Desde que Reaven en 1988 describió un conjunto de anormalidades metabólicas que agrupó con el nombre de Síndrome y que la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1998 propuso el término de síndrome metabólico (SM) se le han ido sumando nuevos componentes por una mayor tendencia al desarrollo de enfermedades cardiovasculares.
La prevalencia de SM en la población caucásica sana es de aproximadamente el 16%, y es posible encontrar en el 1% de las personas a todos los componentes. Ellos serían: insulinoresistencia (IR)/hiperinsulinemia compensadora, intolerancia a la glucosa/diabetes tipo 2, disminución colesterol HDL, hipertensión arterial, aumento de triglicéridos, hiperuricemia, aumento PAI-1, microalbuminuria y obesidad central.
La insulinoresistencia puede ser definida como un estado de reducida respuesta a concentraciones normales de insulina que se traduce en una acción biológica subnormal y por ésta disminuida acción de la insulina en los órganos, el pancreas produce una mayor liberación en un intento de mantener la homeostasis compensadora que caracteriza a los estados de insulinoresistencia, la cual es considerada la causal de la mayoría de las anormalidades y en especial que se incremente el riesgo de cardiopatía coronaria.
Los estudios poblacionales indican que la resistencia insulínica está presente en alrededor del 25% de los sujetos normales, aproximadamente igual en magnitud a la observada en la diabetes tipo 2 e hipertensión arterial. La variabilidad en la respuesta de los individuos sanos estaría relacionada a factores genéticos y ambientales.
La IR se presenta en el 45% de los familiares de primer grado de paciente con diabetes tipo II, en comparación al 20% de los que no tienen historia familiar de ella.
Se sigue valorando el enfoque sobre la importancia de un "genotipo ahorrativo o economizador que proponia que el ser humano primitivo se enfrentaba permanentemente a una lucha por la subsistencia, que ante la escasez de alimentos, para sobrevivir almacenaba mejor los alimentos ingeridos.
La vida occidental, que propicia el sedentarismo y una alimentación hipercalórica, hace que este genotipo pase a ser ahora una desventaja.
La obesidad, especialmente de tipo abdominal, parece ser uno de los más importantes factores de riesgo para desarrollar IR, aumentando en proporción directa al grado de adiposidad, siendo la grasa visceral de gran movilidad y de mayor sensibilidad a factores metabólicos y hormonales que otros tejidos grasos.
La vida sedentaria predispone a IR a través del aumento de la grasa abdominal, mayor cantidad de fibras musculares tipo II G y alteración de la composición corporal, siendo la actividad física entre sus múltiples beneficios resulta muy positiva para ayudar a la pérdida de grasa abdominal.
La dieta alta en grasas, especialmente en ácidos grasos saturados y trans, y carbohidratos refinados facilitan la IR. El estrés por las alteraciones hormonales que produce interviene activamente para fomentar los depósitos grasos abdominales.
La OMS definió la existencia del síndrome metabólico cuando a una persona con diabetes tipo 2 o intolerancia a la glucosa o IR se le agrega hipertensión arterial, dislipemia, microalbuminuria y obesidad central.
La importancia del reconocimiento de este síndrome radica en el alto perfil de riesgo cardiovascular de las personas que lo presentan, ya que se incrementa en más de tres veces el riesgo de enfermedad isquémica cardíaca, infarto miocárdico y accidentes cerebrovasculares.