Semanas atrás una tuitera se quejaba de cuánto odiaba el formulismo del “¿Todo bien? Sí, todo bien”, para saludarse, porque no hay nada más falso: nunca jamás está “todo bien”, al 100%.
Y menos que menos en los últimos tres años, donde la pandemia y sus crisis asociadas provocaron un verdadero cataclismo en materia de bienestar. No sólo en los números absolutos sobre las muertes por Covid (que según un reciente estudio publicado en The Lancet fueron el triple de la cifra oficial: 18,2 millones de decesos a nivel global en lugar de seis millones), sino también por las enfermedades que se dejaron de tratar y los efectos de la cuarentena larga en la salud mental. El Foro Económico Mundial estimó los costos de desafíos mentales para 2030 en más de seis billones (millones de millones) de dólares. En algunos países desarrollados los problemas de salud mental ya superan a los físicos como causa de inhabilitación para trabajar.
Querer sentirnos bien siempre fue importante, pero con la pandemia se volvió un imperativo más intenso. Porque tomamos mayor conciencia de nuestra fragilidad (todos tenemos algún amigo o familiar que la pasó mal con el Covid) y además porque la cuarentena generó una suerte de “introspección colectiva” para re-evaluar el equilibrio entre el trabajo y el tiempo libre.
En este contexto, hay algunas muy buenas noticias para la agenda del bienestar. Por una parte, nunca en la historia vimos tanta aceleración de cambios y avances en las denominadas “ciencias de la vida” (biotecnología, medicina de precisión, ciencia de hábitos de bienestar, etc).
Las grandes historias de innovación desde 2020 hasta acá tienen que ver con este campo: cómo se crearon vacunas diez veces más rápido, en algunos casos con tecnología completamente nueva (el ARN mensajero de Pfizer y Moderna) y luego también se fabricaron a una velocidad inédita (cuando en biotecnología hay un gran problema de “escalabilidad”).
El biotecnólogo argentino Diego Miralles, CEO de Laronde -una empresa de descubrimiento de nuevos medicamentos de la costa Este de EE.UU. valuada en más de mil millones de dólares- comentaba recientemente que si en 2019 le decían a alguien lo que pasaría con las estrategias anti-Covid hubiera pensado que estaba loco: “Eso es verdadera ciencia ficción, no hay que irse a las historias de Mamuts regenerados por edición genética” (algo que, dicho sea de paso, ya se plantea seriamente hacer: la empresa Colossal Biosciences levantó para este objetivo 75 millones de dólares).
Miralles habló de estos temas el mes pasado en una charla para el lanzamiento de un nuevo fondo para proyectos de biotecnología (SF500) junto al basquetbolista argentino Juan Ignacio “Pepe” Sánchez, una autoridad en Latinoamérica en materia de bienestar. Pepe, que será parte de este nuevo espacio de LN Bienestar con columnas regulares, suele hacer énfasis en la batalla de los hábitos, eso que hacemos en piloto automático y que representa más del 50% de las decisiones que tomamos todos los días.
Para el ex base de la Generación Dorada de Basquet, los hábitos saludables tienen, al igual que las inversiones, “interés compuesto”: cuanto antes los empecemos mejor. Y todo suma: un error habitual es caer en el pensamiento binario de que o somos super-atletas o somos un desastre, con nada en el medio. La segunda buena noticia (además de los avances enormes en medicina y biotech) es que es más fácil cambiar nuestras costumbres cuando atravesamos un “terremoto de hábitos” (las empresas de consumo masivo saben, por ejemplo, que es más probable que cambiemos de marca de pasta de dientes en medio de una mudanza, nacimiento de hijo, divorcio, etc). Y en este sentido, la cuarentena fue un terremoto de hábitos de 9 grados en la escala Richter.
Con nuevos temas como la industria del sueño, el sexo, la ruptura de viejos tabúes que se vuelven a permitir (canabis, psicodélicos) y el naciente sector de las start ups de la “longevidad” extrema, entre otros, la nueva agenda del bienestar gana protagonismo a paso acelerado. Es cierto que no está “todo bien”, como en el chiste del primer párrafo, pero tampoco se impone la letanía del “…¿O querés que te cuente?”.
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