactúan otros emprendimientos criminales que están en apogeo, y que muchos que de los que manejan búnkeres también incursionan en las usurpaciones de casas y en las extorsiones.
Una pata de Los Monos tiene un rol clave en este negocio, como es la que conduce Celestina Contreras, la madre de Guille Cantero, que está actualmente detenida. La Cele, como le dicen en el barrio, maniobra en el mundo criminal con Dylan Cantero, el hijo menor que tuvo con El Viejo, detenido el 26 de setiembre pasado con una ametralladora cuando escapaba por los techos de su casa.
El otro sector de la nueva generación es el que lidera Luciano Cantero, de 19 años, que está preso desde enero del año pasado, cuando también detuvieron a su madre Lorena Verdún, actualmente detenida en el penal de Ezeiza por narcotráfico. Lucho es el hijo de Pájaro Cantero, y con la chapa mística de su padre ganó espacio en la geografía narco de manera desenfrenada, algo que –aunque parezca paradójico- generó resquemor con su tío Guille que le reclamaba que actuara con menos virulencia. Lucho está acusado, entre otros delitos, de disparar más de 50 balazos a un móvil policial a fines del año pasado.
El cuarto sector de Los Monos es hoy uno de los más importantes después del que conduce Guille, y es el que domina Máximo Cantero, el fundador de la banda, que como todos los protagonistas de este informe también está preso. Después de que fuera detenido en abril pasado ganó jerarquía dentro de esta línea Nahuel Cantero, nieto del Viejo.
Nahuel Cantero era el que manejaba la recaudación y el abastecimiento de los búnkeres y puntos de venta de droga que pertenecen al Viejo, el padre de Ariel Cantero. El dominio era bien territorial, focalizado en los barrios Tío Rolo, donde vivía Nahuel Cantero, y en Vía Honda, donde su abuelo vivía y tenía el comedor comunitario Copa de Leche Gauchito Gil.
La banda de Los Monos gobierna en el narcotráfico desde hace más de dos décadas. Lo hizo con ayuda del Estado, a través de la policía, una pata siempre leal a la banda, aceitada con fuertes sumas de dinero, y hoy con la colaboración del Servicio Penitenciario, que permite que los miembros de la organización operen desde la cárcel, como si fuera un “home office”. Las nuevas generaciones de la organización siguen siendo personas rústicas, muchas de ellas semianalfabetas, pero el poder de económico es cada vez mayor: lo marca cotización de un dólar especial en el mercado cambiario rosarino: el “dólar banana” que marca las ganancias de la banda que se expandió desde la venta de drogas.
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