Es un momento bisagra donde los mandatos e imperativos tambalean: testimonios de cuestionamientos que reflejan el deseo profundo de saborear más lo cotidiano
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Ocurre a los 40, más aún a los 50. Seguramente atravesando el atardecer temprano de la vida. Uno no puede explicar muy bien por qué o cómo, pero a medida que la piel se arruga o marchita y las canas asoman, algo al mismo tiempo renace. Inesperadamente.
Se trata de la capacidad de jugar en todos los aspectos de la vida. Jugar trabajando, jugar estudiando, jugar paseando… jugar viviendo. Asumiendo las responsabilidades de siempre, pero con espíritu nuevo, de aventura y asombro. Siendo capaces de tomar la vida menos en serio, más flojos, hasta riéndonos de nosotros mismos.
La mitad de la vida es un momento bisagra donde los mandatos e imperativos tambalean. ¿Para qué correr tanto? ¿Por qué someterse a la tiranía de “tener que” alcanzar a cada momento objetivos autoimpuestos? Presentamos aquí cuatro historias de cuestionamientos y replanteos que reflejan este deseo profundo de saborear más de lo cotidiano.
Inés es una diseñadora gráfica de 53 años, de clase media, casada y madre de cuatro varones. “Me pasé 50 años cumpliendo con una larga lista de exigencias: entregar trabajos de altísima calidad a tiempo; llevar los chicos al colegio con extrema puntualidad, obligarlos a estudiar, controlar obsesivamente que los adolescentes no se lleven materias. Me agoté de mi misma. Estoy tensa y en casa no hay paz”, confiesa.
Arrancó 2022 y esta mujer tesonera se propuso otro objetivo: aprender a jugar al golf en diez meses para salir a la cancha con Tomás, su esposo cada vez más fanatizado con este deporte. Empezó con las clases, pero no hubo caso. El swing le resultó dificilísimo y el entusiasmo duró unos días. A punto de claudicar decidió sumar a sus hijos menores a la hazaña. Intuía que con ellos la cosa cambiaría. Y sucedió. Pero la sorpresa fue otra. El golf dejó de ser una meta en sí y se transformó en un juego. “A mis mellis les da lo mismo jugar al golf o las canicas. Prestan un poco de atención a las indicaciones y al rato hacen la suya. Me maravilla verlos. Y lograron contagiarme su actitud. Ahora escucho al profesor, pero ante todo me divierto. Desapareció el objetivo y sin darme cuenta aprendo. No sé si saldré a la cancha con mi marido en un año, pero eso dejó de ser importante. El golf se transformó en una excusa para divertirme con los peques. De disfrutar al aire libre con ellos y simplemente jugar; y luego, allá más lejos… de jugar al golf”, cuenta.
Confiar en uno
La historia de Joaquin Varela, 53, padre de cinco hijos es una de resiliencia y de “reconstrucción”. Este ingeniero fue despedido de su trabajo de añares a sus 45 años. En ese momento de crisis decidió invertir sus ahorros en él y su futuro. En tomarse el tiempo –en su caso dos años-, utilizar su indemnización y hasta su “patrimonio” para buscar aquello que lo entusiasmaba y proyectar sus próximos 20 años. “Por supuesto que hay miles de personas que no pueden hacerlo; pero también hay muchos que no se dan la oportunidad por miedo”, afirma.
Él tenía claro que no quería subsistir sino vivir bien. En el camino recibió y rechazó algunas ofertas. Sus amigos lo creían loco. Tuvo que recortar gastos y se propuso, con la ayuda de un coach, hacer oídos sordos al exterior y seguir lo que le dictaba el corazón: creer en él, tocar puertas, y esperar. Atravesó tormentas. Tomó un trabajo part time cuando sus reservas estaban en amarillo. Pero confió en que llegaría la oportunidad. Y llegó. De la mano de un empresario italiano armó una pyme vinculada a los biocombustibles. ¿Lotería? “No. Es energético, más real de lo que parece. Hay que creer en uno y pensar que es posible disfrutar la diaria”, dice.
Para él jugar hoy implica entusiasmarse con lo que hace. Encontrarse cada mañana con un equipo de profesionales con quien le gusta idear proyectos. Por supuesto que padece momentos de tensión, pero asegura que predomina el bienestar. “En definitiva creo que, en mi oficina, juego más y me preocupo menos”, concluye.
Hacer menos, escuchar más
El aprendizaje de Pablo d’ Ors, sacerdote, escritor y conferencista español no vino de la mano de una crisis externa sino de algo tan sencillo como comenzar a practicar meditación de silencio. Cuenta que, con años de quietud, su excesivo voluntarismo se transformó en una actitud creativa, fértil, “juguetona”. Dejó de trabajar bajo el mandato de la exigencia, y comenzó a vivir sin proyectar, sin rendir o aprovechar todo al máximo. “Para alguien como yo, occidental hasta la médula fue un logro inmenso”, afirma.
Hoy hace lo mismo de siempre: escribe e imparte conferencias, pero desde un lugar más descansado. “No es cierto que haya que disciplinarse tanto. El cuadro se pinta solo si el pintor está ahí ante su lienzo mientras esto sucede. No hay que apretar o retener sino soltar”, detalla en su libro, Biografía del silencio.
Al escucharlo hablar da la impresión de que juega con las palabras, juega con las ideas y con la mirada. Se ríe de sí mismo. Y afirma que, si uno se entrega a lo que hace, nada resultará tan gravoso y todo parecerá más ligero.
¿Cantar en tiempos sombríos?
Cada experiencia recogida tiene su particular riqueza. Santiago Kovadloff, poeta y ensayista, se entusiasma cuando se le formula la pregunta: ¿Es posible jugar trabajando? ¿O se trata de una utopía en un país que padece un régimen autocrático que siembra pobreza y condena a tantos a la miseria? “Hay juego cuando uno se reconoce en lo que realiza y despliega su subjetividad. Son tantos los que viven el trabajo como una fatalidad”, afirma. Sin embargo, no pierde la esperanza. Cita una sentencia memorable del poeta alemán Bertold Brecht: ¿En los tiempos sombríos se cantará también? También se cantará en los tiempos sombríos. Su anhelo es convertirse en puente para que ello ocurra.
Comparte luego la experiencia del juego en su vida. “Recuerdo con claridad cuando a los 12 años no pude entretenerme más con mis soldados de plomo. Atravesé un periodo de profunda incertidumbre hasta que, al poco tiempo, comencé a escribir. Y ese acto trascendente de mi adolescencia significó para mí la manera de prolongar la emoción de jugar de mi niñez”. Aún hoy con sus 79 años sigue jugando. “En mi rol de profesor, dar clases para mí, implica aventurarme en una interpretación de los hechos dinámica, que recoge e integra la visión y la riqueza de un otro”.
Kovadloff, d ' 0rs, Joaquín e Inés. Cuatro historias, cuatro maneras diferentes de jugar. Únicas. Y a la vez similares. Donde los tiempos inevitables de tedio, apatía o sequedad fueron asumidos y transformados. Donde las cadenas de la monotonía y la repetición pudieron ser cortadas.
Para que la vida deje de ser un mero transcurrir agónico de los días. Porque, como dice el poeta, no fuimos creados para fallecer antes de morir. Para durar. Sino para vivir bien. Vivir también…. jugando.
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