Atrapadas en un sinfín de tareas visibles e invisibles, las mujeres sienten un peso que es preciso atenuar o disminuir; el diálogo abierto sobre presiones y responsabilidades es una de las herramientas más fuertes así como el autoconocimiento para definir prioridades y poner límites
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“Por momentos mi cuerpo descansa, pero mi mente no. Soy madre de dos niños pequeños, de seis y dos años y cada noche cuando me acuesto a dormir, repaso mentalmente todas las cosas que tengo que preparar para el día siguiente. Si tienen actividades extracurriculares, si tienen que llevar algún material que les hayan pedido en la escuela, si tienen campo de deportes, algún turno médico o algún cumpleaños, además de pensar en qué mandarles al colegio de desayuno y de merienda porque almuerzan en mi casa”, dice Marina Monti, de 38 años del barrio porteño de Palermo.
Marina cuenta que ella también es quien se encarga de hacer las compras de la casa, desde la comida, los productos de limpieza y todo lo que hace falta para el día a día. Además de ocuparse de agendar y llevar a los pequeños a visitas médicas ya sea pediatra, neumonólogo, otorrinolaringólogo, fonoaudióloga, homeópata o a la guardia si se sienten mal. “Me encargo de comprarles ropa, uniformes, útiles escolares, actualizar sus documentos, de los regalos de cumpleaños, de Navidad, entre otras cosas. También de llamar al plomero, electricista, encargado o alguien que pueda reparar lo que se rompe en la casa”, cuenta. “Y, como si todo esto fuera poco, tengo un perro”, añade.
La sobrecarga en las mujeres además de física es mental; las presiones y responsabilidades giran en sus cabezas en forma ininterrumpida. “Tenemos la presión de ser exitosas en el trabajo, de ser buenas madres, de jugar con nuestros hijos, de prepararles comida saludable, de educarlos, de llevarlos a la plaza, a los cumpleaños e invitar amiguitos a casa a jugar. También de mantenernos saludables, ser buenas esposas y buenas amigas. Este último no es un dato menor, recuerdo que, en un momento de mi vida, me pesaba hasta juntarme a cenar con amigas o llamarlas por teléfono porque lo único que quería era dormir”, señala.
El caso de Marina refleja el de muchas otras mujeres -aún aquellas que no son madres- que entran en un espiral de presiones del que es difícil salir. Según explica María Verónica Lapelle, psicóloga de Planta del Servicio de Psiquiatría del Hospital Italiano de Buenos Aires (M.N. 21403), las mujeres sentimos una sobrecarga de mandatos porque los roles y responsabilidades están atravesadas por los paradigmas que dan sentido al desarrollo social en cada momento histórico.
“En los últimos años, la posición ganada por la mujer es indudable, los diferentes movimientos sociales al respecto han promovido un cambio sustancial en el campo de los derechos; así también han abierto una puerta a mayores actividades, áreas de desarrollo y con ello las consecuentes responsabilidades. Muchas de nosotras sentimos lo motivador de emprender diferentes desafíos y poder proyectarnos en multiplicidad de ámbitos, pero aún siguen imperando algunos mandatos en relación a nuestro rol que modelan nuestro presente”, agrega.
Para Lapelle, la sobre exigencia basada en la perspectiva de la mujer multitasking da lugar a una sobre adaptación a estas circunstancias. “Pareciera que en algunos momentos necesitamos hacer todo bien para no dar lugar a la posibilidad de ceder en los derechos ganados. Esto nos lleva a perder la visión de nuestras propias limitaciones y prioridades”, sostiene. Y se pregunta: “¿dónde quedan los deseos y perspectivas personales cuando se está atravesado por un mundo de intensa exigencia? ¿Cómo podemos integrar y armonizar las responsabilidades que cada instancia nos imprime? El desarrollo personal, profesional, los hijos, la familia, los amigos, ¿cómo le damos lugar a todo? Estos cuestionamientos cada vez son más tangibles en las reflexiones que hacemos sobre nuestra perspectiva de vida y, claramente, las nuevas generaciones han logrado implementar un cambio en las prioridades”, advierte.
En ese sentido, Marisol Barreiro, neuropsicóloga clínica, psicóloga, y coordinadora área de Rehabilitación y Psicología del Sanatorio San Gabriel (M.N.45683, M.P. 73453), considera que para la mujer existen mandatos culturales y generacionales que debe cumplir: el mandato de encontrar el amor y conformar una familia, de cuidar de otros y otras, de ser madre, cocinar y limpiar en la casa. “Y también tenés que estar siempre pendiente de tu aspecto físico”, dice. Esto se traduce en la necesidad de un aprendizaje de ser y estar para los demás. Es decir, aprender que cubrir las necesidades y los deseos de los otros es más importante que atender los propios. “Se deja a un lado el yo individual, a favor del yo para los demás, quedando disponible para el cuidado, la comprensión y el apoyo emocional ajeno”, señala la neuropsicóloga.
Asimismo, advierte que, en consecuencia, la autoestima depende, en gran medida, de la mirada y las opiniones de los demás, lo que genera un malestar relacionado con la inseguridad, el miedo y la dependencia hacia los otros.
¿Podemos con todo?
Como consecuencia de un contexto de presiones y mandatos, la psicóloga de Planta del Servicio de Psiquiatría del Hospital Italiano, sostiene que se generan altos niveles de estrés individual y colectivo que repercuten en el estado físico, cognitivo y emocional. Si bien las respuestas emocionales pueden ser diversas en intensidad y características, en cuanto a los factores físicos, la evidencia científica demuestra la implicancia de estos en el desarrollo de manifestaciones clínicas asociadas a la ansiedad, depresión y enfermedades con componente autoinmune.
Desde el plano cognitivo, la incidencia del cansancio y la falta de espacios de dispersión y placer, impactan en la activación y funcionamiento cognitivo. Es así que muchas mujeres con sobrecarga de responsabilidades denotan dificultades para concentrarse, se sienten más dispersas y manifiestan que su rendimiento laboral no es el mismo. “Todo esto genera frustración y, en casos de mayor intensidad, desesperanza. En estas condiciones suelen desarrollarse patologías asociadas a la salud mental, que se visibilizan a través de cuadros depresivos o ansiosos. Así también, en otras ocasiones se produce lo que se conoce como burnout, que es la expresión de una mente agotada por el exceso de exigencias y demandas”, explica Lapelle.
“A pesar de los avances en la igualdad de género, pienso que las mujeres todavía estamos obligadas a asumir múltiples responsabilidades y a vernos de cierta manera. Las expectativas sociales y culturales nos ponen en el lugar de la multifunción: tenemos que salir a trabajar todos los días, mantener la casa ordenada y limpia, cocinar, criar nuestros hijos, y a su vez tenemos una enorme presión de mantener estándares de belleza y cuerpo idealizados”, sostiene María Caporale, licenciada en Nutrición (M.N. 9127).
“Es decir, tenemos que tener el tiempo de hacer ejercicio, cuidarnos, nunca darnos un gusto desde lo alimentario porque engorda y nosotras deberíamos vivir a dieta. No podemos envejecer, ni tener estrías, ni celulitis, ni unos kilitos de más. Finalmente, esta sobrecarga puede llevar a altos niveles de estrés y agotamiento”, dice.
Lo que no se ve
Recientemente la firma Avon y el grupo de investigación de mercado, Gentedemente, realizaron un estudio para entender las percepciones de hombres y mujeres sobre la carga operativa y mental de las tareas domésticas en América Latina. Para el mismo se entrevistaron a más de 2400 personas, de 25-55 años, en Argentina, Chile, México, Colombia y Perú con el objetivo de relevar las percepciones sobre la carga de las tareas domésticas. Los resultados arrojaron que 2 de cada 3 mujeres afirman que la carga mental de las tareas domésticas recae siempre sobre ellas.
Pero, además, distintos informes demuestran la inequidad en la división de las tareas domésticas. La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT 2021) reveló que las mujeres duplican a los varones en las horas diarias que dedican al cuidado de integrantes del hogar y que superan también por casi una hora y media el tiempo promedio utilizado para trabajo doméstico.
El estudio concluyó también que existe una disparidad de percepciones entre hombres y mujeres sobre las cargas mentales y operativas que conllevan las tareas del hogar y de cuidado. Hay una tendencia marcada de los hombres a considerar que ambas cargas se reparten equitativamente, mientras que las mujeres afirman que recaen sobre ellas.
La investigación diferencia a la carga operativa, referida a las tareas domésticas en sí mismas como cocinar, lavar, planchar, es decir, todo lo que debe hacerse en el hogar. Mientras que la carga mental remite a tener en mente todo aquello que hay que hacer, cuándo y cómo hay que hacerlo. A su vez, el estudio dividió las tareas en dos categorías: visibles e invisibles. Preparar la comida, hacer las compras, ayudar con las tareas, son todas actividades visibles que tienden a ser reconocidas como a cargo de mujeres y hombres por igual, al menos por el 65% de los encuestados. Por otro lado, están las tareas invisibles, como estar pendientes de lo que sucede en la escuela, acordarse de un turno médico o planificar las comidas, que no son tenidas en cuenta en la ecuación.
En Argentina, el 56% de los hombres considera que ambos son responsables por recordar qué es lo que debe hacerse en el hogar, mientras que un 61% de las mujeres opina que son ellas quienes se encargan de recordar las tareas a realizar. Existen tareas invisibilizadas, que corresponden a la carga mental, que se identifican principalmente con el género femenino, como la planificación de las comidas diarias, el armado de la lista de compras, decidir cuándo y qué hay que limpiar, estar pendientes de los turnos médicos y las actividades escolares de los hijos e hijas, saber cuándo hay que pagar las cuentas, entre otros.
Luces de alarma
Para Marina definitivamente las presiones podrían atenuarse con la colaboración de su pareja. “En este último tiempo empecé a delegarle algunas tareas o mejor dicho a aclararle que la responsabilidad de la crianza de los niños es de ambos y si me toca salir o hacer algo por mi lo dejo que se encargue, sin darle instrucciones sobre cómo lo tiene que hacer”, dice. Y advierte que las mujeres suelen pensar que siempre van a hacer alguna tarea mejor que los hombres. “Para poder atenuar la sobrecarga necesitamos compartir las tareas y que cada uno lo haga a su modo”, concluye.
Caporale también sugiere establecer límites claros en cuanto a las responsabilidades y aprender a decir no cuantas veces sea necesario. Además considera que, como mujeres, sería bueno dejar de compararse, aceptar el propio cuerpo y darle una especial relevancia al autocuidado. Es decir, buscar momentos para hacer actividades que fomenten el bienestar físico y mental, como la actividad física, la meditación, una caminata.
Por otra parte, los especialistas consultados por LA NACIÓN consideran que, una de las claves para no sobrecargarse de mandatos y presiones o disminuir su influencia, es hablar sobre lo que nos pasa. Según Lapelle es un recurso potente para dar lugar a la expresión de los miedos, de las insatisfacciones y preocupaciones, evitando de este modo que nuestro cuerpo y mente enfermen. A su vez destaca que, desde una mirada existencialista nuestras acciones encuentran justificación a partir de nuestro proyecto y sostiene que este es el núcleo esencial para pensar el devenir cotidiano.
“Ser consciente de estas cuestiones nos permite abordar el presente de modo más eficiente pudiendo planificar acciones que estén asociadas a un objetivo concreto, manteniendo la mirada firme en poder discernir las prioridades, conociendo las virtudes y detectando las áreas de oportunidad”, explica la especialista.
Asimismo, le da un lugar preponderante a la promoción de la salud mental. “Es necesario trabajar para desarrollar recursos que posibiliten tener mejores medios para atravesar desde una crisis vital a una circunstancia más compleja. Para ello, debemos primero ser conscientes de lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer. Qué desafíos podemos emprender hoy y cuáles quedarán para algún otro momento”, advierte. En ese camino es fundamental planificar acciones, discernir metas a corto, mediano y largo plazo, aprender a atravesar las frustraciones, sostener una vida social activa, a la vez que discernir áreas de motivación, deseo y esparcimiento.
“La reflexión y la práctica consciente se vuelven elementos imprescindibles para poder mantener un equilibrio homeostático, ese equilibrio que me permite ser flexible y ceder cuando la situación lo amerita e imprimir la energía necesaria para dar curso a los proyectos planeados”, aclara. Sin embargo, advierte que en este campo no existen ecuaciones matemáticas, no todos los recursos e ideas tienen la misma eficacia en cada una de nosotras, con lo cual el gran desafío es pensar en un plan personal, ajustado a las motivaciones y deseos personales.
“Para ello, la regla inicial es el autoconocimiento. Desarrollar estas estrategias nos posibilita estar en contacto con nuestras emociones, nuestro cuerpo, saber escuchar los mensajes y poder actuar en consecuencias ante que el desarrollo de la enfermedad física o mental se presente. Hay que construir luces de alarma que nos protejan”, finaliza Lapelle.
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