Una travesía entre Tafí del Valle y El Siambón, que atraviesa ríos, faldeos de montañas y recorre extensos valles a merced del sol y las estrellas
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Tucumán resguarda una de las travesías más interesantes del país en donde el paisaje perfectamente podría confundirse con una escena del Señor de los Anillos. Durante tres días se camina entre Tafí del Valle y El Siambón, se atraviesan ríos, faldeos de montañas y se recorren extensos valles a merced del sol y las estrellas. Vivir este viaje significa sumergirse en la cultura tucumana y en las fauces de su más bella, salvaje e inexplorable naturaleza.
La aventura, de dificultad media, comienza con el viaje que se realiza de San Miguel de Tucumán a Tafí del Valle. Para llegar a destino se debe tomar la ruta 307 la cual se abre a través del campo, los poblados rurales y la quebrada de Los Sosa. Hasta la década del 40, el paso por entre las sierras del Aconquija se transitaba a pie o caballo. Durante el traslado, Edu, chofer tucumano, presenta a la provincia y la geografía del camino destacando el mirador Paraje del Indio como la flora que rodea. Su índice apunta a molles, lapachos, tipas, laureles, jacarandás, orquídeas, helechos y bromelias. La ruta es sinuosa y de una belleza inimaginable. Luego de dos horas y 130 km de curvas y contracurvas se avista el dique La Angostura que indica el arribo al valle de Tafí.
La travesía, que se realiza con guía, inicia en lo que se conoce como el Pie de la Cuesta, ubicado en la avenida de Los Franciscanos.
Aquí se disfruta de la primera panorámica del poblado de Tafí del Valle y su vecino El Mollar. En la primera hora de la travesía, que se realiza en grupo y con guía, se asciende zigzagueando la montaña en un terreno de tierra de baja dificultad. El sol pega en el cuerpo, no hay árboles a la redonda. Aquí predominan los arbustos de media altura y los pastizales. De a ratos se realiza un alto en el camino dejando paso a las mulas, caballos y baquianos que bajan desde la montaña. A media altura se contempla el imponente cerro Nuñorco, el dique la Angostura en su máxima expresión y el principio de las cumbres de Mala Mala y Las Calchaquíes. En invierno el paisaje pierde el verde intenso que bien luce en el verano.
Tras sortear el desnivel inicial se logra la primera mesada, un plano llano sobre la montaña. Frente a la inmensidad del valle se realiza un stop para tomar agua e ingerir frutos secos. En el descanso Matías, el guía, brinda consejos de montaña mientras cuela alguna anécdota del valle. El camino continua hacia la segunda mesada para luego ingresar al Valle de la Ciénaga. Aquí los verdes pastizales de altura se abren entre dos cordones montañosos. La dimensión del paisaje y el silencio del lugar llaman poderosamente la atención. En esta sección se observan pircas, que son utilizadas por los baquianos para guardar el ganado. También hay pachetitas, pequeñas rocas que sirven en Semana Santa para las procesiones religiosas.
Tras 10 km de caminata se llega al refugio de La Ciénaga ubicado en el corazón del valle que lleva su nombre. Al paraje lo protege el cordón de Mala Mala y a la izquierda el Parque Provincial Cumbres Calchaquíes. Hilda, la encargada, es una señora mayor y de pocas palabras pero que representa a la perfección la cultura del Tucumán rural.
En el segundo día, el sol de las 7.30 despierta al grupo. En el comedor se desayuna a base de frutas, tostadas y mate cocido. Como de rutina, Mati, a viva voz, presenta el segundo día de la travesía el cual consta de 15 km hasta el refugio de Anfama. En este tramo se observa la transición de la vegetación, pasando del pastizal de altura (bajo y espinoso) al bosque de altura (arboles de baja altura y delgados). El cambio se vislumbra a pocos metros de iniciar el andar mientras el grupo es rodeado de ovejas y caballos que degluten los pastos verdes de la montaña. En los primeros 5 km (alto de la aguada) se realiza un faldeo el cual no reviste complejidad ya que prácticamente no posee desnivel. El almuerzo se da en un marco particular, especial. Un bosque de alisos y una picada construyen un momento inolvidable acompañado de charlas filosóficas. La tarde se escurre en 6 km de pendiente negativa y un paisaje magnánimo donde las yungas verdes se dejan ver en el horizonte; atrás, altos pastizales de altura. Aquí la transición de las ecorregiones se hace tangible en su máxima expresión.
Al caer la tarde se llega al paraje de doña Petrona, donde el humo de la casilla da pistas da un recibimiento acogedor. Su calidez se palpa en el aire, está abierta a conversar y contar de su infancia y las tradiciones de su querida Tucumán. En la la cocina espera cabrito con arroz.
Cruce del río Grande
La casa de doña Petrona se ubica en un lugar donde reina la paz y la naturaleza. Los rayos del sol aún no tocan el suelo debido a la cercanía de las montañas. El frío de la mañana empodera al café y a las tostadas. El ultimo día de la travesía consta de 18 km. En el comienzo se cruza un puente colgante para luego continuar por un sendero que atraviesa los verdes pastizales.
El descanso se da al pie de la escuela de Anfama, pequeño pueblo rural de montaña. La arquitectura y los mensajes escritos en sus paredes explican el espíritu de la zona. Aquí reina el amor y la sencillez. El camino sigue con una pendiente hasta el paraje de Berta y Cecilio. En su casa degustamos unas ricas y clásicas empanadas tucumanas, donde no falta el agregado del limón. Otro momento de calidez y cultura se presta en sus voces, que cantan sobre la comunidad diaguita que supo vivir en la zona de las altas cumbres. El final de la travesía es pura aventura ya que se atraviesa el río Grande en ocho ocasiones. Gracias a la humedad y el descenso de altura aumenta la presencia de vegetación, en honor a la yunga del norte argentino. La 50 km travesía culminan en un camping donde recordamos el periplo entre cervezas y risas.