Testimonios y vivencias de quienes adoptaron el hábito de escalar montañas y los beneficios de animarse a hacerlo
“Me llamó un amigo por teléfono y me dijo: ‘voy a escalar el Lanín, ¿te sumás?’, le pregunté cuánto tiempo tenía para confirmarle y me aclaró que ese mismo día esperaba la respuesta. Me miré a mí misma que estaba en pijama en pleno julio y pensé ‘voy a hacer algo significativo de mi vida’”, cuenta Sofía Betti, alpinista amateur de 28 años, que escaló por primera vez el volcán argentino en 2019.
Betti cuenta que durante seis meses tuvo que entrenar todos los días, no solo física sino también mentalmente con un objetivo claro: hacer cumbre. “Cuando llegué a la cima sentí una alegría inmensa, me dolían las mejillas de tanta felicidad. Lo había logrado y no lo podía creer”, rememora.
Tanto los profesionales como amateurs que adoptan este desafiante hábito de conectar con la montaña coinciden en que se trata de una experiencia transformadora.
En primera persona
Quienes emprenden estas actividades de escalar, hacer trekking o hiking asumen el riesgo de encontrarse con innumerables desafíos a lo largo de la aventura. “Te encontrás con un sol que en las alturas es más fuerte, caminos escarpados, insectos de todo tipo y condiciones climáticas que te ponen en jaque”, cuenta Pedro Serrano Espelta, escalador amateur.
Según su experiencia cuanto más uno se aventura y se contacta con la naturaleza, más imprevistos surgen.
“Cuando experimentás frío, calor o dolores físicos en la montaña, te percatas de que la fortaleza mental es lo único que te posibilita continuar y ‘encontrarle el gusto’ a una actividad que, de otra manera, podría ser una tortura”, enfatiza.
Cada dificultad que se presenta –explica– va cimentando la autoestima y la capacidad de animarse a desafíos que antes parecían imposibles de realizar. Lo beneficioso de adquirir estas habilidades es que luego se trasladan a la vida real. En ámbitos como el trabajo, la escuela o la familia, quien regresa de la montaña se percibe con mayor confianza en sí mismo.
¿Cuál es la magia de la montaña? Si bien la aventura depende de cada persona, están quienes se fijan como meta llegar a la cima, los que disfrutan del camino y no se preocupan por hacer cumbre y aquellos que encuentran en el montañismo su pasión. Sin embargo, todos coinciden en que, de alguna manera, emprender la hazaña les sirvió para aprender algo positivo de la vida.
“Con el tiempo uno recuerda con nostalgia las escaladas o las caminatas en la montaña y tiene necesidad de más. Solo que esta vez seguramente se elija un curso de acción más desafiante”, dice Serrano Espelta. “Se conocen lugares nuevos y se experimentan sensaciones diferentes que nos hacen atrevernos a más, no solo en la montaña, también en nuestras vidas”, agrega.
Jony Espinosa, guía de trekking y fotógrafo de expediciones de montaña asegura que el contacto con la montaña “es un estilo de vida”. Según amplía, en cierto momento deja de ser un hobbie y pasa a ser una necesidad por relacionarse con el medio primitivo y hostil.
“Uno siente que necesita despegarse de la sociedad o relacionarse en algún medio distinto. Y qué mejor si esto sucede con gente que tiene la misma ‘locura’ o deseo por desafiarse”, destaca.
Francisco Bassani, escalador y fotógrafo profesional coincide con ambos. Este hombre que escala desde hace más de 40 años afirma que al emprender la actividad siente respeto por el ambiente, la naturaleza y los animales. Para él, escalar es sinónimo de libertad y transformación.
La mayoría de aquellos que se animan a escalar resaltan lecciones que luego aplican en su vida cotidiana:
- Aprender a superar obstáculos: cuando uno se propone un objetivo trabaja para lograrlo y no desistir. Análogamente, en la vida se encaran proyectos sabiendo que hay impedimentos que deben ser superados con el tiempo.
- Conocer los propios límites: en la montaña hay momentos en los que la persona se da cuenta que no puede seguir y eso también pasa en la cotidianidad. Se aprende cuál es el límite propio y cuándo se debe parar.
- Vivir en el momento presente: el montañista debe estar concentrado en cada paso que da. Se enciende su modo de supervivencia y eso hace que aprenda a desconectarse de las tecnologías y del mundo urbano. En esos momentos puede reflexionar sobre su vida y apreciar más de sí mismo y de su entorno.
- Tener control mental: Se encuentran obligados a gestionar ansiedades y temores, dado que la incapacidad de mantener la serenidad en circunstancias límite puede resultar problemática. Aprenden a combatir las dificultades y, una vez en su rutina diaria, el montañista está preparado para enfrentar cualquier situación.
- Trabajar en equipo: en los momentos vulnerables que surgen dudas y miedos, quienes motivan por seguir adelante son los compañeros del grupo. Esta relación interpersonal y el aprender a confiar en el otro pasa a reflejarse en la vida diaria con familiares, amigos y compañeros de trabajo. No se puede llegar a ningún lado solo.
Hacer cumbre
Es la meta más ansiada, el final del camino. Pero a diferencia del imaginario colectivo, llegar a la cumbre no es el objetivo de todos y según destacan los guías de montaña, en muchos casos las condiciones no están dadas para seguir subiendo.
Pablo Piccone, guía de montaña con más de 140 cumbres, afirma que el montañismo “no es ir a Disney”, es turismo aventura. “No está garantizado llegar a la cumbre, lo único que uno sabe con seguridad es que vivirá una experiencia intensa”.
La cumbre –explica– es algo más simbólico que físico. “Si realmente lo pensás, físicamente es un pedazo de roca. Lo que la hace significativa es todo lo que uno tuvo que atravesar para poder llegar ahí, todo lo que le costó. Y cuando finalmente se llega, se disparan emociones muy intensas: llanto, felicidad, nostalgia, risas”, reflexiona.
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