Las manifestaciones principales son la tristeza, la irritabilidad y una labilidad emocional o facilidad para el llanto; también puede ocasionar problemas para dormir y ansiedad
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Durante casi todo su embarazo Fernanda se sentía exultante. Después de tres años de buscarlo, había logrado concebir gracias a un tratamiento de fertilidad asistida y esperaba feliz junto a su pareja la llegada de su primer hijo.
Pero, pocos días después de dar a luz, en medio de la pandemia de Covid en 2020, comenzó a inundarla un sentimiento de angustia irrefrenable que la tomó por sorpresa. “Llegaban las 6 o 7 de la tarde, y me entraba una angustia que me apretaba el pecho. Se me hacía un nudo en la garganta y empezaba a llorar sin parar”, le dice a BBC Mundo.
“Me acuerdo una vez que me fue a ver una amiga muy querida y que lloré desde las 3 de la tarde hasta las 10 de la noche con ella. Fue atroz”, relata con los ojos bien abiertos recordando vívidamente su experiencia, que la dejó traumatizada.
“Yo soy una persona alegre, que no se complica mucho y nunca había tenido subidones o bajones de ánimo en mi vida, por eso no podía entender por qué lloraba así, o por qué no podía comer, no quería bañarme ni hacer nada”, dice esta madre chilena radicada en Londres.
“Lo único que quería es que mi marido me hiciera cariños, que la guagua no llorara y salir de ahí”. Lo que Fernanda descubrió, más tarde, es que lo que le pasaba era algo muy frecuente tras el parto y que se conoce como “baby blues” o tristeza posparto.
Síntomas
Esta es “una alteración o un cambio en el estado de ánimo que se produce en las mujeres en torno al segundo o tercer día después del parto. Puede durar entre unas dos y tres semanas, y remite de forma espontánea”, le explica a BBC Mundo la psicóloga perinatal Jazmín Mirelman.
Aunque en cuanto a su sintomatología no se diferencia demasiado respecto a la depresión posparto, sí difiere enormemente “en cuanto a la gravedad y a la duración”, aclara.
Las manifestaciones principales de esta alteración del ánimo son la tristeza, la irritabilidad y una labilidad emocional o facilidad para el llanto. Puede estar acompañada también de dificultad para dormir, hipersensibilidad y ansiedad.
Estas fluctuaciones en el estado de ánimo, no obstante, no producen cambios sustanciales en la autoestima, algo que sí caracteriza a la depresión posparto.
Dado que el baby blues es más leve y fluctuante que la depresión posparto, la madre que lo padece sí “puede todavía entretenerse, disfrutar o desconectar”, señala Teresa Bobes Bascarán, especialista en psicología clínica de la Universidad de Oviedo, España.
En la depresión posparto, en cambio, la madre puede buscar activamente evitar el contacto con otras personas, tener dificultad para concentrarse y tomar decisiones, cuestionarse su capacidad para a cuidarse a sí misma y al bebé, así como tener pensamientos aterradores, como por ejemplo la idea de lastimar al bebé, según explica la página del Servicio Nacional de dek Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés).
También, a diferencia del baby blues que aparece en los primeros días después de dar a luz, la depresión posparto puede llegar a presentarse hasta un año después del nacimiento.
Las estadísticas varían, pero se estima que alrededor del 85% de las mujeres sufren tristeza posparto, en comparación con entre un 10% y 20% que padece depresión posnatal.
Tormenta perfecta
Al analizar las causas, Bobes Bascarán describe al baby blues como la tormenta perfecta, “porque no hay un solo factor que predisponga a desarrollar este estado de malestar sino una confluencia de factores”.
Están en principio los cambios hormonales que son abruptos y tienen lugar no solo después de dar a luz, sino también durante el embarazo y el parto en sí, que se producen para dar cobijo al bebé.
También influyen en el estado de ánimo los cambios en el cerebro de la madre: “Hay estudios con resonancia magnética que muestran una poda de las conexiones neuronales que no son funcionales para la crianza del bebé, para facilitar aquellas conexiones que sí lo son (y que se van a activar para sensibilizarnos a sus necesidades, en detrimento de otras funciones que ya no son tan importantes para su crianza)”, explica Bobes Bascarán. A esto se suman todos los factores contextuales como por ejemplo la situación laboral, económica, familiar, etc.
Otro elemento que puede añadir a la sensación de angustia, son “los cambios que se dan en todas las relaciones interpersonales de la madre a partir del momento en que sale del hospital con un bebé en brazos”, explica Mirelman, así como la enorme responsabilidad de traer una vida al mundo y hacerse cargo de sostenerla, cómo relata Fernanda.
“Me daba angustia el hecho de que, en mi vida todo se terminaba a las 8 de la tarde y todo se relajaba. Con un bebé eso no pasaba, y tenía que estar siempre con él, y nunca se acababa el día: fastidiaba a las 8 de la mañana, y a las 10 de la noche, a las 12, y a las dos de la mañana”, dice. “El estar a cargo de un bebé y que mi tarea sea su supervivencia, me estresaba mucho”, añade.
A todo lo mencionado anteriormente hay que agregarle la idealización y los mandatos que hay en torno al parto, concuerdan Bobes Bascarán y Mirelman, que lo representan como una situación maravillosa y feliz, en el que la madre debe sentirse realizada y plena, cuando en realidad está atravesando un momento delicado, que requiere un período de adaptación.
Factores de riesgo
Si bien afecta a la gran mayoría de las mujeres, existen ciertos factores que pueden hacer que una madre sea más propensa a padecer la tristeza posnatal.
Este es el caso de las mujeres que han lidiado con cambios de ánimo o trastornos depresivos en el pasado, o el de las mujeres que “han vivido un embarazo con dificultades, con ansiedad, con cierto malestar por el motivo que sea”, señala Mirelman, o aquellas que han sufrido pérdidas perinatales previas.
Las madres primerizas también suelen llegar al parto con mayor ansiedad, así como las mujeres que han sido víctimas en un parto anterior de violencia obstétrica, acota Bobes. Sin embargo, ninguno de estos factores es determinante.
“Muchísimas mujeres pueden haber tenido estas experiencias y transitar el posparto de una manera más suave, sin tanta labilidad”, aclara Mirelman.
Qué hacer
En principio, dado que no se trata de un trastorno psicológico, no es necesario recurrir a un tratamiento. Y, cómo mencionamos anteriormente, estos sentimientos de angustia y melancolía suelen desaparecer por sí mismos a las pocas semanas, a la par que la madre se va acomodando a su nueva rutina en torno al recién nacido. Aun así, es importante tener en cuenta que el contexto puede tanto favorecer como dificultar la vivencia del posparto.
En este sentido, Mirelman enfatiza la importancia de “apoyar a la mujer, que se encuentra en un momento de muchísima vulnerabilidad, en una convalecencia después de la experiencia del parto y con una gran responsabilidad en sus brazos, tanto en lo psicológico y emocional, como en un sentido más práctico, en todo lo vinculado a las tareas diarias de cuidados de alimentación y descanso”.
Y, por supuesto, es importante validar la experiencia de la mujer, y evitar comentarios negativos al estilo de “deberías estar contenta, tienes un hijo sano”, que están ligados a la idealización que la sociedad hace sobre la maternidad, y no hacen, sino cargar a la mujer con culpa. En síntesis, lo mejor es “acompañarla, escucharla y sobre todo no juzgarla”, dice Bobes Bascarán.
Si los cambios en el estado de ánimo se prolongan por más de tres semanas, es recomendable consultar con un profesional de la salud, dado que existe la posibilidad de que estemos ante una depresión posparto, y en ese caso es importante tratarla, porque si no se hace, “se corre el riesgo que se desarrolle una depresión crónica”, sostiene Bobes Bascarán.
El tratamiento de la depresión posparto puede incluir psicoterapia, antidepresivos y medicación específica para tratar la ansiedad extrema o el insomnio por un corto período de tiempo.
En el caso de Fernanda, el baby blues duró un poco más de lo habitual, aunque no pasó a mayores: “así como vino, al mes, mes y medio se me pasó. Nunca más me puse a llorar”, dice y reflexiona que le hubiera gustado tener más información de antemano sobre ello.
Para la llegada de su segundo hijo ya estaba mejor preparada, pero, afortunadamente, cuenta, “esta vez no me sucedió”.