Abril Marcucci supo desde muy chica que quería dedicarse a la danza clásica; todo lo que hizo para llegar a la Escuela de Ballet de la Ópera de París
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Mujeres y sueños es una combinación que rara vez sale mal. De esto puede dar fe Abril Marcucci, una cordobesa de 16 años que desde que tiene memoria quiere ser bailarina y que llegó a la cuna de la danza clásica. Concretamente, a la Escuela de Ballet de la Ópera de París, de la cual salieron Sylvie Guillem, Aurélie Dupont y Manuel Legris, entre otros nombres de bailarines mundialmente reconocidos, y en donde es la única argentina.
En el marco del summit anual de Mujeres Líderes, evento organizado por LA NACION, la joven prodigio habló de su trayectoria, de cómo hizo para llegar a donde está y de qué le diría a esas personas que tienen sueños pero que no saben cómo concretarlos.
“Mamá dice que empecé a bailar casi al mismo tiempo que a caminar”, dijo Marcucci en un diálogo con Dolores Pasman, periodista del medio. La joven oriunda de Villa Carlos Paz, en Córdoba, relató que a eso de sus ocho años y “sin demasiada conciencia”, uno de sus profesores le preguntó dónde quería estudiar de grande, y ella respondió: “en donde hablan París”.
“A los pocos meses después de eso encontré una película de la Ópera de París y me quedé impresionada”, recordó Marcucci, que fue corriendo a decirle a mamá -que tiene un estudio de danza en el pueblo- que si se podía trabajar de eso, ella quería hacerlo. “Descubrí que había una posibilidad de trabajar de lo que yo hacía todos los días jugando y divirtiéndome. Y eso era lo que yo quería para mi vida”.
El sueño que Marcucci puso en palabras a sus ocho años requirió de un compromiso y una constancia ilimitados durante toda una adolescencia que, en muchos sentidos, por el fin, ella aceptó poner en pausa. Entre sus valores principales están el de no dar nada por sentado y el de mantener la humildad arriba del escenario porque ”ver a un bailarín humilde es lo más lindo que te puede pasar”.
Valió la pena. Después de una adolescencia en puntas de pie y en distintos espacios: primero bajo el ala de su mamá, después en el Colón y más tarde en la Basileu França de la ciudad brasileña de Goianas, en Brasil, en 2022 llegó la primera coronación de gloria. Luego de presentarse en el Prix de Lausanne, el certamen internacional de danza llevado a cabo en Lausana, Suiza, recibió ofertas de becas de varios institutos reconocidos, entre los que estaban el Royal Ballet, John Cranko, Huston Ballet, Oslo Nation Academy of the Arts y, afortunadamente la Escuela de ballet de la Ópera de París.
Aunque Marcucci no tenía dudas de cuál era su preferida, sí tenía incertidumbre sobre si iba a poder costearlo. “Para no romantizarlo tanto, el país se venía abajo y mi familia no podía pagar todo lo que supone una mudanza a otro país, y a París”, resumió en el diálogo.
En resumidas cuentas, tuvo que decirle que no a la propuesta por la que había luchado. “Me frustré, obviamente. Al final, me había ido del país para triunfar y no lo estaba logrando. Por suerte mis papás y mis profesores de Brasil me motivaron y encaminaron para seguir luchando”.
Porque en el fondo ella también la quería seguir peleando, un año más tarde, con sponsors y un plan de financiación más encaminado, volvió a aplicar a la escuela y -en contra de lo que asumía que iba a pasar, porque “decir que no a la Ópera de París no es cualquier cosa y que te vuelvan a decir que sí es complicado”- entró.
“Lo que más me impacta es estar acá: en la madre de la danza clásica”, contó Marcucci con un entusiasmo tan fresco que parece que ayer fue el día en el que la aceptaron. “Pisar el primer día de clases en la Ópera de París fue todo nervios y emoción. Llamé a mis papás antes de empezar. Hay veces que todavía no me lo creo”.
Para la adolescente todos los días están cargados de experiencias y sensaciones nuevas. Comparativamente hablando, reconoce que las clases son más estrictas y difíciles, y que el idioma es complicado. “Pero yo ya lo sabía y mentalmente estaba preparada para eso”, admitió.
Destaca, en este sentido, el rol que tuvieron y que tienen sus padres en su formación como persona y como profesional. “Mi mamá es mi gran inspiración, cuando la veo bailar se me pone la piel de gallina”, reconoció. “Siempre va a ser mi profesora de toda la vida. Ella me crió, formó y enseñó todas las cosas que sé. Es mi mamá y no voy a tener otra”.
Su papá, por otro lado, en sus palabras, su coach de apoyo emocional. “Bien, triste o destrozada, él siempre estaba ahí haciéndome el aguante. Como él es artista, sabe que no es fácil el mundo de la danza”, señaló Marcucci, que aprovechó para revelar que, a pesar de que su madre fue la gran tutora de su pasión, fue este hombre el que la inició -un poco sin querer queriendo- en el mundo del ballet. “De chiquita, cuando mi mamá no estaba en su estudio, íbamos, poníamos música de María Elena Walsh e improvisábamos coreografías. Ahí me di cuenta de que realmente me gustaba esto”.
Frente a la pregunta de “para quién baila”, Marcucci dijo que, en primer lugar, para todas esas personas que la ayudaron y, por otro lado, para ella misma.
“Siempre necesité ayuda de algún tipo y sobre todo, económica, y siempre hubo alguien que me pudo ayudar, y mi mayor miedo era decepcionarlas”, señaló. “Con el tiempo entendí que lo que realmente importaba era que yo disfrutara. Hoy me gusta bailar para esas personas y ofrecerles mis emociones, mis alegrías y mis tristezas”.
La joven mujer que hace énfasis en que su propósito por sobre ser perfecta en la técnica, es generar algo en los corazones de su audiencia. Contó que todo lo que hace lo hace también en honor a esa niña que peleó desde un principio por lo que quería. “He trabajado de lunes a lunes sin descanso muchas veces y, aunque me gusta, requiere disciplina y, por ende, un especial agradecimiento a mí misma”.
A las y los que quieren cumplir sus sueños pero no se animan, Marcucci -que hoy tiene el objetivo de seguir desarrollando su talento para entrar como bailarina a la Compañía de la Ópera de París- propone la valentía: “Que no se fijen en los estándares físicos o en las condiciones económicas. Hacer lo que te gusta te desahoga y minimiza tus problemas. Mi consejo es luchar por todo eso que te interesa. Entiendo la frustración, pero vale la pena”.
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