El rol de la familia y los docentes es clave para desarticular la dependencia del teléfono celular
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Mirarse a los ojos, verse, conversar y conectar. Prestar atención plena, tomar apuntes, participar de la clase o incluso aburrirse sin recurrir a una pantallita. Todo esto se pierden los chicos cuando se sumergen en el celular.
Utilizar constantemente el teléfono movil nos aleja aleja del mundo real y de las personas e incluso, en muchos casos, crece el estrés dependiendo de la actividad que realicemos en la pantalla.
La realidad es que con la pandemia, los celulares terminaron de convertirse en una extensión de nosotros mismos y el “zapping” sin fin acortó los tiempos de atención y de concentración. Como consecuencia, , nos cuesta hacer esfuerzos largos sin distraernos, lo que lamentablemente va en contra de nuestra capacidad para profundizar. No nos tomamos el tiempo necesario para resolver los temas y cambiamos apenas algo nos frustra o no está a la altura de lo que esperábamos, además cada vez más nos cuesta permanecer e investigar,
No podemos quedarnos quietos si no es con una pantalla, y aún en ese caso, si bien estamos físicamente quietos, la mente no se detiene, sigue híper-estimulada y se resiste a bajar la velocidad.
Como consecuencia se multiplican los cuadros de ansiedad, irritabilidad y depresión, la gente se siente desanimada, nada le genera interés y tiene dificultades para focalizar. Estamos pasados de vuelta, ni siquiera nos permitimos el “lujo” de no hacer nada en la cola del supermercado o en un semáforo.
En el intercambio socioemocional pasa lo mismo: nos cuesta conversar, leer una novela, almorzar en pareja o con una amiga sin estar atentos al ping del celular. La multitarea que nos permite el celular no es gratuita, sino a costa de nuestros encuentros de intimidad.
¡Qué maravillosa posibilidad tienen hoy las escuelas de prohibir a sus alumnos el uso del celular, no sólo en clase sino también en los recreos! Reabren una ventana a los encuentros, las miradas, la conversación, la intimidad… Del mismo modo, el personal docente y no docente puede ser modelo para los alumnos de esa presencia y disponibilidad.
Es muy alto el costo de no hacerlo: en pocos años, los adolescentes ni siquiera van a saber que en una época, no tan lejana, se podía almorzar en familia sin interrupciones, tener charlas cara a cara con amigos, animarse a tener vínculos de intimidad, hacer un trabajo durante dos horas ininterrumpidas, entrando en el estado de flow del que habla el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, tan valioso para nuestro desarrollo.
Los chicos no pueden hacerlo solos, la sobreestimulación de la pantallas es adictiva y la distancia en las relaciones da seguridad: sólo si los adultos somos modelo de uso acotado y les impedimos a ellos el uso indiscriminado -y la escuela es una excelente oportunidad para ello- es que los chicos van a poder descubrir lo que los adultos sabemos: el valor de la presencia plena, la intimidad, el encuentro cara a cara sin interrupciones.
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