La Reina Isabel II fue una de las figuras más memorables del siglo XX y XXI; las actividades que la hacían feliz, eran su “cable a tierra” y el secreto de su eterna juventud
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Su destino cambió rotundamente cuando su tío Eduardo VIII, abdicó para poder casarse con la divorciada norteamericana Wallis Simpson. Con solo 10 años, la pequeña princesa se convirtió en la presunta heredera a la corona británica. En aquel momento -cerca del año 1936- “Lilibet”- como se la apodaba- ordenaba todas las noches sus caballos de peluche en la puerta de su dormitorio.
De la noche a la mañana, tuvo que empezar a prepararse para su futuro como monarca. Lejos de lo esperado, la Reina Isabel II no quería eso para su vida según relató años más tarde su abuela Lady Strathmore: “Para ella fue un giro traumático, recuerdo verla por la noche rezando para tener un hermano varón que asumiera el trono en lugar de ella”.
En el documental “Elizabeth R” de la BBC con motivo del 40 aniversario de su ascenso, ella misma explicó: “En cierto modo, no tuve un aprendizaje. Mi padre murió demasiado joven. Fue un cambio muy repentino asumir el reinado y hacer el mejor trabajo posible. Creo que se trata de aceptar que estás aquí y que éste es tu destino. Este es un trabajo para toda la vida”.
“La reina es una persona tímida y tranquila por naturaleza que, incluso después de tantos años, no disfrutó de ser una figura pública”, dice el autor inglés Andrew Marr en el libro titulado “The Diamond Queen: Elizabeth II and her people”. Pero lo cierto es que a pesar de resguardar su intimidad, mucho se ha sabido por personas allegadas a su entorno y gran parte por la indiscreción de su cuidadora, Marion Crawford, que vivió con la familia real durante dieciséis años y que luego escribió un libro titulado “La princesita” en 1950 sobre sus vivencias con la entonces princesa Lilibet. “Cuando les di la noticia a Margaret y a Lilibet de que se iban a vivir al Palacio de Buckingham, me miraron horrorizadas. ‘¡Qué!’ dijo Lilibet, ‘¿eso significa que es para siempre?’. Yo les tuve que explicar que cuando su papá viniera a la casa a almorzar, él sería el rey de Inglaterra y tendrían que hacerle la reverencia”, cuenta Crawford en el libro.
Más allá del secretismo que rondó siempre alrededor de su intimidad y de su poca ambición de ser reina, hubo ciertas actividades en las que la monarca encontraba paz y felicidad y le servían de “cable a tierra”. Aparte de sus obligaciones como Reina, Isabel logró encontrar momentos de disfrute que la ayudaban a desconectar y lograr un equilibrio entre su vida personal y sus deberes reales.
Las pasiones ocultas de la reina
Su intimidad en gran medida seguirá siendo un enigma hasta que sus diarios se hagan públicos. En un intento por saber más sobre su vida a puertas cerradas, los medios y diversos libros –como el de Bryan Kozlowski: Larga vida a la Reina: 23 reglas para vivir como la monarca reinante más longeva de Gran Bretaña– han revelado las características que usaron sus personas más cercanas para definirla: su sentido del humor espontáneo, su fortaleza y sus pasiones y rutinas que la acompañaron durante toda su vida y que apuntan al secreto de su eterna juventud.
Los caballos
La reina Isabel fue instruída desde pequeña en el ambiente equino. Con el paso de los años se convirtió en su verdadera pasión e incluso, se ha divulgado entre sus allegados que en ocasiones se la escuchó decir que si hubiese podido elegir qué hacer de su vida, hubiera sido criadora de caballos. Fue una amazona destacada y una dedicada criadora de pura sangre. Su abuelo, el rey Jorge V, le regaló su primer pony cuando ella tenía 4 años (lo llamó Peggy) y la última vez que se la vio montando fue el 24 de junio de 2022, ignorando el consejo profesional de sus médicos.
“La reina compartió la mayor pasión de su vida con otra persona”, escribió Tina Brown en el libro “The Palace Papers: Inside the House of Windsor – the Truth and the Turmoil”. Pero no fue su marido. “A pesar del afán de Philip -el rey consorte- por los deportes ecuestres, no compartía la obsesión de su esposa por los caballos”, dice Brown en el libro.
“Lord Porchester o “Porchey” gerente de carreras de toda la vida de la soberana y uno de sus amigos más queridos, fue con quien la reina compartía su entusiasmo. A temprana edad, Jorge VI le pidió a Porchey que acompañara a su pequeña hija, la princesa Isabel, a las carreras de caballos y con el tiempo el amor por estos animales forjó una gran amistad entre ellos.
“Nadie más que sus familiares más cercanos disfrutaron del mismo tipo de intimidad con la reina que Porchey. Era una de las pocas personas que tenía el número de teléfono móvil de Su Majestad y la llamaba casi todos los días con las últimas noticias”, cuenta Brown en el libro.
Además de montarlos, criarlos y tenerlos en sus palacios y castillos, Isabel disfrutaba de ir a ver las carreras de caballos e incluso se frustraba cuando sus equinos no ganaban. “Ella mantiene en su cabeza información detallada sobre las líneas de sangre de los caballos de carreras que incluso los entrenadores profesionales necesitan consultar en los libros”, escribe Marr en su libro.
La reina le inculcó el amor por estos animales a sus hijos, nietos e incluso bisnietos quienes en la actualidad juegan al polo, practican equitación y se los ve cabalgando por los jardines reales.
Los Corgis
Todos los perros eran de su gusto, pero la reina desarrolló un amor particular por la raza Corgi. El primero llegó a su vida a los 18 años como regalo de sus padres; se trataba de una perra hembra que fue bautizada como “Susan” y se convirtió en la matriarca de una manada de cachorros que perduró por 14 generaciones. La famosa perra Corgi, Susan, estuvo presente en su cumpleaños número 18 y se colaría en su luna de miel unos años más tarde, escondida debajo de una alfombra en el carruaje real después de su boda con el príncipe Felipe.
Sacarlos a pasear todos los días era parte de su rutina previo a sus problemas de movilidad. Y en años pasados, nada le gustaba más que apilar su bolso en un antiguo vehículo Vauxhall, ponerse un pañuelo en la cabeza y salir a dar una vuelta con sus fieles compañeros.
Durante estos últimos años, Isabel decidió junto a su entorno que cuando el último de sus perros muriera, no tendría más, pero el encierro de la pandemia la animó a buscar dos nuevos ejemplares: un Corgi llamado Muick y un Dorgi llamado Fergus, los primeros que no descienden de Susan.
La medicina alternativa
La homeopatía viene de familia. Su padre, Jorge VI, que dependía en gran medida de la medicina alternativa e incluso llegó a nombrar a un caballo de carrera Hypericum en honor a un remedio. También se decía que la Reina Madre, que vivió hasta los 101 años, era fanática de esta medicina no tradicional. Por ende, Isabel también se convirtió en una fiel creyente en los poderes sanadores de la homeopatía.
Se sabe que el estuche de medicamentos de la Reina incluía arsénico para la intoxicación alimentaria, cocculus para el mareo, nuez vómica para la indigestión y árnica para el desfase horario y los hematomas.
Fue patrona del Royal London Homeopathic Hospital y su madre, “Queen Mother”, de la Asociación Británica de Homeopatía; y sin ir más lejos y para seguir con la tradición familiar, su hijo, el Rey Carlos III, es el más firme defensor de esta medicina, al punto de haber intercedido ante el gobierno británico para que flexibilizara la legislación que regula su práctica.
La caza
La reina Isabel II realizó su primera expedición de caza de ciervos a la edad de 19 años. En aquel entonces derribó el único ciervo del día, de acuerdo a un artículo de 2002 en el Vancouver Sun. Según la nota, ayudó a los porteadores a cargar el animal muerto por una ladera.
El famoso pretendiente de su hermana, el capitán de grupo Peter Townsend, la describió en su momento como “una caminante incansable y una excelente tiradora”.
Tanto el rey Jorge V como Jorge VI fueron tiradores famosos, y era de esperar que su descendiente, la reina Isabel haya heredado el amor por ese deporte. La reina “se unió a las armas” en Balmoral, lo que significa que participó en la caza de aves en la finca.
“Ya no acecha ni dispara, pero también se interesa por eso, yendo por la noche a las despensas de Balmoral o Sandringham -castillos de vacaciones de la familia real- para comprobar qué ha sido cazado durante las jornadas”, cuenta Andrew Marr en la biografía best seller de la BBC.
La caza de ciervos era uno de los pasatiempos predilectos, pero se rumorea que la difunta Lady Di se angustiaba con la familia real durante los viajes de caza en las vacaciones familiares.
Los autos
La reina adoraba manejar, dato no menor: es la única persona en el Reino Unido que no necesita licencia de conducir. Hasta sus últimos años de vida, Isabel no perdió la independencia de manejar su propio vehículo y en especial debido a su edad, tenía la habilitación para manejar adentro de sus dominios.
Amante de los Land-Rover y Range-Rover, marcas que se consolidaron como los favoritos de la realeza: toda la familia real se traslada en dichos vehículos desde hace décadas. Según la revista GQ, el parking real, que está lleno de “joyas motorizadas”, supera los 12 millones de dólares. Como si fuera poco, la Reina sabía cambiar ruedas y entendía de mecánica, habilidades que adquirió en la preparación militar que tuvo de joven durante la II Guerra Mundial. La entonces princesa Isabel “se ganó la reputación de no tener miedo de ensuciarse las manos” y, como resultado, My London informa que recibió el apodo de “princesa automecánica”.
En 1998, sorprendió al rey Abdullah de Arabia Saudita, que entonces era un príncipe, cuando insistió en llevarlo a pasear por la propiedad real de Balmoral en Escocia. Luego del encuentro el ex embajador británico Sherard Cowper-Coles relató la reunión en el Sunday Times y dijo: “Según las instrucciones, el príncipe heredero subió al asiento delantero del Land Rover, con su intérprete en el asiento de atrás. Para su sorpresa, la Reina subió en el asiento del conductor, encendió el motor y partió”.
Cabe recordar que, según Cowper-Coles, “a las mujeres no se les permite, todavía, conducir en Arabia Saudita, y Abdullah no estaba acostumbrado a que lo condujera una mujer, mucho menos una reina”.
“¿Es ella la mejor de su clase? Es difícil imaginar a otro monarca que perdure tanto tiempo en el trono de un país importante que ha cambiado tan drásticamente como lo ha hecho Gran Bretaña. Hasta este momento, la opinión del público británico sobre la Reina de Diamantes es como la joya del jubileo: brillante, cristalina y clara”, concluye Marr en “The Diamond Queen”.
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