Para Miguel Jörg, el médico argentino que fue la mano derecha del célebre Salvador Mazza, la edad no es impedimento para seguir dándole pelea al mal de Chagas, la enfermedad que lo desvela
MAR DEL PLATA.- ¿Cómo presentar a este hombre? ¿Cómo presentar brevemente al doctor Miguel Jörg si solamente su currículum excede el tamaño de esta nota? Diremos, pues, que este hombre divertido, de lucidísimos 90 años y voz aguda, que camina lentamente con ayuda de su bastón, alguna vez recorrió el país de punta a punta. Eran los años 30 y no había rincón de la Argentina, por remoto que fuera, en cuyo suelo él y su jefe no hubiesen dejado huella. Y su jefe fue nada menos que el doctor Salvador Mazza, el gran epidemiólogo argentino. Jörg, nacido en Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca, fue su mano derecha en la célebre Misión de Estudios de Patología Regional Argentina (Mepra), que funcionó en Jujuy hasta 1946, año del fallecimiento de Mazza. Y ésa es seguramente su carta de presentación más importante.
Hay más, mucho más. Jörg parece haber conocido a cada personalidad argentina. De todos guarda anécdotas personales y las archiva en una biblioteca llena de carpetas. Da gusto trasladarse 400 kilómetros desde Buenos Aires para interrumpir su trabajo diario en el Centro Médico de Mar del Plata y escuchar todas esas historias de su boca.
- ¿Cómo era Mazza?
-Era un tipo muy ambicioso y muy verticalista en el trato. Incluso, un poco militar. Había que trabajar con él como soldado. Era un chinchudo , pero también un hombre racional y sensato.
- ¿Y cómo se llevaba con él?
-Muy bien, porque creo que fui algo así como el hijo que él hubiera querido tener. Yo era un tipo joven que le obedecía, que sabía mucho y lo complementaba, porque había cosas de las que sabía casi más que él. Por ejemplo, en anatomía patológica yo venía muy bien preparado de Europa, donde había estudiado. La verdad es que a veces sentía que él se aprovechaba un poco de mí. Hubo trabajos que publicaba con su nombre y recién en la quinta página me mencionaba como autor de los estudios anatomopatológicos.
-O sea, le gustaba figurar.
-Sí, y yo me achicaba porque imagínese lo que significaba la oportunidad de trabajar con él. En realidad, yo no habría podido hacer solo la tarea que él hizo porque carecía de su influencia política.Mazza manejaba muy bien todos sus contactos.
-¿Viajaba mucho con Mazza?
-Constantemente. Teníamos que sacarle sangre a la mayor cantidad de gente posible, hacer punciones de hígado, de bazo y autopsias.
-Una especie de relevamiento de la enfermedad de Chagas.
-Efectivamente. Pero nosotros no íbamos nunca de improviso. Unos 40 médicos adscriptos al Mepra nos llamaban y preparaban siempre el terreno.
-¿Viajaban en el célebre tren?
-Donde había ferrocarril, íbamos con el vagón. Pero la verdad es que nos llevaba con mucha frecuencia un aviador amigo.
-Me imagino las aventuras que habrá vivido.
-Sí, los viajes, negociar con los caciques y los brujos de las tribus para poder tomar muestras de sangre. Algunos creían que extraer una parte de su cuerpo nos daría poder sobre ellos. Teníamos que inventar mil y una triquiñuelas para lograrlo. Sin embargo, esas dificultades a veces eran menores si las comparamos con las piedras que nos ponían los políticos.
-¿Por ejemplo?
-Un ejemplo ocurrió durante el gobierno de Alvear. Mazza soñaba con crear programas sociales sanitarios. Pero los políticos nos rechazaban porque decían que eso alejaba a la gente de la zona, a los inversores. Una vez el ministro de Educación de ese gobierno nos echó acusándonos de ser los tipos que encontrábamos enfermedades en todos los lugares donde íbamos. "Ustedes desprestigian a la Argentina, porque todo el mundo cree ahora que el país es una pocilga", nos dijo. Otra vez tuvo que ver con un viaje en el que conocí al descubridor de la penicilina.
-¿A sir Alexander Flemming?
-El mismo. Fue hacia fines de 1942. Nos enteramos de la penicilina y Mazza dijo: "Esto lo podemos fabricar acá. Tenemos que conseguir las cepas del hongo pennicilium ". Entonces, me mandó a Londres. Allí me recibió Flemming, un hombre muy serio y sencillo a la vez, y me dio varias cepas. En Jujuy fabricamos la primera penicilina argentina a muy bajo costo. La mandamos a Londres y Flemming certificó que era 95 por ciento equivalente a la de ellos; de manera que era apta. Se lo comunicamos al rector de la Universidad de Buenos Aires solicitándole el apoyo para montar la fábrica. Pero ni nos contestó. En un ataque de ira, Mazza rompió todo. "No hacemos más", dijo. Luego comenzó a entrar la penicilina importada, porque decían que Mazza quería hacer su propio negocio.
-¿Cómo es hoy su vida?
-Yo dejé de trabajar en la Mepra en 1946, cuando murió Mazza. Luego trabajé en laboratorios farmacológicos hasta el momento de jubilarme, en 1966. Pero nunca abandoné la investigación que me apasiona: el mal de Chagas. En 1986, ingresé en el Centro Médico de Mar del Plata, donde trabajo ahora.
-¿Qué hace allí?
-Muchas cosas. Por un lado estoy trabajando con un equipo de Texas (Estados Unidos) y otro de Australia en la investigación de unas enzimas que tendrían las cepas más agresivas del Chagas. También estoy encargado de la revista del centro y por mi facilidad con los idiomas (habla alemán, italiano, inglés, francés y portugués), selecciono artículos de 20 a 40 revistas extranjeras que llegan por semana. Me encargo de fotocopiar y distribuir la información entre los profesionales y les ahorro un enorme trabajo.
-Y los 90, ¿cómo lo tratan?
-Muy bien. Lo único que a veces siento cuando no tengo congresos o reuniones es un poco de soledad. Mi mujer falleció hace tres años, luego de 56 de cordial matrimonio. Pero tengo amigos que son como mi familia, y una hija y dos nietos que viven en Córdoba y me vienen a visitar todos los meses. En cuanto a la salud, no tengo ningún inconveniente. Voy caminando despacito todos los días a mi trabajo y vivo exactamente la vida que vivía hace 30 años. Sólo tengo un problema: por culpa de mis dificultades motrices, no puedo bailar.
Alfonsina y Miguel Jörg
Casi no hay personalidad argentina que el doctor Miguel Jörg no haya conocido. Incluso llegó a sacarle sangre al mismísimo Carlos Gardel. Pero uno de sus recuerdos más tristes está referido a Alfonsina Storni. Jörg fue quien diagnosticó su cáncer.
"Ella era muy retraída, no era de mantener diálogos ni amistades fuera de su círculo -recuerda-. Una mañana tuve que ir al hospital porque le habían hecho una biopsia. Yo la tenía que analizar. Entonces ella me miró y me reconoció. "Yo lo conozco a usted... ¿Así que va a ser mi verdugo?", me dijo. "No señora -le contesté-. Yo sólo voy a hacer el diagnóstico." Entonces me retrucó: "Me han dicho que es una persona muy estudiosa... Mire usted, estudiar tanto para diagnosticarle a uno la muerte".