Comprender y relacionarse con los más pequeños no es tan fácil, ¿qué hay que tener en cuenta al momento de responderles?
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La corteza cerebral, la parte más humana de nuestro cerebro se va integrando muy lentamente a lo largo de los años, de hecho el lóbulo prefrontal de la corteza, la “computadora central” de nuestro cerebro, termina de madurar alrededor de los veinticinco años de edad.
Los más chiquitos, en cambio, no tienen la capacidad de pensar, decidir, priorizar, ver las situaciones en contexto, tomar decisiones, evaluar riesgos, justamente porque su corteza no está plenamente integrada y responden desde su cerebro primitivo (el que compartimos con los demás mamíferos) . Esto los lleva a menudo a reaccionar impulsivamente frente a nuestras indicaciones, retos, reflexiones, pedidos, negativas, etc.. Lo mismo les pasa a los chicos más grandes y a los adolescentes cuando no les gusta /les molesta/ los enoja lo que los adultos les decimos. ¡Y cuántas veces los adultos nos dejamos llevar por el enojo, la frustración, el miedo y reaccionamos en lugar de responder!
A medida que crecen y maduran, van pudiendo hablar y conectar cada vez más y mejor con lo que les pasa y empezar a responder desde su cerebro integrado.
¿Por qué ocurre? En los más chiquitos ya vimos que es por su inmadurez que todavía predomina ese tipo de respuesta. Al crecer sigue ocurriendo a veces, cuando perciben lo que decimos como amenazador, peligroso o perjudicial para ellos. Otras veces cuando se enojan o no se sienten escuchados o entendidos.
Ante esas situaciones su cerebro primitivo se hace cargo porque percibe (acertada o erróneamente) que la supervivencia está en juego y los prepara para esa emergencia dándoles sólo tres alternativas de respuestas instantáneas: atacar, escaparse o congelarse. Se ponen en alerta, a la defensiva, ese estado les permite dar respuestas rápidas y eficaces cuando la supervivencia está en juego, pero al no salir desde su cerebro integrado con la zona más evolucionada de su cerebro, no pueden usar otros recursos más ricos y complejos como evaluación de fuentes de información y de riesgos, ver lo ocurrido dentro de un contexto, tomar decisiones, aceptar con dolor lo que no pueden cambiar, etc.
¿Cómo toma el control el cerebro primitivo? Lo hace a través de la respiración: la persona empieza a respirar corta y superficialmente, de ese modo el oxígeno no llega a la corteza y ésta se desactiva, mecanismo maravilloso cuando se trata de una emergencia pero complicado cuando eso ocurre porque nuestro niño o adolescente se enojó, frustró, asustó, no se sintió escuchado o se sintió inseguro.
Entendiendo el mecanismo encontramos el camino para resolverlo: con padres, madres, docentes y otros adultos que respondan desde su cerebro integrado sin dejarse llevar por su cerebro primitivo, para que puedan entender las reacciones de los chicos sin hacer lo mismo, sino respondiendo con empatía, porque nada bueno puede surgir de esos dos “mamíferos luchando por su vida”, o por el control, o por el dominio…
Solo podremos hacerlo cuando cambiemos los viejos caminos neuronales de nuestra propia infancia que a menudo nos llevan a respuestas que hoy sabemos inadecuadas, como culpabilizaciones, ofensas, castigos desproporcionados, cuando recordemos la respiración profunda como estrategia para responder desde nuestro cerebro integrado sin dejarnos llevar por el tsunami emocional que nos provocan las reacciones impulsivas de nuestros chicos. Somos adultos y tenemos los recursos para hacerlo y por otro lado, de ese modo, nos convertimos en un modelo de respuesta no impulsiva ni reactiva sino integrada.
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