La princesa Amalia de Holanda se convirtió estos últimos días en el centro de atención del mundo tras dar a conocer su última decisión: romper con el mandato familiar y no estudiar en la misma universidad que sus antecesores.
La joven de tan solo 18 años de edad ha comunicado mediante el Servicio de Información de la Casa Real (RVD) que tras finalizar su año sabático, comenzará a estudiar una carrera de grado orientada a Política, Psicología, Derecho y Economía en la Universidad de Ámsterdam. De esta forma rompe con la tradición de familiar de formarse como su progenitor y su abuela, la ex reina y hoy princesa Beatriz.
La futura reina y sucesora del actual rey Guillermo de Orange contó públicamente en el libro de su biografía que escribió Claudia de Breij, que de niña acudió a un psicólogo infantil y aún lo visita cuando necesita desahogarse: “A veces todo se vuelve demasiado para mí, el colegio, los amigos... Si siento la necesidad, pido una cita. Me desahogo, lo saco todo y ya estoy lista para un mes”
También quien hizo alusión a este mismo tema fue su madre, la reina Máxima, quien el año pasado durante la inauguración de la Fundación Mind Us contó que tanto Amalia como sus otras dos hijas, recurren a terapia cuando se sienten abrumadas con la intensa vida que llevan.
Además de la decisión de no estudiar en la histórica Universidad de Leiden, la más antigua de su país, Amalia ha tomado decisiones polémicas que rompen con la “ley familiar” de los Orange. A principios del 2021 emitió un comunicado dirigido al primer ministro, Mark Rutte, donde renunciaba a la asignación personal anual de 300.000 euros que le correspondía a partir de su cumpleaños número 18. Asimismo, generó preocupación cuando confesó abiertamente que por el momento “no tiene ninguna gana de reinar’' y que, si su padre muriera repentinamente, le pediría a su madre que ocupara el trono, al menos temporalmente.
Otros hechos similares han sucedido con personajes conocidos de la realeza como pasó con el príncipe Harry, hijo de Carlos y Lady Di, que en 2020 causó conmoción tras anunciar que renunciaba a sus funciones como miembro de la familia real británica y se instalaría en los Estados Unidos con su esposa, Meghan Markle.
Lo que tienen en común todas estas historias de la realeza es que renuncian a “mandatos familiares”, a aquellas leyes inconscientes y hasta en algunos casos, implícitas. Como dice la palabra, “mandan” lo que uno tiene que hacer y, en algunos casos se contradice con el verdadero propósito de vida que tiene una persona.
Romper un mandato familiar, ¿castigo o liberación?
Se enfrentan a este problema millones de personas y si bien afecta más durante la adolescencia y la juventud, también pueden ser “esclavos” de estas leyes familiares, personas adultas que han vivido una vida en base a los mandatos.
Pero, ¿qué es concretamente un mandato familiar? Para empezar, se entiende como una orden o precepto que los padres dicen de manera explícita a sus hijos o bien lo actúan de manera implícita; son en síntesis, decisiones que toman por uno y que no se eligen libremente.
Cada familia construye un sistema de creencias, expectativas y nociones respecto del progreso social, del trabajo que se tiene que tener, de la importancia de dejar descendencia y lo que es “moralmente correcto”, entre otras cosas. Para Carolina Moché, licenciada en Psicología y especialista en terapia focalizada en las emociones, la palabra mandato habla de un alto grado de necesidad de cumplir con algo que uno cree que lo va a hacer más merecedor de amor o respeto. “Es como si pensaras, si yo no cumplo con eso no voy a ser valorado o querido, entonces en mi búsqueda de aceptación me veo obligado a seguir una tradición o expectativa familiar”, sostiene Moché.
Como en el caso de Amalia de Orange, en su mayoría, los jóvenes se enfrentan a problemas vocacionales por esta cuestión de seguir los deseos de los padres u otros familiares. “No todos los mandatos van contra el sentimiento de ser, lo importante es poder tener la libertad de tomar la decisión de qué hacer con la vida propia”, afirma la Lic. en Psicopedagogía, Stella Maris De Vita. Agrega la profesional que hay casos en los que algunos jóvenes siguen la misma carrera profesional de los padres y son felices haciendo eso. “El problema aparece cuando la familia te condiciona y te fractura la toma de decisión, ahí ya estamos hablando de una situación tóxica”, asegura De Vita.
Una investigación hecha por el departamento de Psicología de la Universidad de Cologne en Alemania ha descubierto que en su estudio muestral, un 42% de alumnos universitarios encuestados acudían a su respectiva universidad porque sus familiares también lo habían hecho. Al ser consultados por su decisión de estudiar allí, mencionaban a la familia como factor principal. En cambio, el resto de los estudiantes que no se guíaban por motivos familiares coincidían en que su decisión se basaba en factores como: la vocación, los planes profesionales y el prestigio académico.
La cuestión se sitúa en que estos mandatos conllevan una alta carga emocional y para poder animarse a romperlos, primero uno debe ser consciente de que se trata de una imposición ajena y no de algo que se haya elegido libremente.
En aras de desprenderse de ellos y seguir el propósito individual de vida propio se pueden seguir ciertos pasos. La licenciada De Vita recomienda tener en cuenta los siguientes:
- Buscar un espacio de psicoanálisis para iniciar un camino de autoconocimiento profundo.
- Encontrar en la rutina espacios de satisfacción propia, reconocer qué cosas lo hacen feliz: hobbies, actividades, etc.
- Tener momentos de soledad, donde el vacío no duela; donde pueda encontrar paz para cuestionarse y reflexionar.
- Reconciliarse con las modalidades familiares o vinculares que uno ha tenido, internalizar que es difícil tener la familia que uno desearía como ideal.
- Recuperar el vínculo de la modalidad familiar sin la necesidad de seguirla, decidir qué hacer y no ser esclavo de ella. No repetir el modelo ni rechazarlo del todo con odio.
- Animarse al cambio, a reinventarse y a pensarse en otras situaciones. Nadie que no haya hecho un cambio ha gozado de la felicidad de eso nuevo. Si se dan las mismas respuestas con las mismas acciones, se terminan teniendo los mismos resultados.
Los especialistas coinciden en que en estas situaciones es indispensable la paciencia ya que el proceso puede llegar a durar años y puede implicar destrabar cuestiones que vienen desde la infancia e incluso de generaciones anteriores.
En cuanto a las consecuencias de seguir estas “órdenes” y no terminar haciendo lo que verdaderamente se desea, son muchas y pueden desencadenar dificultades graves. “Estamos hablando de personas que cuando uno las recibe de adultas, tienen una historia de no escucharse a sí mismas que no tiene que ver solamente con lo laboral o vocacional sino con miles de otras decisiones como dónde vivir, cómo vivir, con quien formar una pareja, cuántos hijos tener y más”, dice Moché. Y añade: “esto puede desencadenar patologías o trastornos graves en los casos de adultos que registran que no han vivido su vida, que no han decidido cómo querían vivir y pueden llegar a ser infelices y sufrir cuadros depresivos”.
Por eso, es fundamental replantearse si el camino que se está haciendo coincide con motivaciones personales o con mandatos impuestos. Hay que recordar que no todos los mandatos son malos, como dice Miguel Espeche: “no es culpa de los mandatos, sino de su mal uso. Están las pasiones de los padres que se “contagian” genuinamente a los hijos, las sanas costumbres, las maneras que tiene cada familia de querer, de respetar, de vivir la espiritualidad, de valorar las cosas”.
Una vez que se esté seguro de que las decisiones tomadas son únicas y propias, se podrá empezar un camino de vida que traerá felicidad y permitirá encontrar respuestas a todo lo que antes parecía inexplicable.
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