En su paso por la Argentina, el escritor y periodista escocés reflexiona sobre los sistemas educativos y la responsabilidad de la sociedad sobre el bienestar de las próximas generaciones
- 9 minutos de lectura'
Carl Honoré está en Buenos Aires para disertar en el V Congreso de Educación y Desarrollo Económico “Phigital Learner” que se realizará este jueves en el Planetario Galileo Galilei. El autor del best seller “Elogio de la Lentitud”, presentará una visión de la educación mediada por el lente de la calma. Honoré creció en Canadá, vive en Londres, fue corresponsal en distintos países, entre ellos la Argentina, y es un promotor incasable de la filosofía slow.
Tal es así que hace 17 años recorre el mundo para enseñar todo lo positivo que puede traer a la vida de las personas, tanto a nivel físico, mental y emocional, el hecho de quitar el pie del acelerador. “En un mundo adicto a la velocidad, la calma es un superpoder” dice. Considera que padres, maestros y la comunidad misma, trasladan esta aceleración a las nuevas generaciones, de manera que, desde la niñez y durante la adolescencia, nuestros hijos se ven envueltos en una carrera sin sentido para llegar a ser.
-¿Qué quiere decir educación lenta?
-Por un lado, significa reducir el contenido para dar más espacio al debate, a la reflexión, al descubrimiento y a la exploración. Se trata de poner el énfasis en el niño integral en lugar de convertir al sistema educativo en una cadena de montaje de alta presión. Es decir, la educación lenta es un jardín donde se trabaja a nivel cognitivo pero también se estimulan las habilidades emocionales, sociales y la creatividad, todas esas cosas que tiramos por la borda en los sistemas hiperacelerados en los que se mide hasta el último micro segundo.
-¿Hay que medir menos y experimentar más?
-Si buscamos en las raíces históricas de la educación, los colegios victorianos de la época de la industrialización tenían como meta formar a las personas para que pudieran trabajar en una fábrica. Pero el mundo cambió y hoy necesitamos mucho más que eso. Es necesario contar con gente que sea capaz de soñar despierta, que esté abierta a la colaboración, que tenga una inteligencia emocional social desarrollada. Por estos días, es una estupidez no hacerle caso a estos aspectos que son fundamentales, porque las emociones están íntimamente ligadas al desarrollo cognitivo. Algunos pocos países salieron de ese callejón sin salida, y este es, sin duda, el próximo paso en la historia de la educación a nivel mundial.
-¿Educamos a los chicos para su bienestar presente o futuro?
-No, porque estamos muy enfocados en el resultado. Desde que un niño sale del útero ya estamos pensando en que queremos que cuando tenga 18 años sea el modelo del éxito tal o cual y eso responde a una visión industrial. Esto es formar a un ser humano como si fuera un producto y muchos padres y sistemas educativos tratamos a los chicos como el desarrollo de un nuevo producto y perdemos las cosas más sencillas, más humanas, más lentas como las emociones, que también forman a una persona.
-¿Cómo repercute esto en ellos?
-De la peor manera, los adultos estamos obsesionados con las cosas que podemos medir y por eso existen las mejores notas, los resultados de exámenes, tenemos una imagen de lo que representa un niño exitoso, el niño alfa, y eso resulta aplastante, los asfixia. Imponemos una meta muy fija, muy rígida, muy definida, les decimos que ellos tienen que hacer esto, aquello y eso otro, e invertimos hasta el último peso y el último minuto de tiempo para llevarlos de la cuna a ese modelo de éxito a los 21 años. Es necesario tener presente que cada niño es único y que existen millones de posibilidades de crecer y de llegar a la madurez y un abanico infinito de resultados finales.
-¿Podemos revertirlo?
-Creo que para salir de ese modelo hay que considerar cuál es el margen de maniobra de los colegios para crear más espacios para las emociones, para las habilidades sociales, la creatividad, el debate, la reflexión. Sea cual fuere el colegio siempre hay alguna posibilidad de cambio para que las autoridades inyecten algo de la filosofía slow. Igualmente, como padres, también podemos, en especial cuando los chicos son muy pequeños, darles espacio para el juego puro y sencillo, sin pantallas, sin actividades extra rígidas, y, por ese lado, casi todos tenemos la posibilidad de hacer algo.
Según el autor de Elogio de la Experiencia, el juego puro es el espacio que tienen los chicos para mirar hacia adentro y conocerse.
-El espacio que le demos influye en su bienestar.
-Es el mejor regalo que les podemos dar a nuestros hijos porque es el espacio para mirar hacia adentro y conocerse a sí mismos. Es la única manera de encontrar su propio camino y llegar a la madurez y al destino correcto. Porque es una realidad, a nivel mundial, que los jóvenes que llegan al primer año de la universidad y recién entonces se dan cuenta que están en el camino equivocado. ¿Por qué? Porque es la primera vez en su vida que tienen un poco de aire, un espacio para reflexionar. Entonces, se despiertan un día y se preguntan cómo es que llegaron a ese punto. “Yo no quiero ser médico o ser abogado, quiero dedicarme a esto o a aquello”, es algo que se escucha de manera muy frecuente. Así que, si generamos ese tiempo antes, cuando los chicos son más chicos, van a poder crecer en función de su propia vocación, de sus aspiraciones y deseos.
-¿De qué manera les afecta tanta presión?
-A nivel bienestar, hay que tener en cuenta el salto impresionante que han pegado los trastornos mentales en los últimos años y, si bien hay un conjunto de razones para explicar este fenómeno, una de las principales es esta falta de tiempo, esta prisa constante, que la niñez se haya convertido en una carrera hacia la perfección y eso es algo por lo que todos pagamos un precio muy alto. Los chicos se sienten muy presionados, quemados físicamente, agotados mentalmente, duermen mal, tienen la sensación de que ellos nunca son suficientes, de que siempre falta algo y que la sociedad, sus padres, sus maestros, sus amigos, las redes sociales, están decepcionados de ellos. Viven en este bombardeo de decepción ajena que es profundamente tóxico, y la consecuencia es que sufren.
-¿Hay que empezar por los padres?
-Muchas veces los padres no aceptamos estos errores y, por ejemplo, apuntamos a los chicos a fútbol porque a nosotros nos hubiese gustado que nos anotaran en ese deporte y queremos darle ese privilegio. Quizás nuestro hijo nos transmite que a él no le gusta tanto y que le gusta otra cosa y no lo escuchamos; estamos con vendas en los ojos y con los oídos tapados porque estamos en ese modo casi de pánico detrás de aprovechar hasta el último pedacito de tiempo de su niñez, algo que no tiene ninguna lógica.
-¿Cómo deberíamos abordar la niñez?
-La magia y la meta de la niñez de la mano del padre es probarlo todo e identificar una o dos actividades que significan algo para ese niño, que le ponen mariposas en el estómago, eso por lo que salta de la cama el sábado por la mañana, o sobre lo que habla alrededor de la mesa cuando está la familia reunida. Estas son señales de que esa actividad es para el niño y no para el padre. La presión deberíamos sacárnosla los padres con esta cuestión de la cantidad de cosas que deberían hacer y eso es lo más complicado. El problema de base es que los adultos hemos secuestrado la niñez de una manera nunca vista en la historia humana y estamos cargando sobre los hombros de la próxima generación nuestras angustias, miedos, pánico, deseos y neurosis. Y no lo queremos hacer, no hay ningún padre que quiera arruinar la vida o la salud de sus hijos, pensamos que es lo mejor, es un instinto natural que se transformó en una caricatura y pasó a ser una obsesión de sobrecargar a los hijos.
"Tenemos que pensar en el futuro, porque ningún chico va a seguir haciendo cincuenta actividades, ni siquiera seis u ocho. Si un niño sale de la niñez con una actividad que le gusta y que sostiene, que le apasiona ya es un triunfo magistral, es un regalo maravilloso que le hemos dado."
Carl Honoré, escritor y periodista.
-La exposición de los niños y adolescentes a las pantallas es otro tema que genera debate, ¿considera que digitalización y bienestar son conceptos opuestos?
-No soy ningún tecnófobo, me encanta la tecnología y tiene sus beneficios tanto para los adultos como para los niños pero hay límites y recién en los últimos cinco años la sociedad se despertó con respecto a esto. En algunos momentos, la pantalla es la respuesta correcta pero en muchos otros no, hace mal, perturba y causa problemas. Si hablamos de tecnología como padres, como maestros, tenemos que hacernos esta pregunta: ¿realmente es este un momento para las pantallas? Entonces este momento de reflexión puede ser revolucionario porque te das cuenta que, la respuesta es no, sin pantallas es mejor ya sea para jugar o para aprender. A medida que la sociedad se vuelva más tecnologizada vamos a necesitar darles aún más espacios sin pantalla a nuestros hijos para que puedan desarrollar esas habilidades de reflexión, de creatividad y de descubrimiento.
-Usted conoce a los argentinos y desde una perspectiva externa, ¿cuál considera que es nuestro desafío para lograr el bienestar?
-Argentina está sometida a diferentes presiones que tienen que ver con su historia. Es un país que mira a las naciones más desarrolladas y siente cierto complejo de inferioridad, y esto se manifiesta en que, los argentinos y, sobre todo, los porteños, tienen la inclinación a ver cuál es la tendencia en Europa o en los Estados Unidos, entonces la toman y la implementan, tendencia tras tendencia, y esto es abrumador. Creo que necesitan bajar un poco la presión, importar menos tendencias, con más calma y más filtro. Pero ese mismo complejo es el que los empuja a correr más en su vida cotidiana, cuando realmente en Nueva York o Londres, cada vez más gente se da cuenta de que vivir en modo correcaminos no tiene ninguna lógica, es más nos hace mal, mina la salud, mina la productividad, nos quita la creatividad y destroza las relaciones humanas.
-¿Cuál sería una buena tendencia para tomar?
-En Nueva York o en Londres se ve una mayor aceptación de la lentitud y esa sería una tendencia mucho más saludable para los argentinos. Es necesario cultivar la paciencia, hacer menos cosas y aceptar que a veces algo va a tardar un poco más, que no es el fin del mundo. Se trata de un proceso muy lento para reconectar con tu tortuga interior. Esa cultura de impaciencia, de querer tener todo ya, hace incluso que intentemos desacelerar rápidamente. Mucha gente quiere cultivar la calma interior del Dalai Lama para mañana y es imposible. Son pequeños pasos, que toman tiempo a nivel colectivo pero, sobre todo, a nivel individual.