Históricamente esta práctica denota un estado de cansancio y aburrimiento, y por lo tanto debe evitarse en público; sin embargo esta mala prensa está comenzando a resquebrajarse a partir de investigaciones de neurociencias que lo identifican como algo deseable, que hay que entrenar y que da múltiples beneficios
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Ocurrió el 21 de enero de 2013, durante el discurso inaugural de Barack Obama como presidente en el Congreso de los Estados Unidos. Sentada en primera fila, su hija Sasha dio un largo bostezo que captaron las cámaras y se viralizó de inmediato. El gesto opacó, en repercusión, a todo el contenido del discurso y hubo hasta especulaciones posteriores de analistas sobre una caída de imagen presidencial a partir de este “descuido” de la hija del entonces flamante presidente.
Esta historia parte de un supuesto que la ciencia comenzó a poner en duda en los últimos años: que el bostezo denota indudablemente un estado de cansancio y aburrimiento, y por lo tanto debe evitarse en público. Pero esta mala prensa está comenzando a resquebrajarse a partir de investigaciones de neurociencias y otras disciplinas, e inclusive hay quienes van más lejos aún: identifican al bostezo como una práctica deseable, que hay que entrenar y que da múltiples beneficios en materia de bienestar.
“Históricamente el bostezo nunca tuvo buena aceptación; es más, todo lo relacionado con mostrar sensaciones con el cuerpo siempre tendió a censurarse”, explica Ignacio Monti, un experto en bienestar que vive en Bariloche y trabaja principalmente con temas posturales.
“Hasta la ropa siempre fue diseñada para ocultar estas expresiones. Pero hoy sabemos que más de 100 mamíferos bostezan, inclusive un feto humano de 12 semanas ya lo hace”, cuenta Monti a LA NACION. “Y hoy sabemos que bostezar tiene múltiples beneficios: oxigena el cerebro y lo pone en estado de alerta, provoca una respuesta fisiológica que ayuda a disminuir los efectos nocivos del estrés y finalmente, al desperezarnos, todo nuestro cuerpo se activa, liberando las tensiones acumuladas”.
Monti estudió ingeniería, pero en un momento de su carrera pasó por una crisis extrema de estrés y malestar que lo llevó –luego de recorrer varias terapias tradicionales- a entender que el problema no venía sólo de la mente, sino que también había que prestarle oído a un cuerpo que en la vida cotidiana muchas veces permanece quieto y silenciado. Cambió de trabajo, estudió una nueva carrera y pasó años como terapista físico en el Hospital Italiano de Buenos Aires. En la pandemia se mudó de Buenos Aires a Bariloche con su familia y hoy tiene pacientes de todo el mundo a los que entrena en su método de TPH (Terapia Postural Holística). Uno de sus consejos más enfáticos es el de “re-aprender a bostezar”.
Porque una de las lecciones de la ciencia moderna sobre este gesto tan humano es que hay una correlación negativa entre el bostezo y nuestra edad: con el paso del tiempo nos entrenamos en reprimirlo, y las personas adultas bostezan menos que los chicos y adolescentes (como Sasha Obama). Por eso la necesidad de re-descubrirlo que señala Monti. Parte de la “Revolución Senior” se puede hacer bostezando.
Gracias a los aportes de las neurociencias hoy se sabe que el camino del bostezo comienza en la parte más “antigua” y básica del cerebro (no controlada: es muy difícil bostezar con intención), y se estima que ya hace 400 millones de años había peces que bostezaban. Por eso muchos investigadores lo consideran un “fosil del comportamiento”.
Entre los científicos a la vanguardia de estos estudios están la holandesa Johanna de Vries (fue quien descubrió que los bebés ya bostezan en su primer trimestre de gestación) y Robert Previne, neurocientífico y autor de libros de divulgación sobre “comportamientos curiosos”. Ambos remarcan que el bostezo no correlaciona necesariamente con el cansancio, y que es altamente contagioso. Los animales se contagian el bostezo, y el efecto parece ser mayor cuanto más cercano (en lazo familiar o amistad) es el otro ser a imitar.
Ya en el 400 A.C. Hipócrates especuló con que el bostezo estaba relacionado con la fiebre (hoy se sabe que no es así). En sus viajes y observaciones, el naturalista Charles Darwin destacó en escritos de 1838 el contagio de bostezo en varias de las especies de animales que analizó. Y ya en el siglo pasado, para la década de 1920, el neurólogo inglés Sir Francis Walshe descubrió un dato interesante: sus pacientes con una parálisis en una parte de su cuerpo podían recuperar sensibilidad en la región afectada muy brevemente durante un bostezo, que no era una conducta tan mala y censurable, después de todo.
Inclusive leer o escuchar hablar de este tema incrementa las posibilidades de bostezar. Es altamente probable que si usted llegó hasta acá en esta nota, bostece en la próxima media hora, a nivel inconsciente. Lo cual, dados los últimos descubrimientos de la ciencia, no vendrá nada mal.