En estos encuentros hogareños son necesarios porque los chicos aprenden criterios de socialización
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Tenemos claro el valor y la importancia de que los chicos se reúnan desde chicos en las casas con sus amigos. Al principio lo hacen uno a uno, luego en grupos pequeños, para ir aprendiendo una sana sociabilización, es decir a dejar de hacer siempre lo que ellos quieren en casa, aceptar ideas de otros, esperar turnos, defender las ideas propias sin avasallar a otros ni dejarse avasallar por ellos, cuidar y hacer cuidar tanto su casa como sus juegos y juguetes, respetar a los adultos a cargo, y muchas otras cuestiones que se practican en esos encuentros. Esos intercambios se hacen especialmente necesarios al llegar la pubertad y la adolescencia.
Al irse perdiendo, a medida que los chicos crecen, esta sana costumbre de invitar y devolver invitaciones, vemos que entre los 12 y los 18 años, no tienen a dónde ir a encontrarse con sus pares, conocerse, interactuar, jugar, conversar, escuchar música y bailar. Salvo shoppings y otros lugares públicos donde circulan en bandas, y muchas veces “desbandados” y sin supervisión adulta.
Debandados porque están muy acostumbrados en los colegios a las actividades dirigidas y regladas, incluso en casa suelen estar mucho tiempo en pantallas sin interactuar con otros presencialmente. Ya hablamos hace un tiempo del miedo de las familias a que los chicos no sepan cuidar las casas. También ocurre que los mismos chicos no quieren ser los primeros o los únicos en invitar por no ser diferentes a los demás, por no tener la responsabilidad de que sus amigos lo pasen bien en su casa, por miedo de que sus padres se “desubiquen” y los hagan pasar vergüenza, incluso preocupados de posibles acciones vandálicas de sus compañeros. El problema es que si no empiezan desde más chicos no van a saber comportarse y pasarla bien juntos.
Por eso propongo empezar a invitar con los más chiquitos, a los cuatro años, y que ellos se acostumbren y sigan haciéndolo en la adolescencia. Me preocupa que se les pasan esos años y se pierden oportunidades de encuentros y programas que podrían ser divertidos y enriquecedores, en lugar de que la vida social sea en la calle o a través de sus teléfonos celulares, o de sus consolas, sin mirarse a los ojos, sin intimar, sin conversaciones de cualquier tipo, ya sea para discutir de fútbol o para salvar el mundo.
Estas reuniones no pueden empezar en la adolescencia –sino mucho antes– para que sean habituales para ellos. Cuando ya no alcance con jugar fútbol o no quieran animaciones, empezaremos a convocar a torneos de truco, bingo, karaoke, disfraces, unas hamburguesas a la parrilla o pizza y película en una televisión grande. La idea es que lo pasen bien juntos y sin que el intercambio sea a través de los celulares. Antes de descubrir el amor y con quién quieren noviar tienen que tener la oportunidad de conocerse, pasarla bien y hacerse amigos entre ellos.
A esto se suma otra dificultad que veo hoy en el comienzo de la adolescencia: suelen salir juntos varones y niñas de la misma edad: madurativamente los varones de 12/13 están más interesados en el deporte que en las chicas, en cambio a esa edad ellas sí quieren conocer chicos e interactuar con ellos. En generaciones anteriores ellas lo resolvían saliendo con chicos un poco más grandes.
Los viejos asaltos
Recuerdo mi propia adolescencia: los fines de semana íbamos a tés de casa en casa y a la noche organizábamos fiestas también en nuestras casas. A la tarde los llamábamos asaltos, las chicas llevábamos algo para comer y los varones bebidas; eran encuentros informales, todas las semanas había alguno, de pocos chicos y chicas. Teníamos algunas fiestas elegantes pero todos los fines de semana nos encontrábamos en esos asaltos informales, con cero producción ni gastos, sin disc jockey ni luces, ¡ni alcohol!, Con padres presentes cuidando en vigilia atenta, prendiendo luces cuando les parecía oscuro y lo tolerábamos porque nos divertíamos tanto que no importaban esos detalles. Y como todos nuestros padres eran igual de “papeloneros”, no necesitábamos esconderlos ni alejarlos de nuestros amigos, ya que en todas las casas pasaba lo mismo.
No todo tiempo pasado fue mejor, pero creo que vale la pena revisar el tema de las invitaciones intentando que los chicos que hoy se acercan a la pubertad puedan animarse a hacer algo diferente. Para lograrlo se necesitan padres y madres que tomen conciencia del valor de las invitaciones, que quieran apartar a su hijos de las pantallas, que quieren que conecten con otros de un modo presencial y cercano y que estén dispuestos a “poner la casa”, también a llevar y traer, y que se animen a poner orden de ser necesario y a ayudar a pensar a hijos ajenos sin miedo al reclamo de sus padres.
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