El médico y conferencista español dio sus máximas para alcanzar la plenitud a pesar de las inseguridades en el evento de Bienestar y Salud de LA NACION
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Cálido y distendido, el reconocido médico y conferencista español Mario Alonso Puig, conversó con LA NACION desde una finca en El Escorial en Madrid donde presenciaba un homenaje al escritor Mario Vargas Llosa. Interrumpió el ágape para estar presente como invitado de honor en el evento de Bienestar y Salud. Referente internacional, especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, Alonso Puig ha dejado una huella significativa en el ámbito de la medicina, la psicología y el desarrollo personal. Fellow de Harvard University Medical School, graduado de la Universidad de Santiago de Compostela y autor de libros de éxito como “Madera de líder”, “Vivir es un asunto urgente” y “Reinventarse: tu segunda oportunidad”, defiende que “nunca hay que dar a nadie por perdido” porque en todo ser humano hay potencial y grandeza.
-¿Qué momentos de su vida lo marcaron para llegar a este punto: poder combinar la medicina tradicional con la medicina mente-cuerpo?
-El primer punto de inflexión fue el verano antes de entrar en la carrera de Medicina que leí un libro de cómo en la Grecia Antigua los médicos griegos descubrieron que en la conexión con los enfermos la palabra tenía una capacidad sanadora. Eso me marcó profundamente y entré a la facultad con el deseo de saber cómo podía conectar mejor con los enfermos para activar su proceso de sanación. El segundo punto de fueron mis pacientes quienes me comentaban que lo que yo les compartía y las explicaciones que les daba sobre la conectividad entre los procesos mentales, anímicos y corporales tenían un impacto positivo en sus vidas. Por último, experiencias que me permitieron entender que hay dimensiones muy profundas en el ser humano que cuando las tocamos aparecen experiencias de júbilo, alegría, serenidad y confianza, es algo verdaderamente extraordinario.
-¿Se puede curar con la palabra?
-Tenemos que entender que las palabras tienen un impacto energético en el cuerpo. Algunas generan un efecto negativo y otras, positivo. En el hospital en Boston se hizo un experimento muy sencillo con un grupo de voluntarios. Los pusieron en una habitación y proyectaron palabras que eran todas negativas: oscuridad, dolor, dificultad, problema, imposibilidad. Luego se les sacó sangre para estudiar una serie de hormonas y se les cambiaron las palabras por otras positivas como: solución, alegría, felicidad. Se les volvió a sacar sangre y se observaron en las dos muestras una diferencia muy notable en las hormonas que estaban presentes. En la primera muestra había una gran cantidad de cortisol en la sangre -hormona del miedo — y, cuando esta se libera por mecanismos mentales es tremendamente dañina. Contrariamente, cuando se analizó la sangre de la segunda muestra ese cortisol estaba en cifras normales. Es incuestionable que las palabras tienen un impacto y por lo tanto, si una palabra es capaz de cambiar un sentimiento, puede cambiar procesos fisiológicos en el cuerpo. Por eso es importante ser muy cuidadoso con las palabras, incluso cuando se tiene que dar una información dura.
Cuando un enfermo llegaba al quirófano no lo esperaba con la mascarilla, lo recibía afuera con el traje y el gorro médico, así el enfermo me podía reconocer y sabía quién era. Y le decía: ‘tranquilo que esto va a ir bien, confíe’ y eso hacía que la persona entrara de otra manera. Los anestesistas me decían que les parecía mentira que un gesto así tuviera tanto impacto.
-¿Cómo fue esa evolución de la práctica hospitalaria a una labor más social?
-El salto fue muy difícil porque yo llevaba ya casi 26 años en el ejercicio de la cirugía y a mí eso me gustaba mucho. Disfrutaba de hablar con los enfermos; y fue como dar un salto al vacío. Si bien a mí la comunicación siempre me había gustado, también es cierto que todo lo que conecta el cerebro, el alma, el corazón y el tubo digestivo me había apasionado toda la vida, por ende, no fue nada fácil.
-¿Hay una fórmula para que las personas puedan alcanzar su mayor potencial? ¿Cuál es el punto de partida?
-En mi experiencia hacen falta tres cosas: la primera es una inspiración muy profunda, es decir, hay que tener un anhelo muy grande de sacar todo lo bueno que hay dentro de uno; si no, no vas a tener las ganas de que ese potencial salga. En segundo lugar, se necesita una estrategia, saber qué es lo que hay que hacer para que ese potencial emerja. Por último, esto hay que entrenarlo porque el ser humano tiene mecanismos para rechazar todo lo que cuestiona una determinada forma de vivir. Cuando eso ya queda integrado en el inconsciente, sale de forma natural, aunque es verdad que hay muchas personas a las que les falta la persistencia, la perseverancia y la paciencia para lograr que ese potencial aflore. Pongo siempre el mismo ejemplo, cuando se está en un campo hermoso y se ven árboles preciosos y detrás, unas encinas centenarias. Bueno, esa encina no apareció de repente, fue la consecuencia de que había una semilla que empezó poco a poco a desplegar su potencial hasta convertirse en un árbol. Los seres humanos tendríamos que aprender la paciencia de los árboles y nos iría mucho mejor, al menos en estas cosas que tienen tanto lugar en nuestra vida.
El entrenamiento es la inspiración, es lo que hace que el inconsciente se abra. No hablo de inspiración a nivel conceptual sino de cuando se siente en las tripas la diferencia en que te guste una persona o estés enamorado. Entonces, primero tenemos que abrir el inconsciente y, en segundo lugar, tenemos que saber cómo manejarnos en ese mundo que es nuevo y tener una estrategia con cosas concretas que tenemos que hacer.
Para que ese potencial vaya saliendo hay que entrenarlo porque es como la persona que está aprendiendo un deporte o una tecnología nueva, quiere todo ya.
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-Hablás de neuroplasticidad para lograr el cambio. ¿Qué viene primero, cambiar el cerebro para desarrollar nuevas capacidades o viceversa?
-La neuroplasticidad hace referencia a la plasticidad del cerebro que es de una complejidad extraordinaria: sus neuronas están conectadas con otras 10.000 y claro, da la sensación de que una estructura tan complicada no puede tener plasticidad, pero no es así. Hoy sabemos perfectamente que se pueden formar nuevas neuronas a partir de células madre -células pluripotenciales que están en las cavidades del cerebro y se llaman ventrículos-; también sabemos que las neuronas pueden establecer más conexiones con otras, pueden recibir y mandar más información, pueden aumentar el número de receptores en su membrana para que les llegue también a nivel de la membrana más información.
Este proceso se activa cuando la persona aprende a hacer cosas nuevas, cuando se tiene ilusión y cuando se está dispuesto a salir de la zona de confort y explorar un nuevo mundo. Este proceso se bloquea cuando una persona vive asustada y deprimida. Los procesos de neuroplasticidad se activan desde una mentalidad positiva y se frenan con una visión negativa.
-¿Cómo se pasa de las ideas a la acción?
-Tenemos que entender que nuestro mundo mental es un mapa y el mundo real es el territorio. Cuando vamos a un restaurante muy bueno tenemos la idea de sus platos, pero no es lo mismo conocer la carta que vivir la experiencia. Por eso, la mente lo que nos puede dar es un mapa. La única manera de que ese mapa realmente refleje la realidad es que nosotros estemos dispuestos a caminar por el territorio. ¿Cuántas veces en nuestra vida habremos pensado ‘esto no hay manera de hacerlo’ y cuando no quedaba más remedio que hacerlo resulta que lo pudimos hacer sin especial dificultad?
Tenemos que entrar en el territorio desconocido. Yo utilizo una frase que publiqué en mi libro Reinventarse que es ‘¿cuál es el paso más pequeño que te atreverías a dar?’ porque en el momento en el que das un paso, por pequeño que sea, ya empieza a derretirse ese miedo que te está bloqueando. El gran William James, padre de la psicología anglosajona, dijo: “atrévete a pesar de tu miedo y te sentirás valiente”. Claro, todos tenemos miedo, la mejor manera de disiparlo es dando un paso detrás de otro; no estamos hablando de ser insensatos, estamos hablando de ser un poquito más valientes.
-¿Cuánto pesa o frena el miedo al fracaso?
Una barbaridad porque pesa un montón el miedo a lo que sea: a perder lo que tengo, a no gustar o a quedarme solo. El miedo produce un gran daño en el cerebro y en el cuerpo; sin embargo, hay que entender de qué miedo estoy hablando, hay uno que está muy bien que es aquel en el que por ejemplo, si estoy en un campo y me encuentro con un animal peligroso el miedo que se despierta es sano porque me ayuda a protegerme. La mayor parte de los miedos son puras creaciones mentales que generan un enorme daño en las personas.
Por supuesto una persona que está aterrorizada por el miedo al fracaso puede ser muy inteligente y muy capaz, puede tener un montón de experiencia, un montón de títulos académicos y sin embargo, el miedo bloqueará partes enteras de su cerebro. Por eso la confianza es tan importante; justamente hay una pequeña historia del sufismo –dimensión mística del Islam — que dice que el miedo llamó a la puerta, le abrió la confianza y cuando abrió, ya no había nadie.
-¿Hay una falta de espiritualidad en la sociedad actual? ¿Nos estamos deshumanizando?
-Este es un punto de una importancia extrema porque el ser humano tiene una dimensión física, mental y espiritual. La falta de esta última ocurre cuando nosotros solamente vemos la parte física de una persona, es decir, la convertimos en un objeto o un medio para nuestros fines y esto lleva a la deshumanización. Tenemos que entender que todo ser humano tiene una dimensión absolutamente sagrada, puede no gustarnos su forma de pensar, vestir o actuar, pero sí tenemos que entender que quien es esa persona, en el fondo vale. En Oriente, hacen el saludo del namasté que no quiere decir ‘me inclino ante tus actos y tus palabras’ sino que se hace en reconocimiento de la grandeza que hay dentro de uno, esa que nos define y nos constituye.
-¿Cuáles son las claves para generar verdaderos cambios en nuestra vida?
-El cambio más importante es ser capaz de superar nuestro propio egocentrismo, es decir, que realmente nos importen más los demás. Yo tengo unos sentimientos que por supuesto son importantes, pero también tenemos que abrirnos más a escuchar al otro y a ver cómo podemos echarles una mano. En ese momento todo cambia porque donde hoy hay rivalidad aparecerían momentos de encuentro y entendimiento; hasta que no sigamos la senda de conectar con otras personas vamos a estar bastante perdidos porque vamos a estar dominados por nuestro ego y este lo único que quiere es: poder, fama y fortuna.
A la naturaleza espiritual que somos le importa la contribución, lo que marca una diferencia para que uno pueda contribuir al máximo posible para desarrollar todo su potencial. Ese es el camino del héroe en el cual una persona empieza a desapegarse de su ego, de eso con lo que se ha identificado, y empieza a reconocerse en esa dimensión más profunda que es su ser. Es como si una ola que hasta ahora solo se ha identificado con su forma y viera a las otras olas como rivales, empezara a reconocerse como lo que realmente es: agua del océano. Entonces, en ese momento se rompe la separación, las olas siguen siendo distintas, pero ya no se ven distantes.
-¿Se puede aprender a ser feliz?
-La felicidad muchas veces se define como un camino o como un destino; para mí personalmente es un despertar: cuando una persona despierta a su verdadera naturaleza, en ese momento siente lo que irradia que es alegría, inocencia, sabiduría, amor y compasión. Hasta que no despertemos , vamos a estar buscando la felicidad en medio de un sueño. Cuando uno logra despertar dice: ‘¡qué maravilla!’; eso para mí es la felicidad.
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